Catorce

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Greedy vestida con tan solo una camiseta gris que le cubre hasta la parte baja de su culo me mira preocupada, quizás por mis ojos rojos o por las lágrimas que aún no han dejado de caer.

Tras cerrar la puerta me ofrece un vaso de leche caliente el cual no puedo rechazar.

—¿Qué ha pasado?— me lo pienso mil veces antes de decidir si mentir o contarle la verdad. Ya tenía bastante con que Sean supiese que tenía una hija. Jamás nadie de mis antiguos objetivos supo nada personal y menos sabían la existencia de la persona que más quería en este planeta.

Al mirarla, tan preocupada por mi, me reconforto al saber que le importo a alguien en este estúpido mundo. Miro hacia un lado para evitar mirarla a los ojos.

—He discutido con mi madre, es solo eso.— digo dejando la taza en la mesita del salón. Había decidido resumirlo un poco, no podía arriesgarme.

—Dios, lo siento.—Greedy se aclara la garganta mientras recoge su pelo rubio en un moño.—Ojalá pudiera discutir con mi madre.— dice sin mirarme tampoco a los ojos. Aquella frase me hundió más de lo que ya estaba, debía ser duro que viniese yo llorando por esto mientras ella había perdido a su madre.

—Siento mucho que muriera.

—No está muerta, está ingresada en un hospital psiquiátrico. Hace años le diagnosticaron esquizofrenia.— creo que hubiera sido mejor que hubiese fallecido. Saber que tú madre ya no es tu madre, que la locura le había ido comiendo poco a poco debía ser un sentimiento horrible.

No comprendía la actitud de Greedy, su positivismo infinito, su alegría constante. La envidiaba, por ser feliz con poco y por no estar atrapada como yo.
Aquello me hacía ver que todos y cada uno de los humanos de este planeta tenían problemas, más importantes o menos pero nadie se libraba.

(...)

Varias horas más tarde, Greedy y yo nos acabábamos nuestra quinta copa de vino. Aquella noche había ido a mejor, habíamos estado hablando de anécdotas del pasado. Greedy había tenido una adolescencia increíble, se había ido de intercambio a Canadá, había viajado por todo el mundo e incluso se cansó de tantas fiestas a las que había asistido.

Yo, en cambio, había sentido que perdí gran parte de mi adolescencia enamorada de un idiota que no supo valorarme y solo dejó huella, una huella que nunca pude borrar.

—¿Quieres que te cuente un secreto? Pero solo si no se lo dices a nadie nunca.— el brillo en sus ojos advertía de lo ebria que estaba pero la hacía brillar más a ella, estaba más guapa.

—Claro, cuenta, si seguro que mañana ni me acuerdo.

—Hace unos años me acosté con Calvin.— suelta tapándose la boca de inmediato. No puedo creerlo. ¿Calvin? ¿Aquel estirado insoportable? Sus personalidades no encajaban y menos sus aspectos físicos. Greedy era preciosa y Calvin...Calvin era del montón.—Antes de que digas nada, estaba más borracha que ahora.

—Ya daba por echo que estarías borracha.— suelto sin poder frenar mi risa ruidosa.

(...)

Pasé varios días más en casa de mi amiga para tener que evitar el enfrentamiento con mi madre. Ni siquiera sabía porque no había podido ir a por Serena aquel día. Todo se me estaba juntando y conocía como acababa estas cosas, explotando.

Después de un fin de semana que había pasado tirada en el sofá de Greedy, volvimos a las oficinas de nuevo. En dos semanas acabaría el mes. No podía creer que ya llevara mitad de mes y casi sin ninguna información relevante. A estas alturas en otros casos ya estaba planificando el robo. Bueno, lo que decía, en dos semana se celebraría la gala en honor a Connor Ace, el padre de Sean y uno de los primeros fundadores de aquella empresa.

Obligada a él Donde viven las historias. Descúbrelo ahora