Siempre contigo

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-Maldito –gruño por lo bajo, pero me escucha igualmente.

-Lo siento –se disculpa una vez más, sin que se note culpable. Es evidente que no lo siente–. Es una cuenta muy importante como para dejarla en manos de una mujer.

-Machista de mierda –digo ahora, cabreada con él. Pero también conmigo misma por no haberlo previsto. Debería haber pensado en que mi medio hermano no dejaría nada al azar. Seguramente vino nada más morir mi padre, para ganarse su colaboración. Y ahora me siento una estúpida. Tanta peluca y tanto disfraz para nada.

-Vamos –me apremia uno de los hombres de Malone, moviendo el arma delante de mí–, te está esperando.

-Por mí que siga haciéndolo –me quejo, pero me muevo hacia él. Encontraré la forma de salir de esta, como he hecho siempre. El hombre me empuja una vez en la calle y me cabreo con él por su brusquedad–. No me toques, imbécil.

-¿O qué? –me reta.

-O te meto una bala entre ceja y ceja –replica alguien detrás de él.

Cuando nos giramos, veo a Nolan apuntándole a la cabeza. En un segundo, todas las armas están sobre él. Todavía no puedo creer que haya sabido donde estaba porque pensé que las cámaras no se verían dentro de la sala de seguridad. Sin embargo, lo que me preocupa ahora es cómo saldremos de esta. No estamos en muy buena posición.

-¿En serio crees que podrás llevártela? –ríe el que me empujó–. Tú eres solo uno y nosotros cuatro. No podrás ganar.

-Es muy sencillo –dice Nolan, sin inmutarse–. Aquí solo estoy yo, pero en el tejado de enfrente hay otros tres hombres con rifles de largo alcance apuntándoos a la cabeza a tres de vosotros. Lo único que tengo que hacer es dar la señal y caeréis fulminados. ¿Cuáles de vosotros seréis? Pues supongo que será como jugar a la ruleta rusa, solo que esta vez tiene tres balas en lugar de una.

-Es un farol –dice el que me está usando como escudo humano. Aun así, mira hacia el tejado que ha señalado Nolan. Yo lo miro a él, intentando averiguar qué se propone. Que sepa, ninguno ha traído armas, y menos todavía están en ese tejado.

-Puedes arriesgarte o puedes dejarla libre –le dice, con la calma de quien se siente respaldado por sus compañeros. Desde luego, da el pego–. Tú decides si quieres vivir o morir. Pero hazlo rápido porque mis compañeros no tienen tanta paciencia como yo, y la mía ya se me está agotando.

Por un tenso momento nadie hace nada, hasta que se escucha el sonido de un tubo de escape. Entonces, los disparos se suceden a tal velocidad, que me cuesta saber cuántos están disparando y cuántos tratamos de ponernos a salvo de la balas. Lo que sí sé es que Nolan me grita que corra y le hago caso, aunque mi corazón me diga que me quede con él. Sin un arma, sería más un estorbo que una ayuda, así que echo a correr hacia el otro extremo del callejón, agachada para que las balas que dirigen ahora hacia mí no me alcancen. Cuando giro a la derecha, en dirección al lugar donde están los demás en la furgoneta, escucho pasos detrás de mí, pero no me permito mirar. Sea quien sea, no puedo permitir que me alcance porque no tengo forma de defenderme de él.