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Apenas consigo mantener los ojos abiertos tras la guardia de 48 horas, pero quedarme más tiempo en el hospital, incluso para dormir hasta despejar el cansancio que traigo, no me resulta una idea demasiado atractiva.

Llevo apenas dos años trabajando en el CGH, el Hospital General de Caithness. Es un hospital rural, pero está muy bien equipado, con laboratorio y farmacia propios. Está situado en Wick, una de las ciudades más norteñas de las Highlands, con apenas 7.000 habitantes, y no es el sueño de quien quiera llegar a ser alguien importante en el mundo de la medicina, pero a mí me parece el lugar perfecto. Me siento útil haciendo lo que me gusta, aquello para lo que me preparé durante años, así que no voy a quejarme ni lamentar haber elegido este destino. Solo quiero salvar vidas. Lo demás no me importa.

Acepté el puesto que nadie más quería, porque vivir en una zona rural, perdido en medio de la naturaleza, me atraía mucho. Soy un hombre solitario y autosuficiente, siempre lo he sido, y muy celoso de mi vida privada. Un lugar donde te puedes permitir el lujo de tener una casa en medio de ninguna parte es ideal para alguien como yo. Cuando encontré el lugar perfecto, a orillas del lago Brickigoe, aislado pero con buenas comunicaciones a Wick, supe que no me había equivocado al venir a aquí.

Quien me vea en el trabajo, jamás creería que busco con tanta ansia la soledad en casa porque en el hospital me transformo. Es como si fuese dos personas diferentes. Vestido de uniforme soy atento y parlanchín, pero con ropa de calle, soy un ermitaño que disfruta de su hogar. Mis pacientes necesitan lo mejor de mí y se lo doy, pero una vez fuera, puedo ser quien soy en realidad. Y no es que reniegue completamente de la vida social. Me gusta ir al bar de vez en cuando con mis compañeros para tomar algo, pero soy reservado en cuanto a mi vida privada. Después de dos años, saben tanto de mí como el primer día, salvo que pueden contar conmigo sin condiciones si me necesitan. Creo que eso es lo que realmente importa.

A pesar de mi actitud distante, o probablemente debido a ella, la compañía femenina nunca me ha faltado. Ni siquiera cuando lo primero que hago es aclararles que no habrá más que sexo de mi parte. Ni me quedo con ellas en su casa a dormir después, ni les propongo citas más adelante, salvo para tener más sexo, si los dos estamos de acuerdo. Tampoco llevo a nadie a mi casa. Es mi lugar. Mi santuario. Y a mi hogar me dirijo ahora, con la música a todo volumen y las ventanillas bajadas para que el aire frío de la noche me impida quedarme dormido mientras conduzco. Sé que no ha sido sensato marcharme sin descansar, pero quedarme en el hospital tampoco lo era. Después de oler a medicamentos y a desinfectante durante 48 horas, me apetece ir a casa y meterme en cama. Ni las advertencias del director del hospital ni las del jefe de planta, sobre lo peligroso de conducir sin haber dormido en dos días, me impidieron salir de allí al finalizar mi turno.

-Maldita sea –doy un volantazo y apenas consigo no salirme de la carretera cuando algo aparece de repente, en mi campo visual y se abalanza contra el coche.

Me cuesta controlarlo y doy varios bandazos antes de detenerlo, con un gran chirriar de ruedas, a unos metros de lo que supongo es un animal desorientado. Me sujeto al volante durante un par de minutos para relajar mi respiración y el latir frenético de mi corazón. Lo bueno de todo esto es que no ha pasado a mayores. Y que ya no tengo sueño, se me ha quitado de golpe con el susto de casi atropellar al animal. Cierro los ojos un momento y dejo salir el aire de mis pulmones.

Siempre contigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora