12. DOCE

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Allison se despertó con el sonido de los gritos de Aimee desde la otra habitación, arrugando el entrecejo ante la insistencia con la que la bebé parecía no parar de llorar.

Se fijó en el reloj que había a un lado de la cama, reparando en que eran apenas las siete de la mañana.

¿Habría sucedido algo?

Rápidamente, sus manos apartaron la tela del nórdico que la cubría y caminó hacia la puerta de la habitación de Isaac, la cual estaba abierta de par en par.

Dentro, el ojiazul caminaba de un lado a otro con la pequeña en brazos, la cual lloraba entristecidamente.
Él todavía tenía puesto el pantalón del pijama y sus labios se movían, como si estuviera cantando o diciéndole palabras dulces para calmarla, pero sin tener éxito.

Allison pudo notar que lucía desesperado, como si no supiera qué más hacer.

—¿De dónde saca tanta energía para llorar? —preguntó, todavía restregándose los ojos.

—No tengo idea —respondió Isaac— ha estado así por más de media hora.

—Quizás tenga hambre.

—No quiere tomarse la fórmula.

—¿Has probado a darle una distinta?

—No creo que sea eso —negó, entrecerrando los ojos después de que Aimee pegara otro grito—... quizás sea porque extraña a Michelle. Ha tardado bastante en darse cuenta de que no está.

—¿Es su madre? —se aventuró a preguntar, y la expresión apagada que le dió el rubio fue suficiente para tener su respuesta.

—Sí. Lo era.

Un corto suspiro hizo que el pecho de Allison se hinchara y luego volviera a encogerse. El rostro enrojecido de la pequeña le hacía recordarse a sí misma el día que supo que su madre estaba muerta. La forma en la que no fue capaz de parar de llorar por horas en el hombro de su padre, teniendo que aceptar el hecho de que no volvería a verla otra vez.

El solo pensamiento hizo que sus ojos se cristalizaran. Pero estaba allí para ayudar, y eso no lo haría echándose a llorar junto con Aimee.

—¿Me dejas intentarlo? —preguntó, extendiendo sus manos en dirección a la niña.

Isaac frunció el entrecejo, confundido, pero tan pronto como la vió regalarle esa mirada cargada de seguridad, se percató de lo que intentaba hacer.

—Claro —respondió en baja voz, pasándole a la bebé.

Allison la recibió con un poco de torpeza. Después de todo, no estaba acostumbrada a ir cargando niños por ahí. Pero Aimee era tan cálida y pequeña que cuando la pudo sostener en brazos, esto se sintió un poco extraño.

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