Rata informática »JongSang«

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YeoSang pensaba que comenzaba a actuar un poco extraño. Y a sentirse de esa forma todo el tiempo, también. Comenzaba a tener una batalla mental consigo mismo mientras observaba fijamente las galletas de chocolate en la encimera de su cocina, planteándose a sí mismo si debía hacer lo que realmente quería hacer con ellas.

Él, generalmente, odiaba cocinar, no se le daba bien, aunque podían hacer algo para evitar morir de hambre. Normalmente solía ordenar comida a domicilio si su estómago comenzaba a rugir y se encontraba en casa. En la agencia, solo cruzaría la calle para ir directamente hacia Mcdonald's.
Pero aquella mañana había despertado con las inmensas ganas de intentar hornear algún postre debido a su estado de ánimo feliz y embobado, siendo galletas de chocolate su elección.

Cosa que no le había funcionado en absoluto, pues en algún momento luego de meter la masa de galletas en el horno, se había distraído pensando en cierto hombre guapo que últimamente no salía de su cabeza y hacia a su estómago sentir una estampida de elefantes furiosos, y había olvidado que se suponía debía evitar que su obra maestra se quemase en el horno.
C

osa que obviamente, sucedió.

El inconfundible aroma quemado llegó hasta su nariz y aquello fue lo único que lo obligó a salir de su ensoñación, saltando de su sillón y corriendo–casi tropezando con las paredes–hasta llegar a su horno para abrir la escotilla, tosiendo fuertemente ante el humo negro que golpeó contra su rostro. Apagó el horno y colocándose sus guantes con estampado floral y tomó la bandeja para colocarla sobre la mesa, lloriquiando cuando se dió cuenta de que su creación se había arruinado por completo.
Puchereando mientras tomaba su teléfono y ordenaba una ración de galletas de chocolate, que precisamente eran las que observaba con indecisión sobre su mesón, debatiéndose.

¿Debía... Llevarle algunas a Jjong?

Pensó que su encrucijada no era más que absurda, pero su estúpido enamoramiento lo orillaba a cuestionarse cosas tan simples como pensar que tal vez sería buena idea obsequiar tal colegiala en San Valentín galletas hacia el chico que le gustaba. Claro que para una colegiala su enamoramiento juvenil sería con un chico de su escuela, quizás un jugador de algún equipo escolar, o un músico aspirante; no un sicario asesino el cual era buscado por más de dos países. Lo que era su caso.

Negó con su cabeza, frustrado.

Probablemente no le gustaría alguna cursilería como esa. O incluso, se burlaría.

Bufó, molesto consigo mismo cuando se vió guardando la cajita de galletas en su mochila para luego dirigirse hacia la agencia.

(...)

Su misión asignada fue algo simple, así que no tardó más de una hora en realizarla desde su oficina en la agencia, por lo que más pronto que tarde estuvo vagueando de un lado a otro en los pasillos del edificio, intentando pasar desapercibido por sus compañeros de trabajo.
Cómo hacker, no tenía la obligación de estar presente en el edificio, pues su trabajo podía realizarse con facilidad desde la comodidad de su hogar. A diferencia de los sicarios, que debían reportarse, entrenar, entre otras cosas.
Aunque de vez en cuando, él también debía reportarse. He incluso, podía trabajar en su oficina si se le era más cómodo.

Claro que era uno de los pocos agentes que contaba con su propio espacio, pero no era de eso de lo que estaba hablando.

Aquel no era uno de esos días en el que se le era obligado reportarse en la agencia, ni mucho menos había tenido un ataque repentino de hambre social que lo había llevado a la agencia para interactuar con sus compañeros o algo como aquello. Nuevamente, solo había querido una excusa para ir al único lugar en donde podría encontrarse con Jjong sin parecer un acosador que hackeaba el sistema para saber en dónde vivía.–cosa que claramente podría hacer, pero que no haría–