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El recorrido hasta el lavado automático de autos fue silencioso pero no incómodo. De hecho, estuvo muy lejos de serlo. La música que salía desde los parlantes de la radio era suave y fácil de escuchar, lo cual ayudaba a la comodidad del ambiente.
YeoSang no había dejado de jugar nerviosamente con la manga de su sudadera mientras veía de reojo el perfil de Jjong, su corazón no había parado de latir erráticamente desde que se había apartado del abrazo del mercenario y habían entrado al auto, aún no podía creer todo lo que había hecho y dicho a Jjong. Era algo nuevo con lo que jamás había experimentado antes, y le asustaba lo mucho que estaba gustandole todo aquello.
Miró disimuladamente al sicario, quién ahora volvía a poner el auto en marcha una vez este se encontró completamente limpio de fluidos humanos.

¿A él, también le gustaba lo que hacían?
Bueno, la respuesta era obvia, si seguía ahí junto a él era por qué así era. Aún con ello, YeoSang no dejaba de sentir inquietud.

Quizás su naciente inseguridad se debía al hecho de que no estaba acostumbrado a recibir aquel tipo de compañía, lo cual tenía mucho sentido en su cabeza.
Soltó un suspiro, ahora hundido de lleno en sus pensamientos.
¿Debería romper el silencio? No era uno precisamente incómodo, como había pensado ya, pero le era inquietante de cierto modo. Le gustaría mantener una conversación con Jjong.
Comenzó a estirar las mangas de su sudadera, como un pequeño tic.

—Deja de hacer eso.

La orden de Jjong lo tomó por sorpresa, haciendolo saltar levemente en el asiento del copiloto. Si hubiese estado viendo directamente el rostro del sicario, se habría dado cuenta de que lo había hecho sonreír.
La vergüenza lo azotó en pequeñas cantidades.

—¿Por qué debería? —Refunfuñó, frunciendo su ceño y cruzándose de brazos, desviando su mirada hacia la ventana de su lado, mirando a los autos pasar.

—Por qué arruinarás tu ropa. —Señaló. —No quiero escuchar como lloras porque tu ropa está estropeada.

Pero lejos de sentirse atacado o humillado, YeoSang pensó que era lindo, de cierta forma, que estuviese preocupado por él.

Quizás estaba alucinando cosas. ¿Y si solo era un intento por hacerlo sentir humillado?
Pero simplemente no podía sentirlo como un ataque.

—Solo lo hago cuando no se que decir o estoy nervioso.— La confesión salió sin pensar de sus labios, el rubor lo invadió al darse cuenta de que acababa de admitir que se encontraba nervioso. Ahora Jjong podía descubrir cada vez que él se encontrase en aquel estado. —Y nunca me he quejado.

En aquel momento, no parecía ser el inteligente chico hacker que en realidad era.
Siempre era idiota y descuidado alrededor de Jjong. Se recordó con disgusto, el cosquilleo en sus entrañas aún siendo insistente.
En ningún momento de la conversación se atrevió a mirarlo otra vez. Acomodó sus redondos lentes sin saber que más decir.

—No, no te quejas.—Al fin dijo.—... aún.

Y no supo exactamente qué significaba aquel comentario.
Ahora rascó su nuca con disimulo. No supo cómo responder, por lo que no dijo nada más, observando como nuevamente regresaban a las instalaciones del estacionamiento de la agencia.
Ambos quedaron en completo silencio cuando el auto fue estacionado y el motor apagado.
YeoSang volvió a retomar su pequeño tic nervioso al estirar las mangas de su sudadera, el nerviosismo volviendo a él. El silencio de pronto se había convertido en algo incómodo.

La cálidez de una gran mano colocándose cuidadosamente sobre las suyas lo sorprendió, el contacto detuvo su pequeño tic. El cosquilleo en su estómago aumentó abismalmente, su corazón volvió a latir frenético.

Rata informática »JongSang«Donde viven las historias. Descúbrelo ahora