Ese improvisado amigo que me acompaña cuando exploro los lugares más oscuros de mi mente, que destroza mis inhibiciones con una guitarra ácida sobre un un ritmo incontrolable, que me obliga a fluir al tempo con un bajo que sería capaz de desnudar a una mujer, que hace restallar el sentido de la imprudencia y el deseo con cada golpeteo. Esa bendita música que bien pudiera ser la banda sonora de tus más bajas pasiones. Hace que me recorra un escalofrio por la columna cuando lentamente ese órgano sube de volumen más y más, me explota cada vez que esa guitarra aguda se impone, me eleva cuando esa voz desgarrada lidera una cadena de impacientes acordes interrumpidos sobre el ritmo. Al funk, ese que me acompaña y me saca una sonrisa cuando el resto del mundo se ha sumido en la oscuridad, la luz al final del pentagrama.
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El ególatra que dejó escapar la Luna
PoesíaSerie de reflexiones y escritos cortos que de otra forma estarían cogiendo polvo en algún cajón. Porque creo que lo que de verdad merece la pena es aquello que no estás dispuesto a enseñar.