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Sangre, ese líquido carmesí estaba por todos lados, su olor metálico se mezclaba con el fuerte olor a quemado, el olor del reino siendo consumido en llamas; un reino en ruinas y de las cuales provenían los gritos desesperados y los quejidos de dolor de las pocas personas que habían sobrevivido.

«Corran» Fue lo último que escuchó decir a su padre, quién utilizó sus últimas fuerzas para tratar de proteger a sus hijas.

- ¡Papá!

Despertó sudando, su pecho subía y bajaba con rapidez, casi tan rápido como el palpitar de su corazón.

- Melany -Sintió una mano tocar su hombro- ¿Estás bien?

No respondió, solo se levantó de la cama, dejando su cuerpo desnudo expuesto al frío de la noche. Caminó por la habitación tratando de tranquilizarse, se detuvo para mirar por la ventana y confirmar que todo estaba bien, podía ver la reino de Liones bien; quiso pensar que solo había sido una pesadilla, pero sabía que no era así, todo había pasado de verdad. Eso solo la alteró más.

Lancelot se acercó a ella y la abrazó por la espalda; eso ayudaba, el hecho de sentirse protegida por su primo le tranquilizaba.

- Otra pesadilla.

- ... Sí.

- ¿Quieres hablar sobre eso?

- No, estoy bien -Susurró mientras limpiaba sus lágrimas-Perdón, no quise despertarte.

- No te disculpes, no pasa nada. Solo espero que no hayas despertado a alguien más.

-Igual lo espero, no quiero que nos encuentren así -Murmuró bajando la vista para ver su cuerpo desnudo y aunque no podía ver a su primo, sabía que se encontraba igual que ella.

Había puesto como excusa sus frecuentes pesadillas para poder pasar la noche con su primo; en parte era cierto, lo necesitaba, necesitaba su protección; pero también necesitaba su ayuda con su "pequeño problema".

Desde muy niña había tenido una atracción hacia las chicas, hacía su mismo sexo; a su corta edad le parecía algo que no tenía nada de malo, pero con el pasar de los años se dió cuenta de que aquello estaba mal.

«Los príncipes se casan con las princesas» Fue lo que alguna vez escuchó decir a una mujer en Liones «Los príncipes no se casan con otros príncipes, ni las princesas con princesas».

No sólo para los humanos era así, también para las hadas, los gigantes, demonios y diosas, siempre estuvieron prohibidas esas relaciones. Una relación homosexual era algo muy mal visto, milenios antes era algo prohibido, algo que acreditaba un severo castigo, como la muerte. Ella jamás había visto a dos hombres o dos mujeres juntos, tal vez por el miedo a un castigo o al repudio de todos.

Es por eso, que la joven princesa no podía permitirse tener sentimientos o desear a otra mujer, no podía, mucho menos al ser ella la futura reina de las hadas, debía ser como los demás esperaban.

Tenía miedo de que alguna vez alguien supiera su oscuro secreto y por eso, llena de miedo y nerviosismo, a sus escasos 14 años se acercó a su primo Lancelot -quien se encontraba en una situación similar- en busca de ayuda. Quería arreglar aquél problema, curarse de aquello a lo que muchos llamaban "enfermedad".

-Tal vez deberías decirle a la tía Elizabeth que te ayude con tus alas.

Sé había perdido en sus pensamientos sin darse cuenta cuando Lancelot comenzó a pasar una mano por su espalda, más específicamente por sus alas. Sus alas no eran tan grandes como las de su padre, pero tenían el tamaño perfecto para su edad «Cuando te conviertas en reina tus alas crecerán y serán más hermosas» le había dicho alguna vez su padre.

The New Sinners - Nanatsu no taizai (REESCRIBIENDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora