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Emilio

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Emilio

Cierro los ojos cuando los labios de aquel extraño tocaron los míos. Fue como tocar el cielo y el infierno a la vez. Mis manos bajaban y subían de su espalda disfrutando su cercanía.

Los movemos al compás mientras él pasa sus brazos por mi cuello y yo agarro su pequeña cintura. Nuestros pechos se tocan y no puedo ignorar ese sentimiento hogareño.

Ese sentimiento de querer más, ese sentimiento de algo conocido. De alguien conocido.

Él pasa su lengua por mi labio inferior y se separa lentamente. De cerca podía ver sus ojos por debajo del antifaz y un hormigueo recorre mi piel.

Esos ojos, esa suavidad de labio, su piel, su todo.

Acaso...¿Joaquin?

—¿J-joaquin?—tartamudeo y se que lo arruine cuando él empieza a temblar y se levanta rápidamente de mi regazo.—¿J-Joaquín?.

Lo tomo del brazo cuando intenta huir de mis brazos y él me mira negando rápidamente hacia los lados.

No podía ser él. No lo veía hace tanto tanto tiempo...pero nunca me olvidaría de la suavidad de sus besos. Nunca podría olvidar sus ojos y su piel perlada.

El se incrustó en mi piel tan profundamente que no podía olvidar aquellos ojos miel de mi mente. Nunca podría olvidar jamás aquel hombre que me cautivó de una manera única.

El agarre de mis manos en su brazo se afianza y lo acerco a mi cuerpo. Él abre sus ojos y yo hablo.

—¿Joaquin eres tú?—repito nuevamente pero él se va rápidamente sin dejarme pensar.

Me quedo en el escenario unos segundos sin escuchar los abucheos de los demás por tocar al gran diamante que se escabulló de mis manos.

Sonrío inconscientemente. Puede que quizás mi locura sobrepasó los límites. Porque esa persona no podía ser Joaquín.

¿O si?

—Hey amigo te dejo loco en bailarín...yo que te dije mi hermano la silla de verdad es de oro...—dice Camilo cuando bajo del escenario.

Todo el camino no puedo olvidar el contacto conocido.

Y nunca podría olvidarlo.

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