En realidad el que la hubieran obligado a ponerse un vestido ceñido, hipercorto y unos tacones de quince centímetros colaboró para que no discutiera y aceptara conducir un par de calles y
terminara dando vueltas a la caza de un aparcamiento, un ser mítico similar a los unicornios.
Tres cuartos de hora después de salir de casa, entraban en El Zoom.
May a la cabeza mientras Dul intentaba andar con soltura sobre los andamios que calzaba.
—Voy a la barra a por una copa.
Acuérdate de sonreír, a ver si te acerca algún Milan.
—Algún ¿qué?, ¿ese no es el hombre del hijo de la Shakira y Piqué?
—¿Qué hijo?, ¿de qué hablas?
—Nada, déjalo. ¿Qué es un «Milan»?
—Un Milan, ¿no te acuerdas de las gomas de borrar del cole? —preguntó sorprendida de que su amiga no las recordara.
—Me acuerdo. Lo que no entiendo es que quieres decir con que se me acerque la goma de borrar que usaba cuando iba al instituto. ¿Has bebido antes de salir?
—¡Qué lenta estás! Un Milan es un chavo goma. Sirve para borrar malos recuerdos y esas cosas. Se usan después de una ruptura difícil, tras un desengaño… Lo que viene siendo tu caso.
— Son todos muy jóvenes —contestó obviando el tema Milan. Ella no pretendía olvidar nada, no obstante, tampoco protestó.
—Claro, como tú eres tan vieja. — Se guaseó May.
—Mira a tu izquierda con disimulo.
—Pidió—. He dicho di-si-mu-lo.
Se quejó al ver cómo May se giraba descaradamente a mirar la mesa que le había indicado en la que tres chicos bebían y reían.
—Qué, ¿te gusta alguno?
—No vayas de lista. El chico de la camiseta verde es el frutero de debajo de casa. Pablo, creo que se llama.
—Sí que estás enterada. ¡Es muy mono! Mucho.
—¡Maite! Ni se te ocurra.
La morena obvió la advertencia.
—Me voy a por una copa, ¿te traigo algo?—
Una Cola light sin hielo, pero con limón, por favor.
—Anotado. —Se burló su amiga, quien esbozó una sonrisa condescendiente antes de encaminarse a
la barra, balanceando sus caderas de manera que atrajo todas las miradas masculinas del pub.
Quince minutos después, Dulce seguía esperando el refresco y a su acompañante. Sintiéndose tonta, ahí sentada, sin bebida y sola, se levantó de la mesa que había estado ocupando y,
tras un suspiro resignado, se colocó al final de la interminable cola del baño de mujeres. La chica morena que estaba delante de ella le sonrió comprensiva: —Esto es imposible. Da igual el
país en el que estés, en el baño de mujeres siempre hay que esperar para entrar mientras que el de hombres está vacío.
— Sí, es verdad. —Aceptó sonriendo.
La chica era realmente llamativa, lucía unos pantalones pitillo oscuros, y un top brillante del mismo tono, que resaltaba cada una de sus curvas. Sus taconazos parecían el hermano mayor de
los que ella misma llevaba.
A todo ello había que añadirle su melena larga y ondulada de un negro brillante y su carácter abierto y simpático.
—Yo puedo esperar, si necesitas pasar antes. —Ofreció con generosidad cuando le llegó el turno para entrar al baño.—Gracias, yo también puedo esperar. —Agradeció con una sonrisa.
La chica se la devolvió mientras entraba, caminando con sus zapatos con la misma soltura con la que lo haría si fuera descalza.
—¿Dulce? —preguntó una voz cerca de su oído.
Habría reconocido esa voz en cualquier parte. Con el cuerpo temblando, se giró para toparse con
Christopher, vestido con una camisa negra y unos vaqueros desgastados que, a juzgar por lo que alcanzaba a ver, le quedaban como un guante.
—¡Wow! Estás espectacular —le dijo él mientras se inclinaba a darle dos castos besos en las mejillas—. Te dejo unas horas y te transformas en esta belleza. —Aunque su tono era de broma
parecía estar diciendo lo que realmente pensaba.
Su cercanía le permitió aspirar su aroma y cada una de sus terminaciones nerviosas se derritió a la espera del contacto.
—Gracias —respondió enderezándose más.
¿Qué narices le pasaba a su cerebro que se volvía Blandi Blub cuando ese hombre aparecía en su
campo de visión?, se quejó para sí.
—¿Qué haces aquí? ¿Estás sola?
Estaba a punto de responderle cuando la chica amable con la que había entablado una conversación minutos antes, salió del lavabo y cortó cualquier posible respuesta.
—¡Ucker! ¿No podías esperarme en la mesa? —le preguntó con una sonrisa complacida en los labios.
Este miró a Dul y fue entonces cuando la morena se dio cuenta que la chica del baño y Ucker habían estado hablando.
—Anabel, te presento a Dulce María, una amiga —explicó con incomodidad—.
Anabel, te presento a Dulce María, una amiga —explicó con incomodidad—. Dulce esta es Anabel, otra amiga.
Llevaba todo el día pensando en Dul, pero la idea de reencontrarse con ella frente a Anabel le pilló
desprevenido.
—Encantada, Dulce. —Saludó mirándola con renovada curiosidad.
—Igualmente, Anabel —respondió haciendo uso de su poco habitual diplomacia y estampando dos besos corteses en las mejillas de la chica.
—¿Quieres tomarte algo con nosotros? —Ofreció Christopher—. Estamos en aquella mesa.
Dulce giró la cabeza y vio a tres personas en ella, dos chicos y una chica mucho menos llamativa que Anabel.
Una punzada de alivio le recorrió la espalda, no estaban solos, no era una cita.
—Muchas gracias, pero ya me voy a casa. —Rechazó con amabilidad.
—Vente con nosotros, Dulce. Es mi último día de vacaciones en España,mañana regreso a Ginebra. ¡La noche es joven! —Pidió la morena con una sonrisa.
—En ese caso, que tengas buen viaje, pero no puedo acompañaros. Me voy a casa, aunque antes voy a entrar no sea que se me cuelen —dijo, señalando la puerta abierta del aseo—. Adiós,
Christopher. Encantada, Anabel.
Y dicho esto se despidió con una sonrisa y escapó al interior del cuarto de baño.
—¡Mierda!, ¡mierda! —Se desahogó, apoyándose contra la puerta cerrada.
ESTÁS LEYENDO
Dulce Maria No Deshoja Margaritas
FanfictionLa música es lo más importante en la vida de Dulce María su trabajo, su manera de expresarse, su pasión...