La zona del río era la más propicia para ejercitarse, por esa razón quedaron allí y comenzaron con los estiramientos y el calentamiento. Lo ideal era ir añadiendo metros con cada sesión, de manera que empezaron con un ritmo intermedio y constante.
—Esto de correr es bastante monótono y aburrido. —Se quejó Poncho
—. Estás demasiado callado.
—Estar callado es lo habitual. La próxima vez tráete un ipod y así no te sentirás solo.
—No me extraña que Dulce te dé caña. Eres un borde —le dijo, sabiendo que estaba poniendo el dedo en la llaga.
—Pues eso, numeritos. Hay que estar callado para correr. —Le espetó, y aceleró el ritmo como venganza por su comentario.
Durante casi media hora siguieron corriendo en silencio, Poncho esforzándose en seguir el ritmo que marcaba Christopher y él dándole vueltas a las palabras de su amigo sobre Dulce.
Poco tiempo después dejaron de correr, pero mantuvieron el paso rápido para no bajar abruptamente las pulsaciones.
—Voy a dejarle espacio y tiempo a Dulce. Además he pensado en fomentar nuestra amistad. —Expuso directamente —. No quiero precipitarme.
—¿Te gusta? Y que quede claro que te estoy preguntando si te gusta lo suficiente como para plantearte una relación normal con ella.
—Sí.
—Me refiero a una relación exclusiva y todo lo que ello conlleva. — Volvió a insistir.
—Sí. —Repitió, respetando la preocupación de Poncho.
—Entonces tu estrategia es un error.
—¿Tú crees? —preguntó deteniéndose.
Su amigo se paró frente a él y se subió las gafas por el puente de la nariz.
Ucker también se paró y se puso a estirar los músculos tras el ejercicio.
—Estoy seguro. Si le ofreces tu amistad y te apartas pensará que no quieres más que eso.
—¿Se puede saber desde cuándo eres un experto en mujeres? —preguntó con escepticismo.
—Desde que me paso el día rodeado de ellas. Soy profesor en un instituto, mis alumnas están más pendientes de los chicos que de resolver correctamente las ecuaciones que les pongo. Y luego está
Anny…
—Traduciendo… Tú y tu novia han hablado sobre lo mío con Dulce y Anahí te ha dicho lo que
acabas de repetirme. —Adivinó sin mucho esfuerzo.
—Más o menos. —Aceptó.
Ucker arqueó una ceja, interrogante.
—Un noventa por ciento de más y un diez por ciento de menos. —Confesó algo avergonzado por haber intentado quedarse con el mérito.
—En ese caso, y más teniendo en cuenta que Anny es la mejor amiga de Dul, les haré caso y no me apartaré.
—Exhausto se tiró en el suelo, sobre el césped.
—En realidad ella propone algo más… drástico. —Poncho se sentó a su lado, seguro de que si se tumbaba no sería capaz de levantarse durante horas.
—Dispara, numeritos. Me muero de curiosidad por descubrir lo que tu chica considera drástico.
—Por si te interesa, el termino que yo utilizaría es locura, pero allá tú.—Señor, esto es una irregularidad. No puedo hacer lo que me pide. —Se negó la administrativa, entre confusa y preocupada.
La mujer tendría unos seis años más que Christopher, pero en esos momentos su gesto serio la hacía parecer mayor.
—¡Esto es discriminación! —Se quejó Ucker—. No entiendo porqué no se me permite matricularme como a cualquier otro alumno.
—Porque no cumple con la edad establecida, ya se lo he dicho. —Insistió la mujer.
—Quiero hablar con el director del centro. Y si no se me acepta quiero la hoja de reclamaciones. —Amenazó como último cartucho.
—Será lo mejor, sí. Que el director se encargue de usted —confirmó, levantando el auricular del teléfono y marcando el número indicado—. A ver si él consigue hacerle entrar en razón.
Cinco minutos después, el director de la sociedad musical atravesaba la puerta del pequeño despacho acristalado de administración. El directivo era un hombre de unos cincuenta años, vestido
con unos pantalones de pinzas color caqui y un polo azul marino. Su rostro cubierto por una tupida barba irradiaba confianza y amabilidad.
En cuanto cruzó la puerta, la secretaria, impaciente por deshacerse de
Christopher, le puso al día del problema, haciendo hincapié en el curso en el que pretendía matricularse. Mientras tanto, el aludido se mantenía impasible a la espera del veredicto.
—No veo porqué no puede inscribirse en ese curso si así lo desea —comentó el director—. Si bien es cierto que el nivel de esa clase en cuestión es extremadamente bajo y es posible que se acabe aburriendo y gaste su dinero para nada. No hay nada en los estatutos que le impida participar en él.
—Merche, dale los impresos para que los rellene —indicó el director.
—Sí, Antonio. Como tú digas.
—Muchas gracias por su ayuda —le dijo al director—. Estoy seguro de que no me voy a aburrir. Me han comentado que la profesora es un músico excelente —siguió explicando Ucker, simulando
no estar al tanto de quién impartía las clases.
—Lo es. Además de una mujer encantadora.
¡Me has descubierto! Pensó Christopher, sonriendo al hombre, que le ofreció la mano antes de marcharse con la misma rapidez con la que había llegado.
La pobre administrativa hizo un último intento para conseguir que desistiera.
—¿Está usted seguro de que quiere matricularse en esa clase?
—Sí, señorita. Lo estoy. —Zanjó cortante.
—Como quiera… ¡Esto es una locura! Una completa locura —murmuró para sí aunque lo suficientemente fuerte para que Christopher la escuchara.
La clase estaba a punto de comenzar cuando salió del despacho, y tal y como le indicaron, subió al segundo piso en el que se encontraban las aulas. No tuvo ninguna dificultad en dar con la suya
porque las voces y las risas se escuchaban desde el pasillo.
Con sigilo, se acercó hasta la puerta entreabierta y observó a Dulce con los niños.
—Chicos, siéntense. ¡Vamos! Que se nos va a pasar la hora sin hacer nada. — Se quejó con cariño.
Para sorpresa de Ucker estos obedecieron a su profesora y tomaron asiento en las diminutas mesas y sillas que formaban un círculo en el centro del aula. Es imposible que me siente ahí,
pensó Christopher, de repente preocupado por haber seguido los consejos de Anny, y haberse lanzado a semejante locura.
Estaba tan ensimismado en sus pensamientos que no se había dado cuenta de que la clase se había quedado en silencio y los presentes estaban mirándole.
—¿Christopher, qué haces aquí? — preguntó Dulce con asombro y curiosidad en la mirada.
—Soy tu nuevo alumno. —Anunció con una media sonrisa.
—¿Es una broma? Tú no tienes cuatro años —dijo, enrojeciendo de vergüenza al darse cuenta de lo estúpido que había sonado su comentario.
—No, no los tengo, pero es cierto que soy tu alumno, acabo de matricularme. Desde que te conozco estoy muy interesado en la música — comentó él, con total seriedad.
Dulce se quedó callada unos segundos. Asimilando lo que estaba sucediendo, lo que acababa de
confesarle Christopher…
Dispuesta a no ponérselo nada fácil. Centró su atención de nuevo en la clase y les habló a los niños:
—Chicos, tienen un nuevo compañero. —Y girándose hacia Ucker le dijo—: Ahora preséntate a los demás alumnos, seguro que están deseando saber de ti.
En ese instante, Ucker se dio cuenta de dónde se había metido; a partir del instante en el que cruzó el umbral Dul se convirtió en su profesora y como a tal debía obedecerla.
Diez pares de ojos se posaron sobre él con evidente interés.
Antes de que pudiera emitir un solo sonido una niña con una cola de caballo rojiza levantó el brazo con ímpetu.
Dul le hizo un gesto con la cabeza para indicarle que tenía la palabra.
—¿Es tu novio?
A Christopher le cayó inmediatamente bien la pelirroja. ¡Toma ya! Responde a eso, pensó con una sonrisa pícara.
—No, Leire. No es mi novio. —Y añadió, girándose hacia Christopher —: Será mejor que te presentes antes de que tengamos que responder a otra pregunta embarazosa.
—¿Vas a tener un bebé? —Irrumpió a voz en grito, Jordi—. Mi mamá también va a tener uno.
—No, cariño. No voy a tener ningún bebé.
Christopher comprendió sin dificultad la mirada de te lo dije que le dirigió su nueva maestra.
La clase pasó con rapidez, Dulce se entendía muy bien con los niños, y era evidente en cada gesto que ellos la adoraban. Al finalizar la clase, se acercó hasta ella, que recogía la clase aparentando que no se daba cuenta de su presencia, para seguir con el plan trazado.
—Dul, ¿me llevas a casa? Por favor.
— ¿No has venido en tu coche? — preguntó extrañada, de Valencia a Sagunto había unos veinticinco
kilómetros aproximadamente.
Negó con la cabeza.
—He cogido el tren. No conocía la ciudad y me ha parecido más seguro venir en transporte público. Pero ahora que lo pienso, podríamos turnarnos el coche, si quieres el jueves conduzco yo.
—Ofreció con naturalidad.
—¿Vas a volver el jueves?
Él sonrió con malicia, al tiempo que asentía ligeramente con la cabeza.
—Me he propuesto ser tu mejor alumno. Puede que incluso te traiga una manzana para hacerte la rosca y me apruebes.
—Nada de fruta. ¡Por favor! —Pidió y su tono sonó a súplica.
ESTÁS LEYENDO
Dulce Maria No Deshoja Margaritas
FanfictionLa música es lo más importante en la vida de Dulce María su trabajo, su manera de expresarse, su pasión...