Dieciséis

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A las cinco y cuarto entró en el aula para preparar la primera clase del año, sus alumnos comenzarían a llegar dentro de poco acompañados por sus padres, y Dulce quería tenerlo todo listo. Abrió el armario y empezó a sacar los instrumentos con los que trabajarían.
Los martes y los jueves tenía clase con niños de cuatro años a los que les introducía en el mundo de la música.
Muchos de ellos seguían estudiando una carrera musical después, y de alguna manera Dulce siempre se sentía orgullosa de sus éxitos como si fueran propios. Los pequeños siempre le
alegraban el día y conseguían que se olvidara de los problemas.
El trabajo en La cajita de música era una de las pocas cosas que debía agradecerle a su padre. Bloqueó su mente de recuerdos dolorosos y se concentró en el trabajo con los niños, cuando estaba con ellos se entregaba al cien por cien. Lo que iba a liberarla de que sus pensamientos se fueran por el camino que llevaban días escogiendo sin su consentimiento.
Sonrió cuando escuchó las risas en el pasillo, sus quita penas ya empezaban a llegar.
Los niños andaban alborotados tras tantos días de vacaciones escolares, pero se centraron en cuanto comenzaron con sus juegos. Dul les permitía usar algunos instrumentos para que se
familiarizaran con ellos, de modo que en el aula disponían de un piano, triángulos, una batería y un xilófono.
Como era habitual en cada clase, le costó un cuarto de hora atraer su atención hasta lo que había preparado para esa tarde.
Conectó el radio CD con que realizaban los ejercicios de percepción musical y un tambor comenzó sonar marcando una marcha militar:
—¿Alguien sabe qué instrumento está sonando? —preguntó fingiendo no saberlo—. ¡Ayudanme, chicos!
—Tambooor. —Gritó Jordi, el benjamín del grupo.
—¡Muy bien! ¿Y cómo tocamos el tambor?
—Así —contestó Alicia simulando que sostenía dos baquetas en sus manos.
—Estupendo. Lo haces muy bien, cariño.
—¡Seguimos! Chicos, atentos al siguiente sonido.
Anunció mientras volvía a pulsar el play, la dulce melodía de la flauta invadió el ambiente.
Cuando la pieza terminó, Dulce continuó con sus preguntas:
—A ver, niños, ¿quién puede decirme qué instrumento es el que suena?
—Una nariz. —Gritó Marcos, muy convencido de que su respuesta era correcta.
—¿Una nariz?
—Sí, como la de Bob Esponja. — Aclaró Leire señalando su nariz llena de pecas.
Dul estaba descolocada. Evidentemente no estaba tan aislada del mundo infantil como para no saber quién era Bob Esponja, pero la respuesta de sus alumnos la tenía totalmente perdida.
—Bob Esponja toca música con su nariz, así —dijo la niña moviendo los dedos como si estuviera tocando una flauta.—
Muy bien, Leire. Una flauta. — Alabó, introduciendo a su vez el nombre correcto del instrumento.
La niña hizo un gesto de incomprensión. Repasando las caras de sus otros alumnos comprendió que
ninguno de ellos comprendía muy bien lo que era una flauta, en cambio la nariz de Bob Esponja quedaba clara para todos.
-Quiero decir que muy bien, chicos. Es una nariz como la de Bob. — Exclamó sonriente.
—¡Bien! —Vitorearon los niños a coro.
Dulce se unió a sus risas, si Anny
hubiese estado en el aula habría soltado alguno de sus refranes, probablemente aquel de «si no puedes con ellos, únete a ellos».

Hora y media después en lo único en lo que podía pensar era en tumbarse en el sofá y hartarse de televisión hasta que le entrara el sueño. Sin embargo, todavía tenía que encargarse de algunos
pendientes antes de poder disfrutar del tiempo de relax que tanto ansiaba. El más inmediato era la cena, que le tocaba preparar a ella.
Optando por algo fácil y rápido se encaminó hasta la frutería del padre de Héctor para abastecer su nevera de comida sana y fresca.
Tanto Héctor como su padre estaban atendiendo a unas clientas, así que Dulce se dedicó a mirar el género y decidir qué comprar. La mejor opción tras las comilonas navideñas era una ensalada de fruta que sirviera para depurar el organismo y ayudara a bajar los kilillos después de tantos turrones y dulces. Ya casi tenía la lista mental hecha de lo que iba a contener su cena cuando el sonriente frutero se le acercó:
—Papá, de esta chica tan bonita me encargo yo —le dijo a su progenitor, que se veía más que orgulloso del desparpajo de su hijo.
—Di que sí, hijo. Hay que tener contentas a las clientas, y si son tan guapas como esta, más —aprobó sonriente.
—Hola, Dulce. ¿Qué te pongo?
—Hola, Héctor. Ponme un kilo de fresas, por favor. Que sean dulces. — Pidió correspondiendo a la sonrisa del chico.
—Marchando —contestó con su acostumbrada amabilidad, y añadió con picardía—, estás muy guapa, por cierto.
Dulce rio agradecida por el piropo. —Creo que en estos dos días lo he oído más veces que en toda mi vida. Al final tendré que creérmelo. —Bromeó con él.
—No lo dudes. Estás guapísima, y que conste que no solo lo digo yo, mi padre me secunda.
—A ver, ¿qué quieres de mí que tanto me adulas? —preguntó perspicaz y divertida a la vez.
—No seas malpensada. Lo digo de verdad. Estás muy guapa. —Reafirmó con una sonrisa—. No quiero decir que antes no lo estuvieras, lo que pasa es que ahora no lo escondes.
Dul se quedó un momento en silencio, maravillada por la capacidad de Héctor para comprender la verdad.
—En ese caso, gracias. De cualquier modo, pregunta lo que quieras saber. Hoy me siento generosa. —Le pinchó, para disimular su aturdimiento.
—¿Qué más te pongo? Dul se rio con ganas ante la picardía de él.
—Peras, cuatro o cinco que se me ponen malas. Y cuatro o cinco manzanas también.
—¿Algo más?
—Un kilo de plátanos, por favor.
—¿Listo? —preguntó cuando los hubo puesto.
—Sí, eso es todo. ¿Qué te debo?
—¿Sabes? Creo que voy a aprovechar que estás tan guapa y tan estupenda para hacerte la pregunta que me has ofrecido.
—Dispara.
—¿Cenas conmigo esta noche? — preguntó con el gesto más travieso que Dulce hubiese visto nunca en un hombre.
—Me gusta tu estilo —contestó pensativa—, te espero en mi casa a las nueve. No llegues tarde.
—No, seré puntual como un reloj, y Dulce. Muchas gracias.
—De gracias, nada. Espero que me digas por lo menos diez veces más lo guapísima que estoy. —Bromeó ella.
Las risas de Héctor todavía se escuchaban cuando cogió su bolsa y salió de la tienda mucho más animada y haciendo cábalas sobre cómo conseguir que May claudicara en su intención de rechazar al chico. Y es que, sin ninguna duda, una persona tan jovial y divertida era lo que necesitaba su amiga para comenzar a volver a ser ella misma.

Dulce Maria No Deshoja MargaritasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora