Treinta Y Dos

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En veinte minutos se habían plantado en Valencia, y a solo una calle de casa de Ucker se había producido el desastre: el coche había girado al reventarse una de las ruedas traseras mientras él gritaba como una niña asustada. Con toda seguridad por la poca confianza que tenía en su modo de conducir. A pesar de ello, Dul se aferró con fuerza al volante y evitó una colisión al mantener
circulando el vehículo por su carril. Con los pies temblando encima de los pedales, se apartó a un lado y paró el coche.
—Hemos pinchado. —Anunció Christopher.
—Gracias, Sherlock, no lo había notado.
Sin responder al comentario sarcástico se apeó y fue a comprobar el estado de la rueda accidentada. Dulce siguió sentada, todavía recuperándose de la impresión.
—Está completamente reventada, vamos a tener que cambiarla. Así no llegarás a tu casa sin destrozar la llanta.
—Mejor llamo a la grúa. No vamos a cambiar la rueda en plena carretera.
—Mi casa está a cien metros. Meteremos el coche en mi garaje y la cambiaré allí, si lo prefieres. Pero no es tan raro cambiar una rueda en la calle, ya lo he hecho antes —explicó con una
sonrisa.
—Tú no eres un buen ejemplo.
—¿Y eso por qué?, ¿ya empezamos con las críticas?
—No es una crítica, me refiero a que eres tan poco convencional como yo misma —explicó volviendo a darle al contacto para arrancar el motor.
—¡Eso no me lo esperaba! ¿Acabas de piropearme?
—Si eso te hace sentir mejor… — Pinchó sin admitir nada.
Siguiendo sus instrucciones se metió, circulando muy despacio, por la calle en que estaba situado el garaje y entró en él cuando ucker se sacó el pequeño mando a distancia que llevaba colgando del llavero.
—Espera, yo entraré a pie y así te indico cuál es mi plaza. Baja la rampa con cuidado y párate al final de la calle.
—¿Tú coche no está aquí? — preguntó desconcertada. Antes de que se apeara.
—El piso venía con dos plazas de aparcamiento, una para mí y otra para mi futura esposa —comentó con un guiño.
—Interesante… Puedes ponerlo en tu ficha de Meetic, seguro que hay alguna capaz de casarse contigo por conseguir esa plaza.
—Eres cruel. Eso ha dolido.
—¡Bien! —Exclamó sonriente—. Objetivo cumplido.
—Puede que te sorprenda, pero nunca recurriría a una web de citas. No me fío de eso.
—¿Qué quieres decir? —preguntó intrigada.
—Que si alguien tiene que acudir a ellas para encontrar pareja es que algo no le funciona. Hay potenciales parejas por todas partes: en el trabajo, el gimnasio, los pubs que frecuentas los
fines de semana, incluso en el supermercado.
—Veo que no solo eres un escéptico, también eres muy práctico. De paso que haces la compra le tiras los tejos a la carnicera. —Se burló.
—Tú lo has dicho, práctico y realista. ¿Debería poner esto también en mi perfil?
No esperó a que respondiera, salió del coche para indicarle dónde debía estacionar.
Tras esperar con una sonrisa maliciosa a que maniobrara para poder aparcar, se acercó para asomar la cabeza por la ventanilla abierta de Dul y comentarle con sorna:
—Llevarás rueda de repuesto.
Como respuesta le lanzó una mirada mortífera, salió del coche para abrir el maletero y apartó la tela que ocultaba el gato hidráulico y la rueda nueva.
Christopher sonrió, burlón, y se deshizo de la chaqueta que dobló cuidadosamente antes de colocarla en la bandeja del maletero para que no se arrugara. Sin embargo, no se detuvo ahí, siguió desnudándose ante la estupefacta mirada de Dulce que no se perdía detalle. El jersey de lana que llevaba y la camisa siguieron a la chaqueta, de manera que se quedó solo con la camiseta interior blanca que marcaba todos y cada uno de los músculos de su estómago, y dejaba al descubierto sus fuertes brazos.
—¿Por qué te desnudas? —Inquirió con la voz temblorosa, y las mejillas enrojecidas.
—No quiero ensuciarme la ropa al cambiar la rueda. ¿Por qué te incomoda? Ya me has visto antes con menos ropa.
—No me incomoda verte semidesnudo. —Se defendió—. Te he preguntado por simple curiosidad.
Christopher se rio de la exageración de considerarlo casi desnudo y se centró en sacar las herramientas del maletero. Por su parte, Dulce dedicó sus esfuerzos a no hiperventilar cuando la imagen del cuerpo de Ucker, desnudo y brillante por el sudor, se instaló en su mente.
Aguijoneado por sus propias palabras.
Resultaba aburrido e interesante a la vez, ver a alguien cambiar una rueda. La parte positiva se centraba en deleitarse al ver cómo se le contraían los músculos de los brazos y los hombros cada vez que aflojaba y apretaba un tornillo o utilizaba el gato.
La negativa era estar parada sin hacer nada, situación que chocaba de frente con el carácter activo de Dulce.
Así pues, lo único en lo que podía colaborar era en ir a encender la luz cada vez que se apagaba pasados los minutos de rigor. Fue en uno de esos intervalos a oscuras cuando en su camino hacia el interruptor de la luz, tropezó con él, que se había cambiado de sitio sigilosamente, y acabó sentada en su regazo.
Ucker estaba en cuclillas observando su obra cuando la vio dar un traspié que la llevó directamente hacia él. Alargando los brazos la asió por la cintura y amortiguó el golpe con sus muslos. La reacción de su cuerpo ante el peso de Dulce fue instantánea, con una fuerza arrolladora su masculinidad intentó abrirse camino a través de la tela de su pantalón vaquero.
Dulce se agarró con fuerza al cuerpo que la sostenía y pasó el brazo alrededor de su cuello para afianzarse y no caer. Estaban tan cerca que percibía su olor y el calor de su piel en las yemas
de los dedos.
Inconscientemente acercó su rostro al suyo, buscando su boca, ansiando el contacto que venía a continuación.
Durante un breve instante pareció que Ucker iba a hacer lo mismo, que recorrería la corta distancia que separaba sus labios y la besaría. Pero el contacto no se materializó. En su lugar se levantó del suelo, obligando a Dulce a hacer lo mismo, y sonrió. Incluso en la penumbra iluminada por la tenue luz de emergencias, pudo ver que su sonrisa era amistosa, no había rastro sensual en ella.
—Dijimos que íbamos a ser amigos sin besos y a punto hemos estado de saltarnos las normas —dijo con aparente tranquilidad.
—Tienes razón. Amigos sin besos. Un trato es un trato.
—Me alegra mucho que estés de acuerdo conmigo.
—Déjame apretar bien los tornillos y ya podrás marcharte a casa —comentó con la mirada clavada en la de ella.
—Voy a darle a la luz.
Christopher se felicitó a sí mismo mientras se esforzaba por permanecer tranquilo. Le había costado media vida no besarla, pero no quería darle munición con la que rechazarle. Antes de eso debía demostrarle que ya no estaba interesado en una relación abierta que se limitara a la mutua satisfacción. Por fin se había dado cuenta de que quería algo más con ella. Dulce era la mujer perfecta para él: no se asustaba cuando él sacaba a relucir su sarcasmo, de hecho le respondía con la misma ferocidad con que él lo hacía, era ingeniosa, inteligente, y aunque antes no se hubiese
dado cuenta, atractiva e interesante en todos los sentidos.
La melodía de un móvil lo sacó de sus reflexiones. Se llevó la mano al bolsillo de atrás de sus pantalones para comprobar que no era el suyo el que estaba sonando, pero antes de que pudiera sacarlo escuchó la voz de Dulce responder al suyo.
—Hola, Bertram. ¡Qué alegría que me llames! —dijo con una enorme sonrisa en el rostro.
—Dul, soy May —comentó su compañera de piso, desconcertada—. ¿Se te ha estropeado el identificador de llamadas?
—Sí, lo sé. Hacía mucho que no hablábamos. Dime, ¿qué necesitas?
—¡Qué rara estás! Te llamaba para saber si vas a venir a cenar a casa. Héctor y yo vamos a pedir una pizza, y si tu vienes pediremos una familiar ¿te apuntas?
—Me encantará cenar contigo. Ya lo sabes.
—¿Estás con Ucker? —Adivinó May, burlona.
—No sé de qué me hablas. ¡Qué malo eres! —Siguió coqueteando imaginariamente.
—Los celos no siempre son una buena táctica. Lo mejor es que te lances directamente. —Aconsejó con picardía.
—Lo siento, Bertram. Hoy es imposible, si quieres el jueves me viene bien. ¿Hablamos mañana durante el ensayo y concretamos?, ¿o prefieres que te llame más tarde, cuando llegue a
casa?
— Yo te diría que hablemos mañana, pero seguro que Bertram escoge la llamada. Sobre todo si aprovechan para practicar sexo telefónico.
—Entonces te llamo antes de dormir y concretamos nuestra cita.
—Claro, cariño. Sabes que me encantará cenar contigo, pero siento decirte que vas a tener que compartirme con Héctor. ¡Tengo novio!
—Genial entonces. Un beso.
—Muakisss. —Se burló May.
—Jajajajaja ¡qué pícaro! Otro para ti. —Se despidió antes de colgar.

Dulce sonrió satisfecha, como si en realidad hubiese mantenido una conversación picante y sexy con Bertram y estuviera encantada después de ella.
Con disimulo, miró a Christopher, que no había apretado ningún tornillo, pendiente por completo de su conversación, y le preguntó con la misma sonrisa.
—¿Puedo irme ya? Tengo cosas importantes que hacer.
—Estoy seguro de que es así —dijo con enfado mal contenido—. Dame un minuto.
—Te doy dos. Por lo que veo has estado ocupado y están todos los tornillos por apretar.
—Con uno será suficiente. No quisiera que llegues tarde a tus asuntos importantes.
—¡Qué amable eres!
May colgó el teléfono con una sonrisa de satisfacción, y miró a Héctor que cortaba la lechuga para preparar la ensalada que iban a comer junto a la pizza.
— ¿Cena Dulce con nosotros?
—Sí. Estará en casa en un rato.
Ahora está ocupada. —Bromeó para sí misma ya que Héctor no había escuchado la conversación de las dos amigas.
—Estupendo, dos mujeres preciosas para mí solo. Soy un hombre afortunado.
—Sí que lo eres.
—¿Por qué sonríes de ese modo? — preguntó con curiosidad.
—Dulce por fin se ha enamorado. He esperado muchos años a que esto pasara y por fin ha llegado el día. Está colada por Christopher.
—¿Y?
—¿No lo entiendes? He tenido que soportar su malhumor cuando se encontraba el cuarto de baño ocupado, su desdén por la ropa y los complementos. Su gusto por las películas de terror, y su animadversión por el romanticismo.
—¿Crees que ahora que se ha enamorado va a cambiar sus gustos? — Héctor era completamente escéptico respecto a la teoría de May.
—Puede que no todos, pero sí que podré devolverle la pelota cuando me tope con Ucker en mi cuarto de baño — dijo con convicción.
—Que Dulce esté enamorada no significa que él sienta lo mismo. Ya nos contó el tipo de relación que le propuso —comentó Héctor con tacto—. Yo también pensaba después de verle reaccionar como lo hizo cuando me vio, que estaba enamorado de ella, pero ahora… No pondría la mano en el fuego por eso.
—Te apuesto lo que quieras a que lo tiene comiendo en su mano antes de Fallas. —Ofreció tentadora.
—¿Lo que quiera?
—Lo que quieras. —Ratificó pasándole un dedo por la clavícula.
—¡Hecho! Y que Dul me perdone por apostar contra ella, pero la oferta es irrefutable.

Dulce Maria No Deshoja MargaritasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora