Quince

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No permitió que nada perturbara la burbuja que había erigido a su alrededor y, gracias a Maite , que ejerció de cancerbero y la apoyó hasta el último instante, pudo aislarse de todo y de
todos.
Anny comprendió que había sido demasiado romántica al creer que Ucker y Dulce pudieran congeniar. En los libros y en las películas la antipatía siempre termina en romance; en la vida
real, las cosas eran diferentes. Por esa razón le dejó espacio para que se recuperara, y siguió su estado de ánim a través de May que la llamó varias veces en esos tres días para tranquilizarla.
Bertram, por su parte, se mantuvo en un discreto segundo plano, a la espera de que ella recurriera a él cuando le necesitara.
Durante ese tiempo reflexionó sobre sí misma y sobre los que la rodeaban. Por fin había decidido librarse del lastre que era su infancia, y no iba a consentir que los prejuicios que Christopher había
mostrado abiertamente por ella, desde el instante en que se conocieron, le afectaran lo más mínimo. Durante años había sido capaz de ser feliz consigo misma sin la aprobación de nadie, y no
estaba dispuesta a necesitar ahora la aprobación de un arquitecto arrogante y presuntuoso.
Después de tres días de aislamiento su vida regresó a la normalidad. Se levantó temprano y llamó a Anny y a Poncho para advertirles que no quería que nadie fuera a ver la prueba, no deseaba que nadie la distrajera de su objetivo: conseguir la plaza de primera chelista. Anny se sentía demasiado
culpable para replicar, de manera que no lo hizo y los demás, Poncho y May, acataron su decisión del mismo modo.
Ni siquiera se molestó en llamar a su padre, Fernando no sabía nada de la prueba y era mejor que no lo supiera. Su sola presencia arruinaría todas sus posibilidades de triunfo.
Por fin llegó el día nueve y Dulce supo que podía ser el inicio una nueva vida; Viena se veía lejana, aunque en realidad la sentía como un sueño aparcado indefinidamente. No había renunciado a sus sueños, ella no era de las que se rendían, solo había alterado el orden de sus prioridades.
Evadiéndose de todo lo que la rodeaba permitió que sus dedos se movieran solos para que la música tranquilizadora comenzara a sonar en su cabeza.
Era la tercera para hacer la prueba, de manera que estaba sentada en el extremo derecho de la primera fila, a la espera de que terminaran sus dos compañeros, al haber sido la última en
apuntarse, le había correspondido también ese lugar para su práctica.
La ejecución del primero fue correcta, había escogido La Suite N.º 1 para Violonchelo de Bach, pero no había dotado a la pieza de la pasión que esta necesitaba. Desconectó mientras el segundo subía al escenario, al tiempo que sus dedos seguían creando música, concretamente el Concierto para
Violonchelo en Mi menor, Op. 85 de Elgar, que Ucker le hubiera aconsejado que la tocara no había tenido nada que ver en su decisión, se dijo marcando las notas con los dedos.
Christopher entró en El Palau y se dirigió hacia la zona menos iluminada intentando pasar desapercibido. El tipo de seguridad de la puerta había supuesto que era pariente de alguno de los
músicos y ni siquiera le había parado al entrar.
Se había limitado a sonreírle con cortesía, seguramente imaginando que estaba tan nervioso como los propios músicos que postulaban para el puesto, y se había hecho a un lado para que entrara.
Optó por sentarse en la última fila de asientos, todavía no había subido el primer candidato cuando sintió que alguien se acercaba por detrás y le tocaba el hombro. Se giró con curiosidad y se topó de frente con la cara de sorpresa de Poncho.
—¿Qué haces aquí? —preguntó con el asombro pintado en los ojos.
—Imagino que lo mismo que tú. ¿Por qué no estás en clase?, ¿ya han empezado no?
—Tú primero, ¿por qué estás aquí? —Insistió Poncho—. Y no me vengas con que vienes de visita turística.
—¿Por qué no estás en clase? — Contraatacó Ucker, poco dispuesto a confesar.
—Los lunes solo tengo clase por la tarde. Te toca, ¿qué haces aquí?
No tuvo tiempo de responder antes de que una tercera persona se les uniera.
—Dul no quería que viniera nadie. —Anunció Mayte con convicción.
—Tú eres alguien.
—La respuesta de Poncho pilló desprevenida a la violinista.
—Yo trabajo aquí, ¿recuerdas? —Y cambiando de interlocutor se giró para afrontar a Ucker—: ¿Qué haces tú aquí? Procura que Dulce no te vea o dejara de tocar solo para venir a echarte a
patadas. No le estropees la prueba o tendrás que vértelas conmigo
—He venido a acompañarle. —
Mintió sabedor de que su amigo no le delataría.
Tras haber afrontado tres veces la misma pregunta, Christopher comenzó a cuestionar su propia respuesta.
—Me voy más adelante para controlar las expresiones de los músicos que participan como jurados. Que no los vea Dul. Sobre todo a ti. —Advirtió a Ucker, antes de marcharse sigilosamente.
—¿Qué haces aquí? —Volvió Poncho a la carga.
—Cuatro veces en menos de dos minutos, seguramente haya conseguido algún récord. ¡Tendré que averiguarlo!
—No divagues y responde a mi pregunta.
—¿Qué haces tú aquí? ¿Has venido porque te lo ha pedido tu novia?
—No, he venido porque Dulce es mi amiga, y sigues sin darme una explicación. —Apuntó cada vez más molesto—. Empiezo a creer que te da miedo buscar esa respuesta.
Ucker iba por fin a contestar cuando Dulce se levantó de su lugar en la primera fila, con su chelo en una mano y el arco en la otra, y comenzó a andar hacía el escenario. Con elegancia subió
las escaleras y ocupó la silla en el centro de la escena.
La tensión provocada por las incómodas preguntas que se negaba a responder se había acumulado en el estómago de Christopher , que ahora era incapaz de despegar los ojos del lugar que Dulce ocupaba, pendiente de cada uno de sus movimientos.
Fue entonces cuando Bertram apareció en escena y la tensión estalló por donde pudo, sus dientes rechinaron en el instante en que apretó con fuerza la mandíbula, gesto inconsciente que hacía
cuando estaba alterado. El director se inclinó sobre ella con confianza, con toda seguridad para entablar una conversación en susurros, pero Christopher no era capaz de razonar, solo se fijó en la
estrecha relación que los unía: habían salido juntos, conversaban con intimidad, tenían mucho en común…
En medio del silencio sepulcral, Poncho escuchó el sonido del malhumor de su amigo.
—Vas a tener que contarme lo que sea que está pasando entre tú y Dul. No pienso dejar de preguntar hasta que me lo digas —dijo dispuesto a cumplir su amenaza.
—De acuerdo, pero ahora cállate y déjame escuchar. —Exigió sin apartar los ojos de la pareja que hablaba en el escenario.
Los dos hombres pensaron lo mismo simultáneamente, Ucker no había negado que hubiera algo que contar.
Sintió un calor agradable en el estómago que fue subiendo hasta su garganta, cuando las primeras notas de la melodía se escucharon en el teatro: Elgar, después de todo, todavía había esperanza.
Volvió en sí cuando Poncho le tocó el brazo, su amigo le hizo un gesto para que se marcharan antes de que terminara la actuación y todos se pusieran en marcha. Si al encenderse las luces cuando sonara la última nota, May les veía acabaría con ellos lentamente.
Una vez fuera del Palau y antes de que Poncho volviera a preguntarle sobre el motivo de su presencia allí, Ucker tomó la iniciativa:
—Me gusta. Dulce, quiero decir.
—¿Cuándo has cambiado de opinión?
—No estoy seguro —respondió con sinceridad—. Probablemente cuando dejé a un lado mis prejuicios sobre ella. O quizás cuando dejó de lanzarme cuchillos con los ojos. —Bromeó a
pesar de la certeza de sus palabras.
—¡Vaya! La verdad es que me tomas por sorpresa, no lo hubiera imaginado después de ver tu reacción cuando se conocieron .
—Eso no es un punto a mi favor — dijo en voz baja.
—¿De qué hablas?
—Nos acostamos en Alcolea, y si no se lo ha contado a su mejor amiga, la cosa se pone peor por momentos.
—Si insinúas que Anny me lo contaría si lo supiera, te equivocas. Es Dulce quien me cuenta sus cosas — explicó con orgullo mal disimulado—. Y por si te lo estás preguntando, no, no me ha dicho nada. Mi sorpresa es auténtica.
—¿Pretendes hundir mi moral?
—No sabía que estuvieras tan interesado. —Pinchó con intención de hacerle hablar—. ¿Lo estás?
—Lo único que no me gusta es lo que hace con los hombres. Reconozco que yo no soy un santo, pero suelo ser más selectivo y menos promiscuo. Y desde luego no tengo ninguna norma
sobre no repetir experiencias…
—¿De qué hablas?, ¿JDulce promiscúa?, ¿estás seguro de que hablamos de la misma persona?
—No puedes estar tan ciego, numeritos. Después de volver de Alcolea fui a su casa y me topé con uno de sus amantes… Era prácticamente un crío. Las carcajadas de Poncho le hicieron callar de golpe, estupefacto por la reacción de su amigo, le miró con suspicacia. Poncho no se reiría de ese
modo si fuera verdad que Dul se acostaba con distintos hombres cada noche.
Durante varios minutos siguió riendo con tanta fuerza que se le saltaron las lágrimas. Cuando por fin pudo dejar de reír, le espetó con una mirada fulminante:
—Chistopher , definitivamente, eres más imbécil de lo que pareces, y créeme cuando te digo que ahora mismo «imbécil» se te queda corto.

Dulce Maria No Deshoja MargaritasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora