Veintisiete

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A pesar de ello, Dulce no estaba dispuesta a aceptar una derrota sin luchar, de manera que envolvió sus brazos alrededor del cuello masculino, enterró los dedos en su cabello, y profundizó el beso, esgrimiendo su lengua como un arma, decidida a debilitar a su oponente y a conseguir una
reacción que le caldeara el cuerpo.
No tuvo que esperar mucho tiempo, la resistencia anterior desapareció ante el acoso sensual, y Bertram le devolvió el beso con la misma pasión con la que lo recibía. Se separaron aturdidos
cuando se hizo imprescindible respirar, y Dul descubrió que había mucho más detrás del serio y formal director de orquesta de lo que había imaginado nunca.
—¡Wow! —Exclamó todavía con la respiración acelerada, olvidando por completo el motivo por el que se había lanzado en sus brazos. Algo que por su parte, Bertram no hizo.
—No deberías haberme besado. No me gusta sentirme utilizado.
—Yo… Tienes razón. Lo siento. — Había estado tan centrada en sí misma que no se había parado a pensar en cómo afectaría su reacción a su amigo.
—Supongo que al menos he podido confirmar mis sospechas. —Confesó con serenidad.
—¿Qué sospechas?
—La otra noche en el Hércules Poirot me di cuenta de que tanto desprecio entre tú y Christopher no era normal. No es un secreto que tienes carácter, sin embargo, nunca te había visto ser tan mordaz con nadie.
—Yo… Lo siento. —Volvió a disculparse sin saber qué más decir.
—Me he pasado los últimos dos años esperando este momento, y en ninguna de mis fantasías me besabas para darle celos a otro hombre. — Confesó con una serenidad y una sinceridad que oprimieron el estómago de Dul, al comprender todo lo que Bertram no había pronunciado. No hizo
falta. En ese instante Ucker y Anabel dejaron de importarle.
—No sabía que le hubieras visto. Yo no me he dado cuenta de que estaba aquí hasta que ha comenzado la danza y he visto a Anabel.
—Lo sé. Desde que lo has localizado has desaparecido de esta mesa. Te has transformado en una
autómata, más pendiente de ellos que de nada de lo que yo pudiera decirte.
—¿Sabes una cosa? Tienes razón. ¡Vámonos! —Pidió levantándose de un salto de los cojines.
—Aún no hemos pedido el postre.
—Nos lo tomaremos en otro lado. Voy a compensarte. —Ofreció con una sonrisa sincera—. Puede que hasta te sorprenda.
—Dulce, no es necesario.
—Sí que lo es porque quiero hacerlo.

Veinte minutos después degustaban un helado de té verde en una tetería del barrio de Dul, donde un violín, un chelo y un piano interpretaban el Concierto para Violín, Violonchelo y Piano en Do mayor, Op. 56, de Beethoven. Conocida comúnmente como Triple concierto.
—La ejecución es magistral. Me siento compensado —comentó Bertram sonriendo. Parecía haberle perdonado la afrenta anterior.
—La compensación era el helado.
—Bromeó dándole un codazo amistoso.
—Pues con toda franqueza me quedo con la música y con tu compañía.
Dul sintió que el peso en su pecho se suavizaba. Durante un instante había temido que Bertram estuviera demasiado dolido para recuperar el buen ambiente que había reinado antes del beso. No era propio de ella mostrarse egoísta o insensible. A pesar de su carácter fuerte y de su desdén,
poseía una empatía fuera de lo común. Su respeto casi reverencial por la justicia y sus intentos por captar la atención de su padre la habían vuelto hipersensible al sufrimiento ajeno. Eso sí, en cuanto apareció Christopher se olvidó de todo lo demás, incluidos sus principios. Señal inequívoca de que
estaba pisando arenas movedizas.
Desde el instante en que Dulce abandonó el restaurante nada de lo que le rodeaba consiguió despertar el interés de Ucker, ni siquiera Anabel.
En un intento por conseguir que Dul reaccionara había estropeado su situación más de lo que ya estaba.
Habría preferido gritos, alguna pulla de su lengua viperina y, en cambio, se había topado con su indiferencia. Era la segunda vez que coincidía con ella y su acompañante, y aunque él mismo le había planteado una relación abierta, verlos juntos le había molestado mucho más de lo que hubiese imaginado.
La había percibido desde el primer instante en que pisó el local, y desde entonces lo había intentado todo para captar su atención, incluso mandarle un mensaje al móvil, aunque para ello
había tenido que mentir a Anabel alegando que se trataba de un asunto laboral urgente que acababa de recordar.
Al final, había sido la propia Anabel quien, sin ser consciente de ello, había conseguido captar la atención de Dul en el baile.
—Parece que ahora mismo habites en otro mundo. —Su voz había sonado dulce, a pesar que Ucker comprendió que era una recriminación.
—Perdona. El trabajo, ya sabes que me cuesta desconectar de él. —Se justificó mientras le rozaba con suavidad la mano.
Habían compartido oficina en Ginebra y Anabel sabía lo metódico y profesional que era Christopher cuando se trataba de edificios y diseños. Así que no dudó de la veracidad de sus palabras.
—Para eso estoy yo aquí. Esta noche conseguiré que te olvides de todo menos de mí, de nosotros.
—Estoy deseando que lo hagas. — Aunque no era el trabajo lo que quería olvidar.
—Pues finges muy bien, ¿vas a contarme lo que te tiene así?
—Creo que no.
Rectificó ante la cara de sorpresa de Anabel que no se esperaba una negativa tan directa.
—Has prometido que esta noche vas a hacerme olvidar. Las preguntas no ayudan a tu causa.
—Una tarea que me resultaría más sencilla si supiera lo que quieres borrar de tu cabeza. —Ronroneó llevando sus elegantes dedos a las sienes de Ucker, y acariciándolas con sensualidad.
Christopher obvió la respuesta, con gentileza apartó su mano de su rostro y la retuvo entre las suyas, para finalmente llevársela a los labios.
—¿Qué te parece si nos marchamos a otro sitio para que cumplas de una vez con tus promesas?
—Creía que nunca me lo pedirías — dijo ella con una sonrisa sensual en los labios.

Dulce Maria No Deshoja MargaritasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora