Veinte

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—Hola, Dulce. Esto es para ustedes —explicó tendiéndole la canasta
—Gracias, pero no tenías que molestarte.
—Puedes compensarme invitándome a comer —comentó como si no hubiese sido esa su intención desde el principio.
—Encantada, pasa. Pero te aviso de que May no viene a comer. Vas a tener que conformarte conmigo —le señaló bromeando.
—Ya lo sé. He venido a verte a ti.—Confesó con su mejor cara de pillo—.¿Crees que no tengo controlados cada uno de sus movimientos? Trabajo aquí mismo.
—¡Wow! Ese comentario suena entre terrorífico e interesante. Aunque, tampoco voy a dejarte sin comer por eso. —Bromeó—. De hecho es halagador que no puedas pasar más de cuarenta y ocho horas sin venir a verme.
—Me gusta hablar contigo, y además tengo la tarde libre.
—Seguro que sí, soy una mujer fascinante. —Replicó riendo, al recordar el elogio de Eugenia.
Jimena se dio cuenta de que estar con
Héctor era fácil, más que fácil, era natural. Con él no se sentía en tensión, sino que disfrutaba de su conversación y de su compañía, lástima que no pudiera decir lo mismo cuando estaba con otros
hombres. Su seguridad se tambaleaba frente al sexo masculino, por eso se escondía tras el sarcasmo y la indiferencia, una indiferencia que había esgrimido durante tanto tiempo que
había terminado convirtiéndose en un rasgo de su personalidad.
Héctor también disfrutó de la compañía, de hecho había buscado a Dul por ese motivo. Pasaron el día juntos, e incluso cocinaron a medias, enningún momento se mostró melindroso y se arremangó para ayudar a su anfitriona a preparar la comida; tampoco se avergonzó cuando le confesó sus
sentimientos por May, ganándose con ello todavía más, si cabe, la simpatía de la chelista.
Y es que Dul ya se había dado cuenta cuando iba a la frutería de lo buenas personas que eran los dueños, tanto Héctor como su padre siempre atendían con una sonrisa en los labios, eran honestos y tenían detalles con sus clientas habituales, guardándoles las mejores piezas e incluso regalándoles lo que sabían que más les gustaba. Lo que no había supuesto era que Héctor
resultara ser tan interesante, en una primera impresión parecía una persona transparente y sin dobleces, pero cuando le tratabas un poco más te dabas cuenta de que era mucho más de lo que su trato daba a entender.
—¿Te gusta trabajar en la frutería?—pregunto mientras comían y conversaban.
—No, lo hago por el viejo. Ninguna de mis hermanas quiso ayudarle, así que cuando terminé Magisterio ni siquiera pensé en opositar, y me puse a trabajar con él.
—¿Estudiaste Magisterio?
—Estoy seguro de que debería sentirme insultado. —Bromeó—. Has puesto cara de sorpresa e incredulidad.
—Bueno, estoy sorprendida, pero por supuesto que te creo —dijo con una sonrisa de disculpa.
—Hice Magisterio de Educación Física. Pero mi padre sufrió un ataque al corazón y decidí quedarme con él y ayudarle con la tienda. Cargar y descargar cajas de frutas no es precisamente lo que le recomendó el médico. Además hay que madrugar mucho cada día para ir comprarla. El médico le ordenó que tuviera una vida más tranquila.
—¿Y tus hermanas? Has comentado que son más hermanos.
—Sí, somos tres. Mi hermana mayor, ya tiene bastante cuidando a losdos bárbaros que tiene por hijos —dijo arrugando la nariz, aunque sus ojos brillaban seguramente recordando sus caritas—. Y mi hermana Irene es demasiado perfecta para trabajar en una frutería. Ella y el capullo de su novio, Carlos, que es un vago redomado, quieren que mi padre traspase el negocio para abrirse un pub con las ganancias.
—Lo siento.
—No te preocupes. Mientras pueda ayudar a mi padre, eso no va a pasar.
—¿Qué pasa con tu madre? —Siguió preguntando con curiosidad.
—Mi madre adora a mi padre, pero mi hermana Irene la lleva por donde quiere. ¿Y tú qué te cuentas?
—Nada importante. Mi madre murió cuando era una niña y mi padre tiene una nueva familia ahora. —Esquivó responder nada más mientras se levantaba para recoger la mesa y preparar el café.
Héctor se dio cuenta de que su familia era un tema del que Dulce no quería hablar, y tuvo el tacto de no insistir en ello ni mencionar de nuevo a la suya.
La charla estaba siendo tan agradable y amena que cuando terminaron con la cafetera, cuyo contenido degustaron prácticamente helado, se dieron cuenta de que eran más de las ocho de la tarde.
—¡Tengo que ducharme y arreglarme! —Exclamó la chelista saliendo rápidamente del salón hacia su dormitorio—. ¡Voy a llegar tarde!
Héctor la siguió hasta su dormitorio, desconcertado y divertido por su reacción, la encontró rebuscando en el armario algo que ponerse.
—¿Tienes una cita? —preguntó con curiosidad. Debía de ser un evento importante para que de repente se hubiera puesto tan nerviosa.
—Voy a cenar a casa de unos amigos, y…
—Entiendo. Habrá alguien especial allí —dijo terminando la frase por ella —. ¡No me digas que es el tipo de la camiseta!
—Pues no te lo digo. —Aceptó, sin dar más explicaciones y sacando del armario el vestido más extravagante y complicado que Héctor había visto en su vida.
—¿No irás a ponerte eso? —Su voz sonó a medio camino entre la interrogación y la censura.
—Pues sí. Según May es lo último en tendencias —explicó confusa por la cara que ponía—. ¿Qué le pasa al vestido?, ¿no te gusta?
—Pues no. Puede que sea el último grito, pero no es adecuado para una cita. Ni siquiera lo es para que nadie te lo vea puesto —comentó para sí mismo.
—Tengo que ponérmelo, no me he matado a plancharlo para nada. —Se quejó—. No es que me guste mucho, pero…
—Si quieres el consejo de un hombre… —Esperó hasta que Dul asintió con la cabeza—. No te lo
pongas. Espera. —Pidió al tiempo que escudriñaba él en su armario, y le sacaba un top de gasa negra con pequeñas tachuelas doradas y mangas japonesas, que combinó con un pitillo negro que aún conservaba la etiqueta—. Mejor esto, añade un par de tacones que resalten tu culo y estarás perfecta.
—¡Madre de Dios! ¿También entiendes de moda femenina?
—Más bien entiendo de hombres.
—¡¿Qué has dicho?! —Inquirió con la voz chillona de la risa.
—No seas mal pensada. —Le dio un pequeño puñetazo en el hombro que ella le devolvió con el mismo tono juguetón
—. Lo que tú has elegido es demasiado difícil de quitar. Estoy seguro de que hay que estudiar ingeniería para desatar tantas hebillas y cintas.
—¿Y? Seguro que puede hacerlo, es arquitecto —explicó con seriedad.
—Vas enviando señales de que no estás interesada. Créeme, los hombres somos muy prácticos y tenemos mucha imaginación, pero no nos gustan las complicaciones. Mientras ustedes hablan nosotros nos imaginamos quitándoles la ropa, no es que no hagamos caso, que conste, es que como he dicho somos muy imaginativos.
—Ya, seguro que sí. Imaginativos.
—Ese vestido nos pone límites — respondió Héctor, obviando el comentario de Dulce.
—De acuerdo, te haré caso, sabe Dios porqué. Pero ahora sé bueno y espérame en el salón que voy a ducharme.
—Seré bueno. Pero dime, ¿sabe el invitado especial que tiene todas las papeletas de pasar una noche feliz?
—Es bastante probable, sí…
—Entonces agrega al conjunto ropa interior sexy, cuanto más sexy mejor.
—¡Al salón! ¡Ya! —Le ordenó completamente ruborizada.
Quince minutos después estaba terminando de arreglarse, y siguiendo los consejos de Héctor se había puesto además de la ropa que él le había escogido, el conjunto más provocativo que tenía, cuando sonó el timbre del portal.
—¡Héctor, abre tú! Por favor. — Gritó entreabriendo la puerta de su dormitorio—. Será May que se ha dejado las llaves.
—Ok.
Extrañada porque su amiga no hubiera invadido su dormitorio para comprobar su aspecto, terminó a toda prisa de vestirse y maquillarse, se vaporizó perfume y salió de su dormitorio camino del cuarto de baño para tomar prestado el gloss rosa de su compañera de piso, no sin antes
asomarse al salón.
—¿Quién era, Héctor?
—Yo —dijo Christopher , levantándose del sofá en el que la esperaba.
—¿Qué haces aquí?, ¿no íbamos a cenar en casa Anny y Poncho?
Héctor—. yo mejor me voy...Lo he pasado de p…, maravilla —le dijo, guiñándole un ojo —. Te llamo mañana o mejor me paso a verte cuando cierre. Por cierto, estás preciosa.
Divertida al comprender su juego, se acercó hasta él para darle dos besos y acompañarle hasta la puerta. Héctor, seguramente con intención de provocar un poco más a Ucker , la agarró de la
cintura y se acercó a su oído para fingir que le decía algo.
—No seas malo —susurró Dul.
—Confía en mí. ¿Te has puesto lencería sexy? ¿De qué color?
Dulce ahogó un grito y le dio una palmada amistosa en el brazo.
—¡Sigue soñando, Héctor! —Se rio.
Una vez que su amigo se fue, regresó al salón donde se encontraba Christopher , en la
misma postura despreocupada en que había estado esperándola mientras se arreglaba.
—Parece que el chico me ha robado la frase: estás preciosa, Dul.
—Gracias. ¿A qué debo el inesperado placer de tu visita? — preguntó concentrándose en mirarle a
los ojos y no desviar la mirada hacia otras zonas menos neutrales, como sus brazos o sus abdominales marcados por la camiseta gris que llevaba puesta.
—Anoche me dijiste que habías cancelado tus planes, así que yo he hecho lo mismo por ti —explicó
levantándose del sofá y acercándose a ella.
—¿Qué quieres decir?
—He llamado a Poncho y a Anny y les he informado de que íbamos a salir a
cenar tú y yo solos.
—Serás… —No pudo seguir, Ucker acalló cualquier insulto que ella fuera a decir, posando un dedo sobre sus labios. Un dedo que no tardó más de unos segundos en recorrer con delicadeza sus
labios, todavía sin maquillar.
Dulce sintió cómo su contacto caldeaba partes de su cuerpo que estaban alejadas de la zona que él estaba acariciando.
—¿Atractivo?, ¿inteligente?, ¿asombroso? —Le ofreció él.
En esos instantes se sintió incapaz de rebatirle ninguna de las tres opciones, todo lo contrario, su mente trabajaba rápidamente añadiendo nuevos adjetivos a la lista: sexy, sensual, fascinante…

Dulce Maria No Deshoja MargaritasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora