Capítulo 9

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—Danielle Stewart, alumna estrella de la Escuela de negocios Harvard. ¿El hechicero se creyó esta mierda? —los dedos habilidosos del demonio acariciaron el vientre de su concubina.

—Era la forma más astuta de acercarme a Gordon. Aún nos queda algo pendiente, ¿entiendes, Belial?

—Lo entiendo, mi querida. Ven aquí, dame un beso —la agarró suavemente por el cuello y se apoderó de su boca con un hambre desenfrenada.

Ella se dejó hacer sin rechistar. Estaba en deuda con el rey infernal. Gracias a él, su alma no se carbonizó en aquella cabaña. Belial le dio un nuevo cuerpo, una nueva oportunidad de retomar su vida, justo donde la había dejado. Además, no le costaba nada yacer con el monarca. Al fin y al cabo, era uno de los ángeles caídos más bellos.

—Pero hay algo que se te escapa: esa guapa americana tiene a tu príncipe azul en la palma de su mano.

Sí, la tal Gena. Se le había metido por los ojos, pero Gordon no podía amarla. Conocía demasiado bien a su hombre como para saber que aquello no pasaba de un juego.

Ella no será un problema. Pienso retomar mi relación en un lugar que se encuentra lejos de su alcance —respondió.

                        * * *

—Gracias, Patrick, por cuidar de Jamie.

—No te preocupes, Gen. Nada me complace más que pasar el rato con este pequeñín. Tú pasala bien junto a Gordon.

—Lo haré.

—Dile adiós a la tía, campeón.

La rubia posó un beso en la mejilla del mago y se dispuso a ultimar los preparativos de la cena. No había sido muy madura en estos días, escapando de Gordon y haciéndolo sentir como un cero a la izquierda. Su pelirrojo merecía más cariñitos.

Se aplicó un maquillaje simple, pero sofisticado: sombra de ojos beige, labial carmín y un poco de rímel en las pestañas. Su corta cabellera fue aplacada, hebra por hebra con una alisadora, y dado el hecho de que no deseaba estorbos, se puso un vestido negro de mangas largas que la cubría solo hasta las rodillas. Ni tanga ni sujetador.
De todas formas, no voy a necesitar las prendas íntimas.

Cuando Gordon llegó a casa, ella bajaba las escaleras, sexy, gloriosa y muy segura de sí misma. Lo sorprendió con un beso acaramelado. Su perfume dejó un rastro infalible que lo hizo desearla, como perro realengo buscando amo.

—Hola —murmuró al separarse.

—Hola, a qué se debe este recibimiento tan cálido —inquirió contemplándola—, luces irresistible.

—Desde que comenzamos nuestra relación no he hecho más que lloriquear y encerrarme en mi pequeña burbuja, como una adolescente caprichosa. Eso debe acabar. Ven —lo tomó de la mano para conducirlo hacia el comedor.

La mesa estaba realmente linda. Gena se había esforzado por crear el ambiente perfecto para la velada.

—Mi canción favorita de Ed Sheeran. Te acordaste —mencionó el pelirrojo al escuchar la letra de Give Me Love.
—Gordon, es imposible olvidar el mínimo detalle con respecto a tí. Despierto memorizando las facciones de tu rostro y me acuesto a dormir enumerando tus virtudes, porque eres mi héroe, la persona a la que más admiro y de la que más quiero aprender.

—Gena...

—Pero no nos pongamos sensibles, ¿ok? Dime, ¿qué tal quedó el pollo a la naranja?

—Delicioso.

Ninguno de los dos recordaba la última vez que se habían divertido tanto y hablado de cosas triviales, sin pensar en el trabajo o los problemas diarios. Después de disfrutar del banquete, Gordon se deleitó con un baño de burbujas junto a su rubia.

—No te preocupes, hoy no pienso aruñarte la espalda —le murmuró sensualmente.

Su boca viajó hacia el cuello del highlander, dejando un puñado de besos calientes en la zona. Gordon la tomó por las caderas y penetró su húmedo sexo. La música del fondo absorbía los gemidos de la pareja, cuyos cuerpos resbaladizos se fundieron bajo el agua enjabonada de la tina.

Al cabo de varios minutos y una sesión de orgasmos, subieron al cuarto.

—No hay nada entre Danielle y yo. Mi corazón te pertenece.

—Lo sé, pastel de zanahoria. Puede que me haya puesto un poco celosa al ver a aquella mugrienta encima de tí, pero mi instinto de mujer no se equivoca. Ella intentará seducirte. Es solo cuestión de tiempo —advirtió.

Esa fue la última plática que tuvieron acerca del tema. ¿Para qué discutir si podían hacer otras cosas más interesantes? Durante su estadía en la oficina, Gordon mantuvo un comportamiento estrictamente profesional. No le interesaba acercarse a su nueva asesora y tampoco confiaba en ella.

—Señor MacQueen, ¿me concede unos minutos? —hablando del diablo.

Adelante, señorita Stewart. ¿Qué necesita?

La pelinegra se tomó la atribución de sentarse frente al escritorio y esperar a que su superior levantara la vista.

—Seré breve y concisa. No estoy satisfecha con la tensión que nos rodea.

—¿A qué se refiere?

—Gordon, usted trata al resto del personal como si fuera una familia, sin embargo, es incapaz de dedicarme una sonrisa o invitarme a almorzar en los ratos libres. Es que ni siquiera me saluda en las mañanas.

El pelirrojo se puso de pie, quedando a escasos centímetros de ella. Sus ojos azules la taladraron de una forma asesina.

—Señorita Stewart, su estadía en Highlander's Kindom es temporal. Vino aquí con un único objetivo: asesorar el departamento de finanzas; pero se empeña en crear acercamientos inapropiados.

—¿Y si le dijera que tenemos más en común de lo que cree? ¿Que estamos unidos por el destino?

—Ok, ha despertado mi curiosidad.

—Mañana, en el lago, a las 3:00 PM. Si desea esclarecer todas las dudas, vaya allí.

Ya era hora de abrir el juego. No más secretos ni fachadas. En cuestión de horas, Gordon volvería a ser suyo.

El encanto de las Highlands (Libro # 2 de El reino del highlander)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora