Capítulo 4

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Gena apartó la mirada, como si hubiese hecho algo terrible, pero Gordon solo veía a una mujer hermosa, leal, compañera, y a una mamá leona. No debía avergonzarse de algo tan efímero como la esterilidad.

—Cuando me uní al clero de los druidas irlandeses, mi maestro me enseñó que hasta los diamantes más relucientes son opacados por el fango de la montaña. Tú solo necesitas amor, y mucho cariño, para volver a brillar.

Sin previo aviso, el pelirrojo estampó un beso cargado de dulzura en los labios de la chica. Ella le correspondió, casi sin fuerzas, derritiéndose ante el calor que desprendía el highlander.

—Me gustas, americana, y lamento haber tardado en admitirlo —dijo, aún cerca de su boca.

—¿Ah, sí? Entonces, invítame a almorzar, pastel de zanahoria —le apretó el trasero descaradamente—, empiezo a sentir hambre y si no me alimentas pronto, tendré que comer lo primero que vea.

Eso fue suficiente para que el sexo de Gordon despertara. ¡Dios! Llevaba tanto tiempo dormido que la sensación de éxtasis casi dolía. Esta vez, la besó con furia, hambriento y expectante. Sus manos viajaron por la espalda de la joven.

A quién quería engañar. La deseaba demasiado, pero no era el tipo de hombre que utilizaba la mano derecha para consolar a una mujer y la izquierda para bajarle el calzón. Iba a conquistarla poco a poco. Sin embargo, Gena tenía otros planes. Ya estaba harta del luto y la culpa. A su lado se encontraba un hombre gentil, sumamente atractivo, dispuesto a escucharla.

Y con una mirada que me vuelve loca.

—Prepararé algo. No quiero tentar a la suerte.

—O mejor... vamos directo al postre —ella se abrazó a su torzo. Le reconfortaba aspirar su esencia masculina, su aura llena de luz. Fue entonces que lo percibió—. No, tú me reconfortas. Me gustas por completo, y te quiero desnudo, debajo de mí.

El joven abrió los ojos como platos. Nada de indirectas, solo una demanda sexy y carente de sutilidad.

—Gen, no nos apresuremos...

—No creo que lo hayas entendido, Gordon. Podemos ir a tu cuarto, incluso al mío si lo prefieres, o puedo simplemente saludar a tu amigo de allá abajo y tomarte a la fuerza. Elige —se cruzó de brazos, soberbia.

La rubia no supo en qué momento el hechicero la había montado encima de su hombro, aunque sí sintió sus dedos rasposos masageándole las nalgas por debajo del vestido.

—Esa expresión no va a durarte mucho. Pronto estarás entre mis piernas, suplicando que te dé más duro —como si se tratara de un cavernícola, abrió la puerta de la recámara con una patada y la lanzó al lecho.

Gena se quitó la ropa, ansiosa y húmeda. Observar al hechicero despojándose de su indumentaria resultaba casi tan erótico como sostener un coito. Él lucía hambriento, salvaje, listo para cogerla, y a cambio, ella se daría un banquete con su polla.

—¿Has encontrado algo que te guste?

No hubo respuesta. La chica gateó hasta el borde de la cama, aguardando a la confirmación de lo que ambos anhelaban.

—Adelante —susurró.

Oh, eres mío, pastelito.

Introdujo el pene en su boca lentamente y comenzó a succionarlo. Adoraba el sexo oral, ya que a diferencia de otras, no lo veía como una rendición, por el contrario, lo consideraba un acto de emancipación femenina. Los gemidos de Gordon hacían eco en la habitación. Se derramaba en su boca una y otra vez.

Las niñas buenas se beben toda la leche.

Tragó hasta la última gota de semen.

El highlander enterró la cabeza en su cuello, el cual besó con parsimonia, mientras que una mano traviesa estimulaba su clítoris. Era increíble cómo le había llenado el corazón de sentimientos genuinos en pocas semanas. Sí, Gena cargaba muchas penas, complejos e inseguridades, pero tenía una chispa, un toque especial que iluminaba a todo aquel que estuviera cerca.

—Gordon, por favor —jadeó, aferrándose a sus brazos—, te quiero dentro de mí.

—¿Recuerdas lo que te dije en las escaleras? Prepárate, linda.

La penetró profundamente, con movimientos arrasadores y ni un poco de piedad. Ella imploró; sí, imploró que no se detuviera, que la tocara centímetro a centímetro. Chupó y lamió sus tatuajes, su pecho firme, incluso dejó algunas mordidas y gritos estridentes, para que cada criatura en el perímetro se enterara del éxtasis que Gordon MacQueen le provocaba.

—Mira cómo te dejé la espalda. ¿Te duele? —señaló los arañazos que ya empezaban a notarse.

—Solo un poco, eres agresiva.

—Lo siento, pero tú tampoco te quedas detrás. Casi no puedo mover las piernas —afirmó sonrojada.

—Espera, ¿qué es eso?

—Un trisquel —se echó a reír al notar la cara de sorpresa del joven.

—¿Te tatuaste un trisquel sobre la vagina? Es lo más ardiente que he visto —acarició la zona, sacándole un gemido—, tú eres única. No conocía el amor a primera vista, hasta ahora.

Lo abrazó nuevamente, sintiendo una pequeña ráfaga de calor.

—Sabes que ahora mismo no puedo corresponder a tus sentimientos, ¿verdad?

—Sí, pero también sé que no eres un caso perdido. No descansaré hasta un día despiertes diciendo: Gordon, te amo.

—Bien, porque no quiero que te rindas —asintió—. Quiero que me sujetes con fuerza, que tus virtudes iluminen mi alma.

El encanto de las Highlands (Libro # 2 de El reino del highlander)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora