Capítulo 15

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Cuando Gordon se quedó dormido, no tuvo un sueño común, sino un recuento de toda su vida, desde la niñez hasta los últimos meses, y en cada escena de ese panorama, la protagonista era Gena, su verdadero amor. El hechicero no solo había recuperado la memoria, sino que también podía sentir su conexión espiritual con los dioses.

¡Gordon! ¡Ayúdame! La voz de su esposa retumbó en su mente, como el sonido de un huracán que devasta todo lo que toca. ¿Qué le había pasado? ¿Por qué no estaba allí, junto a él?

Cariño, ¿puedes escucharme? ¿Dónde estás? ¡Gena! Los ojos del pelirrojo se cubrieron de negro. Los objetos del cuarto comenzaron a volar por los aires. Había creado un torbellino en su propia habitación.

—¡Por los dioses! ¿Qué pasa aquí? —inquirió Aiden al notar que la servidumbre corría apavorada.

—Creo que las deidades se han apoderado del Laird. Lo está destruyendo todo y el que se acerca termina hecho polvo —explicó una moza de cocina—, lo lamento, señor, pero no correré el riesgo de morir. Tengo una familia a la que alimentar.

Ya había visto esto en el pasado. Su hermano mayor se puso así cuando asesinaron a sus padres. Aunque Gordon era una persona amable y pacífica, se volvía extremadamente peligroso en ese estado, ya que revelaba la parte más oscura y siniestra de su don; pero él jamás le temería a su mejor amigo y protector de toda una vida.

—¿No vas a huir, como el resto?

 —Jamás —contestó Aiden con firmeza—. Incluso si destruyes toda Escocia, seguiré a tu lado. ¿Sabes por qué? Porque te amo, y espero que hagas memoria, que vuelvas a nosotros —, la magia del hechicero le había causado varias cortadas, pero aún así, se acercó para abrazarlo—, no te rindas, hermano.

—Se la llevaron. Alguien lastimó a mi mujer —los objetos que levitaban se quedaron inertes en el suelo.

—Entonces la buscaremos, tú y yo, espalda con espalda.

Al igual que el poderoso océano, Gordon recuperó la calma. Sus ojos regresaron al bello azul celeste que lo caracterizaba y una lágrima solitaria rodó por su mejilla.

—Te extrañé, compañero.

—Lo sé. ¿A qué esperamos? Encontremos a tu rubia tu alocada.

                            * * *

—¡Despierta, estúpida! —exclamó Larah con desdén.

Tuvo mucha suerte al encontrarla en medio del bosque por la noche. De haber estado en el castillo de los MacQueen, la situación habría sido más difícil, ya que los cazadores del Laird la buscaban, eso por no hablar de la furia de su exprometido, que la consideraba una enemiga.

—¿Q-qué, qué hago aquí?—preguntó la joven al notar el estado deplorable en que se hallaba.

La habían encadenado de manos y pies a unos barrotes. El vestido roto, lleno de suciedad y su piel cubierta de rasguños.

—¿Ya no recuerdas nuestro pequeño encuentro? Diste una buena pelea, mas esta vez, no escaparás de mi pequeño castigo personal.

Gena se rio a carcajadas. Era del tipo de persona que no se dejaba ver vulnerable, menos frente a una loca narcisita como esa.

—Escúchame, perra, "mi" hombre vendrá a buscarme. No pienses que no le avisé de toda esta mierda que estás formando. Tenemos un vínculo que jamás podrás entender, zorr...

Antes de que finalizara la oración, la bruja se encargó de golpearla cerca de la boca, sacándole sangre en la comisura del labio inferior.

—Odio tu soberbia, tus aires de grandeza —Larah daba vueltas alrededor de la celda, como si de una loca se tratara—, cuando salgas de aquí, si es que sales, ningún macho querrá verte el rostro.

El tiempo voló para ambas. Por más que la hechicera ansiara las súplicas de la americana, Gena se resistió al dolor de las torturas. Solo rezaba porque su bebé resistiera toda esa agonía.

―Creo que por hoy es suficiente. Ya suplicarás mañana, corazón.

―Estás enferma ―masculló por lo bajito.

La satisfacción de Larah no duraría lo suficiente, puesto que Belial regresó antes de lo previsto. El castillo estaba solo cuando el demonio entró a las mazmorras. Era un hábito para él chequear a los prisioneros, pero definitivamente, la presencia de Gena lo impactó.

―¿Qué diablos es esto? Tranquila, te sacaré de aquí.

―¿Eh? ¿Quién eres? iNo te me acerques! Por favor, ya no más ―imploró entre sollozos.

―Shhh. No pienso causarte ningún daño. Me llamo Belial.

El príncipe infernal rompió las cadenas sin pestañear y la cargó en sus fuertes brazos, conduciéndola hacia el cuarto principal de la mansión. Ella permitió que la bañara, que curara las heridas con suma delicadeza.

―¿Larah provocó este desastre?

―Es una desquiciada. Espero que no haya matado a mi hijo ―asintió.

―¿E-estás embarazada? ―preguntó abriendo los ojos como platos.

―Sí. Esta cosita es un regalo de los dioses. Antes no lo lograba, pero Dagda me recompensó. Cargo al heredero de Gordon MacQueen, el hombre al que amo.

―¿Cómo competir contra eso?

―¿A qué te refieres?

―Consideré por un segundo convertirte en mi esposa. Vi tantas cualidades en tu persona que por un momento olvidé lo que sientes. Hace muchos años amé a una mujer con la misma locura conque amas a tu hechicero, y la perdí por mi falta de decisión. No perderás la oportunidad de ser feliz. Buscaré a un Viejo amigo que puede ayudarte.

―Gracias. Tal vez, en otra vida, me hubiese enamorado de ti. Eres muy guapo y me salvaste ―le guiñó un ojo, pícara.

―Lujuriosa además. Me gustas. Descansa un poco, en breve te reunirás con tu familia.

El encanto de las Highlands (Libro # 2 de El reino del highlander)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora