Capítulo 17

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Aline se estaba volviendo loca, sosteniendo a Jamie en sus brazos y aguantando para no hacer algo estúpido mientras Larah cortaba la espalda de su sobrino.

—Ustedes m-me e-enseñaron a respetar a l-las damas, pero esta tipa, tía... es u-una perra —murmuró el joven, casi perdiendo el conocimiento.

—¡Basta! ¿No ves que le haces daño? —imploró entre sollozos.

La bruja se dio la vuelta, con una sonrisa macabra y miró al bebé como si fuera un conejo, perfecto para cocinar en cazuela.

—¿Prefieres que me divierta con el pequeño James?

—No te atrevas a tocar a mi hijo.

—T-tranquila, tía. Yo puedo soportarlo. Ella no debe acercarse al niño.

—No, cariño. No aguantarás para siempre —rezongó acongojada.

                              * * *

Gena despertó con la respiración agitada y el rostro lleno de lágrimas. Su corazón estaba apretado, y sabía cuál era el motivo.

—Gordon, Gordon.

—Mmmm, qué pasa, nena. ¿Vas por una segunda ronda? —inquirió su marido, remoloneando.

—Mi hijo, está en problemas.

El pelirrojo se incorporó enseguida, frunciendo el ceño.

—¿Qué te hace pensar eso?

—Cuando Andrew tenía diez años, me dio un dolor en el pecho terrible. Fui a buscarlo al colegio antes del horario de salida y mi niño ardía en fiebre. Tuvo una crisis de amigdalitis. Cada vez que algo malo iba a sucederle, tenía ese presentimiento.

—Entonces, no perdamos más tiempo. He recuperado la memoria y todavía hay cosas que resolver. Volvamos a casa.

Se alistaron lo más rápido posible. No les resultó difícil viajar en el tiempo. Las deidades crearon un portal a través del lago, y muy pronto estuvieron en Oban.

—¡Ali! ¡Andrew!

La muchacha no quería desesperarse ante la ausencia de su hermana e hijo en la mansión, así que llamó a la empresa y también a las casas de los amigos más cercanos a la familia, pero nadie sabía nada de ellos.

—Desaparecieron. Hasta se llevaron al bebé —comentó Aiden.

—Larah, ¿qué has hecho? —se lamentó Gordon por lo bajito.

—Oh, no.

Todos miraron hacia Belial. El príncipe del infierno se agachó para palpar el polvo del suelo. El aire no solo olía a magia, olía a "su" magia, y eso no era bueno. Le había prestado sus armas a la bruja.

—Mi espada y mis cadenas... aquella desquiciada las tiene. Son extremadamente peligrosas. Debemos apresurarnos... si quieren ver a sus familiares vivos. Larah se encuentra en el campo del olvido. Corran.

No fue necesario que lo repitiera dos veces. Gordon solo seguía culpándose por esa catrástofe, Aiden temía por su mujer e hijo y Gena sentía un miedo que se transformaba en odio, y en unos deseos inmensos de matar a la bruja.

                            * * *
Larah sabía que estos eran sus últimos momentos. La larga trinchera que había atravesado ya llegaba al final. Fue una vida de tormentos y venganzas, pero al menos moriría bajo sus propios términos.

—¿Hasta cuándo vas a continuar con esta crueldad? Mi sobrino necesita ir a un hospital —dijo Ali, sacándola de su ensoñación.

No respondió. Solo cerró los ojos y sintió la energía cargando el ambiente. Ellos estaban muy cerca.

—¡Contéstame! —exigió la americana.

—¡Cállate! O le arranco la cabeza a tu mocoso.

Aline la miró con las lágrimas quemándole los ojos.

—Estás enferma.

—Puede ser. Hace mucho tiempo que no me siento humana —confesó.

—Y a veces me pregunto si alguna vez lo fuiste.

Esa voz... Gordon. Incluso en el instante de tensión, se alegraba de verlo. Su único y verdadero amor. El motivo por el cual regresaba a esta época inmunda. Al menos iba a recordarla, aunque lo hiciera desde el odio.

—Suéltalos, o te juro por Dagda, que no me temblará la mano, bruja —masculló Aiden.

—Shhh, baja el cuchillito, Laird. Durante mucho tiempo te admiré. El gran Aiden MacQueen, el líder que entrenó cien hombres y luchó contra Marcus Armstrong, el que aguardó durante siglos confinado en una roca... pero al final, caíste en los encantos de esta extranjera que trajo a la perra en celo de su hermana.

Gena no soportó la cara de chantaje que puso la hechicera. Quería lanzársele encima y darle una lección.

—Ah, ah. Ni lo intentes; ninguno de ustedes —advirtió—, a menos que alguien desee cavar su tumba.

—No permitiré que esta zorra me prive de salvar a mi familia.

—¡No, Gena!

Todo ocurrió tan rápido, a la velocidad de un rayo. Larah empujó la espada hacia el frente, aguardando para encajarla en el pecho de la joven, mas en su lugar, fue el corazón de Gordon el que recibió una cuchillada.

—¿Qué hiciste? ¡¿Qué hiciste?! —exclamo la rubia.

Toda esa sangre. El hechicero yaciendo en el suelo, inconsciente.

—Mataste a mi esposo. ¿Era esto lo que querías?

—No —Larah soltó la espada, sintiéndose sucia—, no, no era esto lo que quería, yo...

—He aquí tu maldita venganza. Nunca lo amaste —escupió Gena sollozando.

—No, no digas eso. Gordon MacQueen es el amor de mi vida.

—Mátame ahora, porque te juro que no pararé hasta ver tu cabeza separada del resto del cuerpo.

—No hace falta, porque renuncio a mi existencia. Deseo salir de este mundo, por favor, ayúdame en esto, americana. No quiero vivir sabiendo que él no se encuentra entre nosotros. Sé que lo amas, o... lo amaste. No me resigné a perderlo por ti y terminé acabando con el único hombre que me quiso de verdad.

Ambas se retiraron en silencio. Nadie interfirió. Contemplaron el paisaje de Oban, hasta llegar al lago. Durante un largo rato, permanecieron de pie, observando las cristalinas aguas.

—Te voy a dar más de lo que mereces: una muerte tranquila —murmuró sin mirarla.

—Y yo te lo agradezco —Larah se inclinó, de brazos abiertos, y cerró los ojos. Su cabeza viajó, siendo mecida por el aire, hasta caer en las manos de la diosa de aguas dulces.

—Llevaré sus restos al lugar que pertenece, Gena.

La joven asintió, se dio la vuelta y regresó a casa. Todo había acabado.

El encanto de las Highlands (Libro # 2 de El reino del highlander)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora