CAPÍTULO 7

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Un grupo de veinte personas extrañamente vestidas de forma estrambótica; con trajes parecidos a los que utilizaban los astronautas. Sus cuerpos nos rodeaban en círculo. Intenté caminar hacia algún lugar torpemente. Inviable, estábamos en un callejón sin salida.
¿Serían de los que me había hablado mi tía? ¿Serían los que habían secuestrado a mi padre?

—¡Al suelo!—Gritó la misma voz de mujer que antes, ahora la notaba más firme y confiada, como si supiera que tenía todo bajo control.

Sam y yo nos tiramos notando la hierba debajo de nuestras rodillas, dos figuras humanas vinieron junto nosotras. Ambos llevaban una extraña arma, una especie de pistola que contenía un depósito donde se almacenaba un líquido, era muy rara, nunca había visto algo así, pero se percibía claramente que era un arma, si no estuviera en una situación tan peligrosa me habría parecido hasta un juguete.

—La mochila—me quitaron la mochila llena de provisiones que ocupaba mi espalda. No me importó en absoluto.

Primero tomaron a Sam por los brazos y la levantaron separando sus rodillas de la tierra.
Era imposible ver nada. Tenía la cabeza pegada al suelo, así que giré un poco el cuello y la vi con una pistola normal apuntándole a la frente ¡No, no, no! ¿Por qué todo el mundo que me intentaba ayudar acababa mal? Sentí como algo crecía en mi interior.

—Nosotras hemos venido aquí para hacer una acampada, no tenemos ni idea de qué está pasando—les pedí suplicante—. Por favor déjenos marchar.

Era obvio que ellos no se dejarían manipular, y tampoco tenían actitud de querer negociar.

—Cállate mocosa, está zona está restringida, ya habéis visto demasiado. Matadlas—¿Restringida? No habíamos visto ningún cartel que así lo indicara.

Al oír la palabra matar se me hirvió la sangre; mi padre y mi tía estaban muertos, e incluso puede que a mano de las personas que ahora mismo nos rodeaban. El pensamiento de que aquella gente había asesinado a Lorena se apoderó de mí y una oscuridad inundó mi cuerpo.

Sentí un pinchazo en el pecho, seguido de un ardor que subía de los pies a la cabeza. Dolía, dolía muchísimo, comencé a gritar y a retorcerme por el suelo, veía a todos alejarse cada vez más de mí, y a Sam con una cara de horror profundo gritando algo que yo no era capaz de escuchar. Mi cuerpo estaba siendo consumido por algo ¿Fuego? No. Era oscuridad ¡Estaba siendo consumida por mi propia oscuridad!

De repente el dolor se fue y me sentí más fuerte que nunca, mi preocupación cesó y se sustituyó por furia, mucha furia, todos los enfados que había tenido en mi vida no se parecían en nada a este. Era como si yo no controlara mi ira, ella me controlaba a mí, y eso me hacía poderosa e imparable. Noté cómo me incorporaba de nuevo. Alcé la vista. Disfrutaba contemplando cómo todos me observaban con miedo y horror. Les dirigí una mirada feroz, a cada uno de los rostros que mis ojos alcanzaban. Quise que todos los de nuestro alrededor sufrieran por lo que nos habían estado a punto de hacernos, no podía canalizar mi atención en nada más que eso. Así que mi rabia actuó antes que yo.

Primero todo mi cuerpo comenzó a flotar, incluso noté como mi pelo se elevaba.
Después extendí los brazos saboreando cada pizca de poder que recorría por mis venas, era dulce y frío. Ese fuerza oscura se difundió por donde estaban aquellas personas, las cogió al vuelo e hizo que dieran vueltas hasta que ninguna pudiera volver a levantarse.
Percibí cómo había conseguido lo que quería y volví a sentirme como siempre; frágil. Mi cuerpo cayó de rodillas a la tierra. Sam vino corriendo hacia mí.

—¿Qué ha sido eso?—Estaba muy asustada, y tenía el rostro menos moreno de lo normal. El pelo lo tenía despeinado y ya se comenzaban a ver sus rizos naturales. Los ojos no le cabían dentro de las cuencas, estaba demasiado aterrorizada y asombrada; como yo.

—No tengo idea—respondí temblando, ahora estaba incluso más débil de lo normal.
¿Qué demonios acababa de ocurrir? Acababa de dejar inconscientes a todo un grupo de hombres, ¿cómo? Diría que magia, pero yo no creía en ella.

Todo volvió a darme vueltas, el mundo giraba a una gran velocidad. Estaba demasiado mareada como para levantarme. Sam me ayudó a ponerme en pie de nuevo, lo logré con dificultad. Ella me miraba como si fuera un extraterrestre. Incluso noté el detalle de que se alejaba con temor.

—¿A mí no me vas a hacer daño verdad?—parecía realmente asustada, sus manos temblaban y su voz también.

—¿Qué? Yo nunca te haría daño—mis conexiones neuronales iban más lentas de lo normal. Estaba agotada, mental y físicamente, más de lo normal. Luché por no desplomarme en ese mismo instante.

—Pero esa no eras tú. Tenías todos los ojos negros, y luego empezaste a volar y una sombra envolvió a esas personas, y un segundo después estaban en el suelo, y yo-yo creí que-que tu habías sido poseída o algo así, y-y...—ella fue la que se desplomó en el suelo y comenzó a llorar.

—¿Sam?—me acerqué con esfuerzo.

—Dime que no los has matado—sus sollozos hacían que me sintiese culpable.

¿Los había matado? Ni yo conocía la respuesta ¿Qué había ocurrido? ¿Estaba soñando? Ojalá estuviera soñando.

—Creo que no, te juro que no sé lo que ha pasado, nunca había sentido eso. No-no lo podía controlar—me asusté de mí misma, pero a la vez sorprendida por lo que era capaz de hacer. Todo había ocurrido demasiado rápido, ni siquiera lo recordaba con detalles. De lo que estaba segura era que aquello era una locura. Lo que podía hacer era una locura. Era imposible.

—Tengo miedo—las palabras salieron de sus labios mojados por las lágrimas.

—Tranquila, todo va a salir bien—me agaché junto a ella para consolarla.

—¡No!—se alejó—Tengo miedo de ti.

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Los peligros de confiar #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora