Por un momento me lo planteé seriamente. Había adquirido las habilidades de alguna manera, incluso aunque fuera algo irreal debía haber una razón de su existencia, al igual que la de los chicos del bosque. No tenía ni idea de la procedencia de mis poderes, pero después de haberlo analizado todo a mayor profundidad parecía que la respuesta se escondía en mi pasado. Quizás cuando era pequeña habían experimentado conmigo. No, eso mis padres nunca lo permitirían, ¿verdad? De todos modos, aquella teoría tampoco explicaría por qué se llevaron a mi padre. Aunque esa no era la única creencia sin pruebas que tenía. En varias ocasiones había llegado a meditar la idea de que mi padre también fuera víctima de aquellas aptitudes sobrenaturales, pero con la idea de conseguir poderes gracias a experimentos, el concepto de heredarlos se venía abajo.
—No.—se apresuró a responder Sam
—¿Y entonces de dónde los sacó?—preguntó Dino. Aquella situación comenzaba a ser incómoda.
—Creo que eso no es relevante para que cumplamos la parte de vuestro plan—por algún motivo que desconocía, activé un mecanismo de defensa ¿Por qué lo había hecho? Puede que me diera vergüenza volver a decir en alto "no sé". Cada vez que repetía esas palabras me daba cuenta de lo poco que sabía de mí misma. Me sentía extraña en mi propio cuerpo.
Poco después el hambre conquistó nuestros estómagos y no tuvimos otro remedio que comer lo que habíamos encontrado menos caducado en el supermercado. Conseguí alejar a Sam del grupo de chicos y poder tener una conversación a solas con ella.
—¿Qué ocurre?—Esa mañana mi amiga no había charlado casi nada conmigo, por lo que había tenido tiempo suficiente para razonar las circunstancias.
Giré la cabeza y vi a Sam, la encontraba distinta de alguna forma, más distraída. Le pasaba algo.
—Nada— pronuncié inconsciente de mis palabras, luego hice un movimiento de muñeca para quitarle importancia. Tenía algo que proponerle, pero primero debía asegurarme de que ella se encontraba bien—¿Te ocurre algo a ti?
—¿Qué?—levantó las cejas con actitud confusa—Qué va, ¿por qué lo dices?
—No, no, por nada—eso no me convenció, pero deduje que no quería manifestar sus sentimientos en aquel momento. Al ver que ya no podía hacer más en cuanto a eso, decidí mostrarle lo que había planteado—Sam, sé que quizás no lo entiendas ahora, pero creo que deberíamos escapar de aquí. Si vamos a esa misión con ellos estaremos en peligro.
—¿Estás loca?—su tono de voz me extrañó demasiado, parecía realmente insultada—Nos han curado, lo mínimo que debemos hacer es devolverle el favor. Siempre dices que ojalá alguien más que yo te hubiese apoyado cuando esos chicos te acosaban, pues bien ahora tú tienes que apoyarme con esta decisión.
Me refregué los ojos, alucinada de que la conversación se hubiera desviado del objetivo tan rápido.
—Sam yo te he apoyado en todo momento, pero esto es otra cosa, es otra situación completamente distinta a nuestra vida diaria. Somos fugitivas y tú pretendes arriesgar nuestra vida para ayudar a unos completos desconocidos en los que ni siquiera podemos confiar—respiré lo más hondo posible e intenté tranquilizarme.
—¿Sabes qué? Yo sí me arriesgué al defenderte delante de aquellos acosadores ¿Sabes qué? Después también comenzaron a perseguirme y acosarme a mí, pero claro, yo no podía decirte nada porque a ti también te lo habían hecho y aparte tu padre estaba muerto.—por un momento no sentí el aire entrar a mis pulmones. Sam nunca había insinuado absolutamente nada de eso y era porque no quería quitarle valor a lo que yo había pasado—. Y ahora por si eso no fuera suficiente, tu tía también se muere y tú descubres tener un demonio dentro de ti—tragó sonoramente y descubrí unas pequeñas lágrimas asomando por sus ojos—¿Y qué puede hacer la pequeña Sam en esta situación? ¡Nada! ¡Porque yo nunca puedo decir las cosas malas que me pasan porque las tuyas siempre son peores!—apreté mi labio inferior con los dientes, un sabor a sangre hizo contacto con mis papilas gustativas—¡Estoy harta de nunca poder preocuparme solo porque tú seas una huérfana desgraciada! ¿Alguna vez has pensado que a mí también podría ocurrirme algo grave? No verdad, porque tú eres la única que puede tener mala suerte—dicho eso, Samantha se fue marcando pasos fuertes en dirección al baño de aquel centro comercial. Quería seguirla, quería gritarle, quería decirle que lo sentía mucho, pero no sabía por qué debía disculparme, ciertamente no había hecho nada malo, pero igual me sentía destrozada por dentro. Los sentimientos no eran mi fuerte.
En mi mente solo se repetían las frases que había dicho mi amiga. "¡Estoy harta de nunca poder preocuparme solo porque tú seas una huérfana desgraciada!" "¿Sabes qué? Yo si me arriesgué al defenderte delante de aquellos acosadores ¿Sabes qué? Después también comenzaron a perseguirme y acosarme a mí, pero claro yo no podía decirte nada porque a ti también te lo habían hecho y aparte tu padre estaba muerto." Me cogí la cabeza con las manos y comencé a dar pasos, los pies rozaban contra el suelo, seguí caminando sin pensar adónde dirigirme, simplemente quería salir afuera y pensar que habría más personas como yo por ahí, simplemente quería sentir que alguien me comprendía. Quería a alguien al que le reconfortase estar conmigo, quería aportar y no sólo recibir, no quería que toda mi vida se basara en ser una desgraciada.
Abrí una puerta de cristal que se encontraba enfrente de mi cuerpo, al parecer daba a una especie de balcón. Ni siquiera me había dado cuenta de haber subido unas escaleras. Me acerqué con tranquilidad hasta llegar al borde del balcón. Perseguí con la vista todo lo que estuviera a mi alcance. El cielo era azul, sin ninguna nube que lo ocultara. Me senté en el suelo a unos pocos centímetros de la puerta y coloqué mi cabeza contra la pared perdiéndome con la mirada en las inexistentes nubes. De pronto, noté mi cara húmeda y al posar mis manos sucias sobre ella descubrí un río de lágrimas que recorría mi rostro entero.
No podía evitar pensar que Sam solo me veía como una carga, a decir verdad una parte de mí estaba enfadada y otra triste ¿Cómo podía decirme que solo era una huérfana desgraciada? ¿Por qué me echaba la culpa de mi mala suerte? No es que no entendiera cómo se sentía, es que no terminaba de enterarme de por qué me echaba en cara que todo aquello era mi error. Sin embargo, cada vez que recordaba que ella también había sufrido como yo los insultos de aquellos chicos en la escuela, se me hacía un nudo en la garganta y lloraba con más intensidad. No era capaz de identificar mis emociones, eran una mezcla de sentimientos distintos que daban lugar a la impotencia, pero tenía claro que aquella discusión no era lo único que provocaba mis lágrimas. La gran cantidad de sucesos que habían estado presentes esos últimos días. Mi cabeza estaba a punto de explotar.
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Los peligros de confiar #1
FantasyElla poseía un poder prohibido. Él poseía una conciencia inquieta. Ella no se permitía parecer débil. Él no se permitía querer a nadie. Ella escapaba de los asesinos de su padre. Él escapaba de su pasado. Ella solo tenía que odiarle por lo que hi...