Mi corazón continuaba acelerado gracias al hecho que habíamos presenciado hacía tan solo unas pocas horas antes. Ahora, sin cueva (la cual habíamos dejado atrás con ese grupo de adolescentes) ni refugio, nuestros cuerpos yacían directamente sobre la fría hierba. La temperatura comenzaba a bajar y el viento empezaba a silbar a mayor velocidad.
Suspiré agotaba. Las palabras de Sam me elogiaban sin duda alguna, en seguida había sustituido el temor por admiración. No pude evitar quedarme patidifusa al ver cómo sus actitudes cambiaban con rapidez. Mi amiga desde luego era una persona intrigante, era extrovertida y disfrutaba siendo el centro de atención, para mí eso era extraño. Éramos muy distintas, pero de igual forma nos complementábamos a la perfección. Ella me había acogido y protegido desde los once años, había sido la única que me había defendido y protegido de los comentarios que con tanta crueldad y maldad me habían dedicado en el pasado.
Cerré los ojos tratando de que una gran ola de pensamientos externos se llevara palabras como "fea", "bicho raro", "huérfana"...
—Y después tu pelo estaba flotando y... ¡Wow!—exhaló profundamente y lanzó un pequeño grito ahogado para liberarse— Max, todo lo que está pasando es una puta locura.
Sí, definitivamente no había otras letras que lo definieran mejor. Nunca podría haber imaginado que lo que habíamos vivido aquel día llegaría a cumplirse realidad. Aunque por muy increíble y extraordinario fuera aquel nuevo mundo, quería volver a ponerme la venda en los ojos, quería volverme ciega de nuevo, nunca haberlo descubierto, nunca haber tenido que perder a mi tía ni correr peligro.
—Una puta locura...—repetí por lo bajo. No tenía claro si terminaba de gustarme mi nueva yo. Era... era malvada. A una parte de mi ser le gustaba hacer daño, le gustaba tener el mundo a sus pies, y eso me asustaba—A veces pienso que es un sueño.
¿Poderes mágicos como controlar las plantas? ¿Poder elevarme del suelo sin ayuda de nada? Un sueño.
—Más bien una pesadilla—contestó observando el firmamento que se ocultaba entre las copas de los árboles. Me preguntaba cómo se sentía. ¿Qué pensaría? ¿Había meditado lo que pasaría a continuación?
—La peor que he tenido.
—Max...—pronunció después de unos segundos de silencio. Reparé en la vergüenza y la timidez que reflejaba su expresión —¿Cómo haces eso? Ya sabes, lo de....
—¿Lo de parecer un monstruo?—terminé por ella. Sam asintió y yo dejé que las dudas me comieran por dentro— No lo sé, es como si me enfadara mucho, y luego, esa rabia decidiera por sí misma—refregué mis ojos y bostecé—. No puedo controlarla del todo, y no puedo hacer que aparezca a menos que estemos en peligro. O al menos es lo que comprendo basándome en lo que ha ocurrido hoy.
—Entendido. Eso, y que también necesitas descansar—me apuntó con un dedo acusador a la vez que soltaba un gran bostezo. Abrí la boca con el propósito de hablar—Ah, no.—la miré confusa—. No me vas a explicar otra vez por qué se contagian los bostezos.
Solté una carcajada sin poder evitarlo.
—No iba a hacerlo. Estoy segura de que ya te lo sabes de memoria—a ambas nos comía la oscuridad de la estancia, apenas podía ver la cara de Sam.
—De hecho no, pero por favor, te lo suplico, no me lo expliques otra vez—fui capaz de identificar cómo se ponía de rodilla y se inclinaba hacia mí. Rogándome que no se lo explicara de nuevo.
Una sonrisa se proyectó en mi rostro.
—Lo añadiré a la lista de las cosas que te molestan para repetirlo más tarde.
—Para qué tener enemigos con amigas como tú—percibí como negaba con la cabeza y que una pequeña risita escapa de su boca.
Después de unos pocos minutos las dos admitimos que estábamos más dormidas que despiertas. Sugerí hacer guardias para estar más alerta. Aunque no hubiera una fuente de luz más que las estrellas debíamos estar atentas a cualquier ruido, pasos o voces que se nos acercaran y así añadir tiempo a nuestra huida. No era un método del todo efectivo, pero tampoco teníamos mucho más en nuestras manos.
Sam comenzó el primer turno de guardia a pesar de que no se le veía del todo contenta con la idea.
—¡Ahgg! Está bien, pero si nos atrapan por mi culpa no me lo tengas en cuenta—noté cómo sonreía de forma excesiva—. Gracias—dijo como si yo ya hubiera respondido.
—Tranquila. Si nos matan sólo me preocupará no poder volver a inventar escenarios amorosos con Patch Cipriano, lo demás está en segundo plano—evidentemente trataba de ocultar mi miedo con humor o cualquier otro recurso que tuviera a mi alcance. Por alguna razón Sam no parecía extrañar a sus padres ni estar conmocionada, no quería contagiarle mi preocupación.
—¡Pero bueno!—se alteró y yo pegué un mini saltito del susto—¿Puedes parar de fijarte en personajes imaginarios? Existen chicos de verdad, ¿sabes?
—Lo sé.
—Pues nunca te he visto hablar de ninguno—pronunció con picardía. Sabía a donde llevaba esa conversación, la habíamos mantenido demasiadas veces.
—Porque prefiero a los imaginarios—la oscuridad no me permitía observar con claridad, pero estaba segura de qué cara tendría puesta Sam, la conocía—. Déjalo, no lo entenderías.
—De hecho nunca lo haré—puse los ojos en blanco ¿Cómo le explicaba que prefería pensar en chicos inexistentes porque sabía que nunca podría tener nada con ellos? Era complicado. Quería una relación, y me encantaba fantasear con que eso era cierto. Pero temía que se cumpliera realidad. Mis inseguridades y amor por la soledad lo volverían todo difícil. Una relación no era tan fácil como se veía en los libros o series.
Solo unos instantes de silencio sirvieron para que el cansancio conquistara mi cuerpo y mi mente. Mis párpados se cerraron y un velo negro me cubrió toda la visión. Lo que parecieron segundos se convirtieron en minutos, horas... Estaba convencida de que aquella noche mis pensamientos me iban a impedir el sueño, pero al parecer nada pudo eludir que cayera dormida profundamente.
—¡Eh! ¡Despierta!—una Sam irritada se abalanzaba sobre mí con brusquedad y zarandeaba de un lado al otro.
—¿Qué haces? Estoy durmiendo—aturdida me zafé de ella y escondí mi rostro con las mangas del jersey que rodeaban mis brazos.
—Es mi turno—explotó indignada.
—Mmm—estaba muy cansada y atontada. Como mucho habría dormido dos horas o tres, teniendo en cuenta la paciencia de Sam incluso menos.
—¿Cómo que "Mmm"? ¡Esta increíble piel necesita ocho horas de descanso!—no presté atención a sus réplicas y me forcé a mantener los párpados separados. Gracias a la falta de sueño me ardían los ojos y me costaba mantenerlos abiertos.
Tiempo después Sam yacía con los ojos cerrados e inmóvil; dormida, mientras mi cabeza recordaba a un cuerpo en esa misma circunstancia. La imagen de mi tía desplomada en el suelo se proyectó directamente en mis pensamientos. A veces el cerebro era traicionero. Una vez había escuchado era tu mayor enemigo porque conocía tus debilidades. Y bien, estaba de acuerdo con esa frase, y al mío le encantaba hacerme sufrir con ideas indeseadas.
Me obligué a aguantar las lágrimas, tenía el presentimiento de que el futuro iba a ser duro. Necesitaba mantener las ideas en el presente y no mirar hacia atrás como lo había hecho toda mi vida. Ahora debía ser distinta, mis capacidades habían evolucionado y yo debía seguir sus pasos. Hallar en ellos la seguridad y fuerza para superar todo lo que me pusieran por delante.
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Los peligros de confiar #1
FantasyElla poseía un poder prohibido. Él poseía una conciencia inquieta. Ella no se permitía parecer débil. Él no se permitía querer a nadie. Ella escapaba de los asesinos de su padre. Él escapaba de su pasado. Ella solo tenía que odiarle por lo que hi...