CAPÍTULO 25

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Mis piernas no daban más, me tiré de bruces al suelo y caí apoyando las rodillas sobre el duro cemento. Seguidamente recosté todo mi cuerpo y quedé divisando las nubes lejanas. Mi respiración era agitada, el corazón bombeaba a gran velocidad, el pecho subía y bajaba con violencia. En definitiva, mi resistencia era nula a la hora de correr. Aunque recordaba una ocasión en la cual mis pies habían avanzado casi volando y no cabía espacio en mi mente para el cansancio.

Una sombra negra se proyectó sobre mí, su figura no era corpulenta, más bien de complexión delgada. Sin embargo, tenía el conocimiento de que su fuerza era mayor que la de cualquier humano existente, al menos que yo supiera. Me alarmé cuando vi cómo se agachaba acortando el espacio que nos separaba. La noche anterior no había resultado tan horrible, por mucho que costara admitirlo, había resultado un buen escape de la realidad, como si solo hubiésemos sido dos adolescentes corrientes conociéndose. No obstante, mi visión racional me recordaba que debía mantenerme alerta, y también con la cabeza en la tierra, era mi obligación no fiarme de nadie.

—¿Sabes? He visto a caracoles correr más rápido que tú—arqueó sus cejas pobladas en señal de confusión, cuestionando sus propias palabras—Si es que a eso se le puede llamar correr.

Me tendió una mano. Yo apoyé las palmas en el suelo e impulsé para incorporarme, él se irguió, de nuevo con media sonrisa estampada en los labios. A aquel chico se le daba muy bien esbozar sonrisas de incierto significado.

—Perdona, al menos este caracol no podría subrayar apuntes con su caca—me sacudí algunas piedritas que se habían quedado pegadas al pantalón.

Jacob dejó escapar una pequeña carcajada.

—Tienes envidia, lo comprendo, cualquiera la tendría, pero vamos a tener que trabajar juntos durante un tiempo, así que es mejor mantener el rencor alejado de nuestra relación.—gesticulé con los labios la palabra "claro" y moví mi cabeza en señal afirmativa. Si Jacob no me hubiera contado su pasado hace tan solo unas pocas horas, nunca habría sido capaz de deducir su historia, lo terrible que le había ocurrido. Sus bromas me hacían olvidar mis problemas y los suyos por unos segundos. Era extraño porque a pesar de sus crueles experiencias él parecía ser alguien animado, aunque desde luego desprendía una energía misteriosa. Tenía la teoría de que la gente que más alegre simulaba ser, muchas veces era la que peor estaba sufriendo, porque tratan de rebajar su dolor con humor y les quitan el valor a sus sentimientos. Ese parecía ser el caso del chico con ojos verdes que se situaba a un metro de mi ser.

Un rato después, él comenzó a explicarme que nuestro entrenamiento tendría varias partes, que no tendría mucho tiempo libre y que tampoco iba a ser fácil para mí, ya que no estaba acostumbrada a hacer ningún tipo de ejercicio. El pelinegro no se molestó en disimular su poca esperanza. Estaba segura de que no iba a conseguir ser un as en defensa personal, y que tampoco iba a aprender a manejar tan bien la pistola como un policía, pero algo mejor de lo que lo hacía en la actualidad, seguro.

El momento en el que Jacob tomó la pistola, inconscientemente mi cuerpo retrocedió. Aquella arma estaba hecha para matar, era peligrosa, me preguntaba cómo la habían conseguido. Él debió percatarse porque de inmediato pronunció:

—No te preocupes, está sin cargar.—se acercó de nuevo a mí y extrajo una barra del interior del mango, después tiró de la parte superior del objeto atrayéndola hacia sí. No ocurrió nada—. Mira, dentro del cargador no hay ningún cartucho—me tendió lo que había obtenido del primer movimiento, efectivamente aquello estaba hecho para almacenar balas, mas en aquel instante no contenía nada—Es una pistola con calibre de nueve milímetros.—de su bolsillo sacó un pequeño artículo de metal—Estas son las balas que se utilizan—la cabeza del cartucho estaba pintada de rojo.

—¿Por qué tiene ese color?—pregunté

—Porque es una bala expansiva, aunque también hay otros tipos de cartuchos que tienen un pequeño agujero en su cabeza , el problema de eso es que corres el riesgo de que algo se meta en él y evitar una dispersión de la fuerza al impactar.—me observó para comprobar si estaba siguiendo su explicación, le indiqué con la cabeza que sí, él continuó—. También existen otros proyectiles hechos de puro metal que no se recomiendan para la autodefensa, por el hecho de que puede atravesar el cuerpo al que disparas, y darle a alguien que esté situado detrás.

Se me pusieron los pelos de punta, aquella situación era real, debía aprender a disparar porque corría un riesgo evidente, aunque por mucho que fuese tan notorio que estaba en peligro, pensarlo era una locura, mi cerebro era incapaz de procesarlo al completo. Mi experiencia de vida como un ser humano de diecisiete años, estaba cambiando, cambiando drásticamente, porque ni sabía si podía seguir considerándome un Homo Sapiens. Si las circunstancias estaban siendo alteradas, quizás mi manera de razonar y sentir también debía corresponderle. Estaba harta de estar siempre en silencio, de esconderme, de ser insegura. No podía seguir arrastrando las penas, tenía que avanzar, dejar que el pasado formase parte de mí, no que me pudriera.

Con una oleada de seguridad dije:

—Enséñame a disparar.

Enséñame a ser fuerte—pensé para mí.

Jacob asintió a la vez que me dirigía una mirada intensa. Por algún motivo aquello hizo que el ritmo cardíaco acelerase. No estaba acostumbrada a que alguien me viese de esa forma, tan profundo como si pudiera observar el interior de mi cuerpo, incluso captar mis sentimientos y analizar mis pensamientos.

—No me mires así.

—¿Así cómo?—pronunció con seriedad.

—Como si intentaras descifrarme.

Esbozó una sonrisa.

—Es que estoy intentando descifrarte—me confirmó—A decir verdad, me pareces una chica de lo más intrigante—él comenzó a andar a mí alrededor, cada vez su rostro se encontraba a menos distancia. Mis ojos seguían sus movimientos con rapidez, y mi respiración era anómala—Estoy seguro de que guardas muchos secretos.

Su cuerpo estaba inclinado hacia adelante.

—Sé que no te fías de mí, y eso es lo que más me gusta—dijo suavemente.

Estábamos muy cerca, mi cerebro encendió una alerta roja. Sin embargo, continué en la misma posición.

—A mí me gustaría no estar aquí— susurré. Él se limitó a observarme de nuevo.

—Serías una ingenua si te gustara.

–Y por eso...—arrastré las palabras—acabaremos con esto cuanto antes—posé mi mano en el pecho de Jacob provocando que retrocediera. Sus ojos seguían clavados en mí como agujas. Carraspeé y después de un largo instante Jacob expuso el arma entre sus palmas, invitándome a cogerla. Con nerviosismo la tomé entre mis manos, más o menos pesaría un kilo, que por mucho que aparentase ser poco, no era costumbre estar sujetando aquello. Tenía un arma en mi poder, era extraño. Quería apartarme de ella y soltarla. El artilugio servía para hacer daño, y yo no quería hacerlo, pero a la vez eso me animaba a quererla más, porque la necesitaba, porque necesitaba disfrutar de la protección que no tenía.

De repente el pelinegro cortó todo contacto entre el arma de fuego y mi tacto.

—Así no se coge una pistola. Estira la mano separando el pulgar del resto de los dedos.—seguí sus indicaciones y Jacob colocó el objeto en mi palma abierta y cerró con su propia mano todos mis dedos alrededor de la empuñadura, menos el índice que se mantenía estirado debajo de una raya. Hice esfuerzo a la hora de apretar el mango—No tan fuerte, si no comenzarás a temblar y será más difícil apuntar a tu objetivo—su piel seguía rozando con la mía y él estaba tan cerca que podía advertir su aliento. Su voz era paciente conmigo—Ahora con la otra mano cubre el espacio que queda de la empuñadura y parte superior, para evitar que la energía se escape y haga efecto palanca—otra vez el guió mi postura. El pulgar de la mano izquierda ahora ocupaba, recto, la parte inferior de la línea. Mi muñeca estaba inclinada hacia adelante, un poco curvada a diferencia de la derecha—. Así tendrás mayor control.

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Los peligros de confiar #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora