CAPÍTULO 9

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En el bosque las ramas se entrelazaban formando un dosel verde que filtraba la luz del sol. Los arroyos y ríos serpenteantes atraviesan el bosque, todavía no los habíamos divisado, pero si que lo habíamos escuchado. El agua creaba una armonía relajante. También habíamos visto ardillas correteando por las ramas. Tenía la sensación de estar en un lugar sagrado y sereno. Y aunque todo pareciese igual cada árbol tenía una textura propia. Sam y yo no refugiamos en una cueva escondida por las ramas. Lo más grande que encontramos allí fue un saltamontes.

—Bueno.... ¿Qué demonios vamos a hacer ahora?—Sam bostezó. Era tarde. Según su reloj las ocho de la noche.

—No tengo ni la menor idea.—me sorbí los mocos. No hacía frío estábamos a mitades de mayo, pero el fino jersey que llevaba no me sobraba—. Nos quedaremos aquí esta noche. Mañana pensaremos a donde ir. Por ahora intentemos dormir lo máximo posible.

—Está bien—se acomodó contra la piedra y  al cabo se unos segundo su mandíbula se tensó—¿Y la mochila?—intentó buscarla con los ojos desesperadamente, pero la luz del día estaba apunto de agotarse—¿Nos la hemos dejado allí?¿Dónde el ejército ese de pirados?

—No, no.—me apresuré a añadir—. Antes me comí un bollo, debo de haberla dejado afuera.—hice un ademán de levantarme, intentando no darme con el techo de esa pequeña cueva—. Ahora vuelvo.

—¡Espera!

—¿Qué pasa?—por un momento pensé que diría algo importante.

—No me dejes sola, me da miedo—proyectó una mueca triste en su rostro y me miró intensamente.

—Está a unos pocos metros, me iré y entraré en unos pocos segundo—su expresión no cambió ni un ápice. Suspiré dándome por vencido—. Está bien, vamos las dos ¿Así te parece bien?—asintió con una sonrisa infantil.

Ambas salimos a la vez y no tardé en darme cuenta de dónde se encontraba la mochila. Estaba apoyada en un árbol a tres metros de distancia con la cueva. Maldecí ser siempre tan despistada. Las hojas crujieron una vez más bajo nuestros pies y justo antes de que nuestro plan siguiera adelante, unas raíces comenzaron a crecer alrededor de nuestros tobillos atrapándonos a las dos. Era como si estuvieran vivas, se movían a su placer a una velocidad inimaginable, pero eso era imposible, ¡era imposible! ¿Pero entonces, cómo es que estaba ocurriendo? Nada de aquello tenía lógica.

No pude evitar soltar un gritito ahogado. Ahora hasta las plantas nos querían matar. Me revolví en el sitio y cuanto más lo hacía, estas más apretaban. Paré cuando supe que no había oportunidad alguna de ganar esa batalla.

—¡Socorro!—gritó Sam con terror. Le reprendí por hacerlo, si aquellas personas estaban por el bosque podrían habernos localizado fácilmente a causa del ruido.                                                Cuando las raíces ya estaban alrededor del nuestro cuerpo no pudimos movernos, todas nuestras extremidades estaban paralizadas.

Para nuestra sorpresa una chica rubia menuda de ojos azules, salió de detrás de unos arbustos, como si fuera lo más normal. Aparentaba nuestra edad, y no tenía pinta de ser del ejército que ya nos habíamos encontrado en una ocasión. Sin embargo no sabía que hacía una chica como ella en el bosque, su atuendo estaba sucio y roto en algunas partes. Llevaba tiempo por ahí sola.

—Vaya, vaya ¡Chicos! ¡Unos peces han picado el anzuelo!— nos miraba de una forma que parecía que quería estamparnos un ladrillo en la cara. Estaba confusa, quizás era del bando de los que nos habíamos encontrado ya en el bosque. Una buena trampa, una joven chica de la que nunca sospecharías. O puede que también...

—¿Quién mierda eres?—preguntó Sam, su tono era despectivo. La conocía, y sabía que en cualquier momento sería capaz de soltar una barbaridad, pero no nos convenía enfadarla. Ella estaba al mando de la situación. Le avisé con los ojos diciéndole "No te pases", ella me respondió con un "Tranquila, todo controlado". No, no estábamos controlando nada.

De pronto se oyeron pasos de personas. La chica había llamado a alguien, y yo había estado tan distraída armándome teorías que ni siquiera había prestado atención. Solía pasarme cuando estaba inmersa en mis pensamientos. Por la esquina de mi campo de visión aparecieron visibles tres cuerpos. Giré la cabeza lo máximo que mi cuello me permitió. Eran tres chicos, uno bajo pelirrojo y otro más alto de pelo negro que le sobresalía de la gorra; esos dos parecían también de nuestra edad, pero el chico rubio que los acompañaba parecían un poco mayor.

Seguía atrapada en ese manojo de raíces e iba a conseguir salir cuanto antes. No podía mover ni las manos. Lo único que podía salvarnos de aquella situación era una cosa, y yo sabía cuál. No me contentaba que ese pudiera ser nuestro escape definitivo, me esforcé un poco para conseguir otra forma de salir.

—¿Os suenan?—la rubia se dirigió a los chavales que nos observaban curiosos, el mayor no apartaba sus ojos de los míos. La incomodidad se instaló en mi cuerpo.

—No, no creo que sean doctoras ni soldados, sólo míralas—el chico de mayor edad habló. Por la forma en la que pronunció "míralas" me ofendió, pero no dejé que mi expresión cambiara ni un ápice.

—Creo que te has equivocado de peces—replicó el pelirrojo.

—¿Y qué hacemos con ellas? Ya han visto lo que puedo hacer, no podemos dejarlas ir.

Si lo de las raíces lo estaba haciendo ella—cosa que estaba segura al noventa y nueve por cien—entonces estaba segura de quiénes eran aquellos chicos. Eran los buscados por aquel ejército de "astronautas". Me pregunté si aquel grupo de jóvenes sería capaz de tener respuestas para lo que me estaba pasando. Lo que le había pasado a mi tía o a mi padre.

—¿Eso lo has hecho tú?—Sam dejó revelar su asombro con el rostro.

—¡Silencio!—sentenció con violencia esta.

—Podemos tenerlas prisioneras para que nos traigan suministros—sugirió el mayor.

—No, podrían estropearlo todo. Si las descubren a ellas nos descubren a nosotros, no podemos arriesgarnos tanto—el de pelo negro expuso su teoría de forma que los demás pudiesen rectificar la alocada idea de mantenernos como reclusas. Se lo agradecí en silencio.

—Tienes razón,—declaró la chica—entonces matémosles, ya lo hemos hecho antes.

¿Habían matado a gente? Empecé a respirar con dificultad y vi que Sam también se ponía nerviosa y me miraba como queriendo decir algo, dirigí mis ojos al frente y la ignoré. Las ideas que antes ocupaban mis pensamientos se nublaron con la palabra muerte y no pude hacer nada más que evitar que el corazón se me saliese del pecho y casi me diera un infarto.

—No haremos eso—percibí la oscuridad en el rostro del pelinegro.

—Estoy de acuerdo con Jacob, no deberíamos matarlas, no somos asesinos.

¿Entonces el de pelo negro se llamaba Jacob? Al menos parecía sensato y nos estaba salvando la vida, más o menos...

Repasé la información que tenía: aquellos chicos estaban siento buscados por el grupo de personas que nos habían querido matar. A ellos les buscaban y ahora a nosotros también. No había ningún trato que le pudiésemos ofrecer para que nos soltaran, estábamos en su misma situación.

—Tenemos dos opciones, matarlas o tenerlas como prisioneras, no podemos dejarlas marchar. Seguro que los soldados las encontraran y las obligarán a confesar—la chica joven estaba empezando a cansarme con su mente asesina y psicópata.

—Espera,—solté de forma inesperada, para mí y para todos. Ahora ya tenía la atención de cada uno de los integrantes de aquel grupo. No podía rectificar, debía proseguir con valentía—¿has dicho soldados?—mi boca fue más rápida que mi mente. Pensaba que había una cierta posibilidad en que nos consideraran de su bando. El clásico "El enemigo de mi enemigo es mi amigo". Estaba en una situación de máxima necesidad, cualquier cosa era útil.

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Los peligros de confiar #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora