Lunes 8 de julio 1pm
Al menos nos dan de comer.
Hoy he desayunado y almorzado mejor que en los últimos dos meses, pero estoy empezando a desesperarme.
Han pasado veinticuatro horas y necesito drogarme.
Termino el arroz con ensalada y pollo que nos dieron con un vaso de jugo y me recuesto para intentar dormir. Cada vez más considero que Joel termine conmigo. No podría ser una carga para mi familia luego del castigo, no me lo perdonaría, aunque siempre haya pensado que no me importa nadie más aparte de mí. Mi madre solía escuchar a las vecinas que tenían hijos castigados que hubieran preferido abortar a sus hijos de saber que terminarían así.
Mi madre siempre me advirtió que no hiciera nada estúpido ni que perjudicara a la familia, pero aquí estoy, necesitado de drogas y destinado a ser un manco inservible y odiado por todos.
Todos almuerzan en silencio. Ayer no nos alimentaron y hoy apenas nos dejaron ir al baño a todos y desayunar en la mañana. ¿Es esto una cárcel? ¿Por qué no simplemente nos castigan y ya?
—Estás temblando. —Adrián interrumpe mis pensamientos.
Lo miro frunciendo el ceño. A quién quiero engañar: soy un desastre.
—Supongo que también tengo miedo —respondo suspirando. Con mis uñas formo rayas a lo largo de mis piernas desnudas. Estoy haciéndome daño.
Los demás se dan cuenta. Saben que necesito drogas y su mirada de lástima se centra sobre mí.
—Dejen de mirarme, caras de verga —ataco. Ellos ni se inmutan.
Luis se pone de pie y empieza a estirarse, luego Joel hace lo mismo. Por muy calmados que todos queramos lucir, sabemos que falta poco para nuestro triste destino.
«Si tan solo pudiera cambiar lo que ocurrió ayer...», pero es inútil, ya es pasado y mi presente y futuro están marcados por lo que ocurrió ayer.
No quiero que me corten las manos. Me estremezco ante la idea de sentir las cuchillas caer sobre mis muñecas y debajo de mis rodillas y recuerdo las veces que presencié los castigos.
No importa el día de la semana en que capturen a un ladrón o a un asesino, a todos los castigan los domingos, frente a miles de personas aglomeradas. Cuando era un niño no estaba obligado a ir, y me quedaba con mi abuela, pero mis hermanos mayores sí asistían con mis padres. Ambos también consumen drogas, pero creían que eran buenos padres porque me golpeaban al verme fumar también. Mi madre empezó a tener hijos desde los quince años; a veces ni siquiera sé si soy hijo de mi padre, y mis hermanos también tienen sus dudas.
La crisis nos golpeó peor de lo que se podía esperar. A los doce años ya había empezado a consumir drogas, y a los catorce empecé a robar cuidadosamente para que no me atraparan, pero ayer fallé y hoy estoy aquí, necesitando de nuevo consumir heroína para satisfacerme unas horas.
La perilla de la puerta se mueve y el sonido de la puerta abriéndose interrumpe mis ganas de inhalar tierra. Un hombre de casi cincuenta años está en la puerta y nos observa. Enseguida uno más joven entra a la habitación con una bolsa plástica. Empieza a recoger con mucho cuidado los restos de comida y basura que hemos dejado esta mañana.
Mi mirada se dirige de nuevo al hombre que custodia la puerta en silencio. Pienso en miles de oportunidades para correr en su dirección y huir de aquí, pero me siento estúpido de nuevo.
—¿Qué tanto nos estás viendo? —pregunto bruscamente. No voy a dejar que un imbécil me mire como animal de zoológico.
Él se ríe. El joven que limpiaba el salón termina su trabajo y, con paso tembloroso, se va del lugar.
—Veo que te sienta mal estar encerrado sin tu droga, manco.
«Nadie te preguntó».
Aprieto los dientes. Siento su satisfacción al vernos a todos como estamos. Desvío la mirada, triste. Al final de todo tiene razón: me sienta mal estar aquí.
—Mañana vendrán vuestros familiares. Hoy los estamos contactando.
Los cuatro prestamos suma atención.
—Tendrán que repetir el acuerdo que hicimos hace años para que puedan ser castigados sin problemas —explica.
—¿Qué pasa si no tenemos familia aquí? —pregunta Adrián.
—Nadie podrá intervenir por ti.
—¿Qué pasa si nadie viene? —pregunto.
—Nadie podrá intervenir por ti.
«¿Acaso se puede intervenir?»
Pero a quién quiero engañar, nadie de mi familia vendría a rescatarme de lo que se avecina para mí.
—¿Y si no están de acuerdo? —Adrián no conoce a nadie en la ciudad, no sé por qué se molesta en indagar. Es el más manco de los tres.
—Siempre están de acuerdo.
Volvemos a estar en silencio. ¿Podríamos huir? Si lo derribáramos, ¿podríamos salir corriendo de aquí y jamás volver a este sector?
Luis no ha dicho una sola palabra. Su mirada fulminante está fija en el hombre. No sé qué pasará por su cabeza, pero no debe ser nada bueno.
—Ya quiero ver cuando robes tú y el maldito de tu hijo —dice finalmente y nos sorprende a todos.
Pero lo que hace a continuación es peor de lo que pensaba.
![](https://img.wattpad.com/cover/208474398-288-k143363.jpg)
YOU ARE READING
No robarás
General Fiction«No robarás Son las palabras que más he escuchado en mi vida». En los suburbios de Guayaquil, una urbe devastada y desolada por los crímenes, los habitantes han hecho su propia justicia desde ha-ce varios años. No robes. No mates. Porque lo que ha...