Martes, 9 de julio 1pm.
Mi segunda siesta del día es interrumpida por el almuerzo. Cada vez más siento la necesidad de mi dosis de droga diaria. Nadie me ha hablado, pero estoy seguro de que, si lo hacen, estallaré de rabia y desternillaré a cualquiera a punta de golpes.
Estando aquí me doy cuenta de lo miserable que mi vida ha sido.
Luis me da pena, según él, no ha robado, pero lo culparon. Me pregunto qué tan grande será su desesperación al estar castigado sin razón. Yo nunca presencié un castigo, puesto que los menores de dieciocho años no están obligados porque seríamos incapaces de hacer algo así y nuestros padres nos enseñarían lo que es bueno y malo. Pero los adultos se equivocan: los jóvenes somos capaces de hacer lo que ellos no creen, sea esto bueno o malo. Yo, por supuesto, fui la segunda opción.
En silencio, todos aceptamos nuestro plato de comida, y esta vez sí luce bien como ningún otro. Parece de algún restaurante que se esfuerza por dar buena comida. Aquello provoca un nuevo dolor en mi pecho. ¿Tenía una buena vida?
Hasta hace unos días mi padre prefería gastar el dinero de su mísero sueldo en drogas y una mujer que le diera placer porque mi madre ya sentía asco de él. Nosotros teníamos hambre, y él nos enviaba a robar y pedir dinero en las calles para así ganarnos nuestra comida. Yo sufría por aquello. Él golpeaba a mi madre casi todos los días, pero ella lo perdonaba porque no quería dejarnos a nosotros sin una figura paterna. Pura mierda, hubiera preferido ser huérfano a tener un padre como él.
Saborear esta comida solo me recuerda la mísera vida que llevaba y que empeorará luego del castigo.
Soy el mayor de mis hermanos; somo cinco, tres varones y dos mujeres. Espero que el lunes que viene sean solo cuatro.
Termino mi comida y bebo el agua del recipiente que nos han dado a cada uno. Los demás todavía siguen con su plato, Joel dándole vueltas al pollo con su cuchara; Luis con los ojos rojos de tanto llorar y Adrián masticando lentamente.
Me quito los zapatos y masajeo mis pies. Todo mi cuerpo duele debido a los golpes recibidos y el no haberme bañado en días no ayuda. Hace unas horas un grillo nos acompañaba. Creo que ya se fue porque ha dejado de cantar.
Unos minutos más tarde se acerca el joven que suele limpiar nuestro desastre y hacer su trabajo. Pero, al llegar a la puerta para retirarse, se detiene y nos observa.
—Lo siento mucho, chicos —dice con voz temblorosa. Su mirada se posa en mí—. En verdad lo siento.
—No tienes que... —empieza a decir Adrián.
—Púdrete —atajo sin piedad—. Púdrete y no te compadezcas de nosotros.
Él me mira con ojos tristes, asiente y se da la vuelta.
Él no tiene la culpa de que estemos aquí, muertos y mancos.
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No robarás
قصص عامة«No robarás Son las palabras que más he escuchado en mi vida». En los suburbios de Guayaquil, una urbe devastada y desolada por los crímenes, los habitantes han hecho su propia justicia desde ha-ce varios años. No robes. No mates. Porque lo que ha...