Lunes 8 de julio 1:26 pm
En la adrenalina de habernos rebelado está el gusto. Con todo mi cuerpo hecho un desastre tomo las pocas fuerzas que me quedan para darles guerra una última vez. Luis ha enloquecido sin razón aparente. No sé qué tendrá contra este hombre y su hijo, pero su rabia lo ha cegado y convertido en un animal sediento de venganza.
Es como yo, como el Joel del día de ayer que quería asesinar a su padrastro.
Pero luego de varios minutos lanzando golpes, nos rendimos. Los cuatro hemos intentado todo para destruirlos, y para nuestra mala suerte ellos son casi diez y no pasa mucho tiempo para terminar todos en el suelo, sangrando y con algún hueso roto. Yo me llevo la peor parte, puesto que lo que estaba dejando de doler ahora sufre el doble que antes.
Media hora después seguimos sin poder movernos. Luis está llorando, supongo que de rabia e impotencia, y los demás siguen callados. Nadie ha querido hablar, quizá porque ahora nos duele hacerlo. Pero nuestro silencio es interrumpido de nuevo por la puerta que se abre.
El mismo hombre que llegó hace casi una hora está en toda la entrada a la habitación.
—Están muy equivocados si creen que se salvarán de esto, asquerosas ratas. —Sonrío de satisfacción al ver que tiene una bolsa con hielo apoyada en su brazo y un ojo hinchado—. Voy a disfrutar cada segundo de sus gritos en el castigo. Y tú —dirige su mirada a Luis—, me aseguraré de que seas una vergüenza antes de ser un manco.
Mi compañero de castigo está de espaldas a él. No se inmuta, no quiere hacer nada. Está resignado a saber que en seis días podría incluso morir.
El hombre cierra la puerta estrepitosamente y nos deja de nuevo en silencio. Yo también quiero llorar. Estoy muerto, o algo parecido.
Estoy muerto y no puedo hacer nada para cambiar mi destino.
—Sé lo que están pensando —dice Adrián de repente.
Misael y yo volteamos a verlo, esperando que continúe.
—Nos vamos a morir, ¿cierto? —pregunta con su voz quebrándose.
Doy un largo suspiro.
—Sí, Adrián. Nos vamos a morir —respondo.
Puedo ver una lágrima caer por sus mejillas. No lo culpo, yo también estoy a punto de llorar.

YOU ARE READING
No robarás
Ficción General«No robarás Son las palabras que más he escuchado en mi vida». En los suburbios de Guayaquil, una urbe devastada y desolada por los crímenes, los habitantes han hecho su propia justicia desde ha-ce varios años. No robes. No mates. Porque lo que ha...