Lunes, 8 de julio. 8pm
—Al menos la comida está buena —comenta Misael mientras devora el contenido del recipiente que dejaron hace unos minutos.
Es comida normal, incluso para mí que he racionado mis comidas durante varios meses, no veo qué tiene de especial.
«Su familia debe ser muy pobre, porque incluso yo, que no tengo nada, no me emociono por esto».
—La comida sabe mejor cuando estás muerto —asegura Joel y Misael se ríe—. No me había dado cuenta de eso.
—Creo que todo luce mejor cuando estás a punto de morir —digo en son de broma.
Yo, sin razón aparente, estoy temblando. ¿Tengo miedo? Me cuesta asimilar lo que ha ocurrido en los últimos dos días. ¡Yo solo tenía hambre, maldita sea!
Luis eructa. No ha dicho nada desde la pelea. ¿Qué pasará por su cabeza para tenerle tanto odio al tipo de esta tarde? Quisiera preguntarle, pero no es un buen momento. La sola idea de que seremos mancos desde el domingo de cierta forma siento que nos une, al menos en la desgracia. Ha estado murmurando cosas desde hace un par de horas, pero nada lo suficientemente legible para responderlo.
Por otra parte, siento que llevo una eternidad aquí. Sigo usando la misma camiseta azul marino y el pantalón que me quedaba limpio para finalizar la semana que terminó ayer, pero ahora no tenemos la oportunidad de cambiarnos.
No nos han dejado ir al baño y, según afirmó el hombre que nos ha encarcelado, estamos castigados sin él y quizá nos prohíban tener la visita que todos los castigados suelen tener. ¿Qué clase de sistema de mierda es este? Los ladrones van a la cárcel y allí se quedan, pero aquí... parece que primero los quieren ver sufrir en vida. Y no los culpo, en su lugar yo también lo haría. La mujer a la que intenté robar, ¿disfrutaría verme siendo mutilado?
Prefiero morir, porque si no, ¿quién me va a cuidar?
En casa mi padre decía que algún día esperaba que lo cuidáramos, porque aquel es el acto de amor más grande de un hijo a sus padres. Le fallé y me fallé. A él, a mi madre, a mí...
El castigo me lo merezco, pero... ¿podría pedir que me asesinaran de una vez? ¿Joel lo haría?
Sacudo la cabeza. Estoy demasiado mal como para querer morirme ahora, y peor, que alguien que ya lo ha hecho cometa un crimen de nuevo. Observo mi plato de comida casi vacío. ¿Cómo será mi vida luego del castigo? ¿Cómo sobreviviré? Lo que está por ocurrirme es peor que pasar el resto de mi vida en la cárcel.
En mi mente la idea de morir cobra fuerza.
Aquello parece ser lo mejor.
—Padre nuestro... —La voz de Luis apenas se escucha. ¿Está rozando?
Mierda, lo está. En nuestra miseria al parecer solo Dios podría ayudarnos. Él al menos sabe dónde estamos. Yo no sé qué tan lejos, pero sí que pasó más de media hora para llegar aquí y que caminé varios minutos atravesando decenas de pasillos para llegar a este lugar.
Es imposible escapar. Esta habitación mugrosa tiene apenas una pequeña ventana que da a un pasillo y es suficiente para no sentirme asfixiado, pero estamos en el centro de un laberinto, e intentar salir sería el movimiento en falso más estúpido que podríamos intentar.
Me resigno de nuevo y me recuesto para ver el techo. Huelo una de mis axilas. Apesto. Necesito un baño, pero, como suelen decir: ya estoy muerto, o manco, no necesito un baño.
Maldito sea el momento en que se me ocurrió robar.
Y maldito sea este castigo.
—Amén —finaliza Luis.
—Amén —repetimos los demás a coro.
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No robarás
General Fiction«No robarás Son las palabras que más he escuchado en mi vida». En los suburbios de Guayaquil, una urbe devastada y desolada por los crímenes, los habitantes han hecho su propia justicia desde ha-ce varios años. No robes. No mates. Porque lo que ha...