Capítulo 2

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El ruidoso timbre resonó por todo el instituto, indicando que las clases habían culminado para el turno de la mañana. Al fin. Solté mi lápiz y este cayó en mi libreta, rodó y rodó hasta llegar al suelo.

Me levanté de la mesa-banco con toda la pereza del mundo y me agaché en busca del lápiz que yacía bajo la mesa. Lo tomé con mi mano -ni modo que con el pie- y como yo soy medio tonta, no había salido de abajo de la mesa cuando ya me quería levantar, ocasionando que mi cabeza se golpeara con la mesa de madera.

Por instinto puse mi mano en la parte lastimada de mi cabeza. Jadeé por el dolor que me había dejado el golpe. Es que esto sólo me pasa a mí.

Aún con el dolor, me levanté poco a poco y guardé mi libreta, el lápiz del demonio ese y mis plumones (soy la morra de los plumones, je) en mi bolso y salí hacia el pasillo, culebree entre el flujo de estudiantes que ivan de aquí y de allá, la mayoría hablaban mientras otros iban rápido sin importarles nada y sentí algunos empujones.

Bajé las escaleras a paso apresurado pero con cuidado de no caerme. Ya saben cómo soy. Fuí por el amplio pasillo dónde yacía la papelería, la biblioteca, baños y si te ibas más allá darías con los salones de física y Química.

Ese instituto parecía un puto laberinto. Salí por una especie de reja y cuando iba a la salida escuché como alguien gritó mi nombre.

—¡Roma!— Keily llegó hasta donde estaba y me dío un abrazo.

—Recibí tu mensaje, ¿es cierto?—Keily lucía muy entusiasmada por lo que le conté mientras aún estaba en clase.

—Pues sí, no lo puedo creer— confesé emocionada.

Yo estaba muy emocionada porque vería más seguido a Eros y hasta tal vez podría entablar conversación con él.

Llegamos a la entrada y nos dirigimos al estacionamiento donde yacían algunos autos, pero no veía a el chico por ningún lado.

—Rom, ya debo irme. Me esperan— habló mi amiga la castaña.

—Está bien, adiós— le di un abrazo y ví cómo se subió al auto de su madre para luego arrancar e irse.

Esperé unos cuantos minutos, hasta que escuché el motor de la camioneta de mi padre, manejada por Eros. Llegó hasta donde yo estaba y se estacionó en frente de mí.

Caminé hasta el lado del copiloto y abrí la puerta, intenté subir al vehículo y finalmente lo logré, me acomodé un poco en el asiento y puse mi bolso en el suelo del auto.

El chico al volante no decía ni una palabra, así que intenté sacar conversación.

—Hola

—Hola— luego de unos segundos me devolvió el saludo.

Decidí poner algo de música para aligerar el ambiente.

—¿Qué canción pongo?— le pregunté con mis dedos en el reproductor de música.

—La que sea está bien.

Soy muy mala para hablar, y Eros no me lo hacía sencillo. Era seco, cortante y amargado.

Me decidí por una canción de una banda de chicos llamada B.T.S no soy fan, pero sus letras son bonitas y me gusta el mensaje que transmiten.

La canción se llama 'Butter' mantequilla, se oye bien.

—Esas canciones son para niñas fresas.

—No es cierto— lo miré —es una banda de pop coreano, no una banda para fresas.

La Hija Del JefeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora