Capítulo 2 parte A

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Ese día de trabajo había llegado a su fin. Y conforme el carro que los conducía iba a una velocidad permitida, la sonrisa de oreja a oreja en el bello rostro de Candy...

— Preguntarte a qué se debe eso... —, el acompañante de ella imitó su feliz gesto, — ¡desde ya! me catalogaría el asesino de tu felicidad.

— ¿Tanto se me nota?

— Y hasta en el Polo Norte.

Saberlo, provocó el sonrojo de Candy; y por lo mismo, su compañero quiso saber:

— ¿Puedo saber a qué se debe?

— Puedes.

— Soy todo oídos.

Pero a éstos, por segundos llegó nada.

— ¿Y entonces? — repreguntó él al haberse quedado callada ella y perdido su verde mirada en el cristal del auto.

En eso, un profundo suspiro se escuchó primero. Después...

— Jamás de los jamases había sostenido en mis brazos a niño ¡más hermoso!

— ¿No? — se indagó, notándose en el rostro masculino: extrañeza.

— No — la fémina confirmó.

En cambio, el varón:

— ¿Qué pasó con la criatura de la señora Dupont? ¿o el de la señora Wilson? ¡No, no, no! ¡El robusto bebé de los Miller! Apenas ayer ¡ese había sido el más hermoso!

— Reuben, no te burles de mí.

— ¡¿Yo?!

Se pintaron de inocencia; y para molestarla más, él completaba:

— Pues si las señoras te oyeran, te reclamarían lo mismo: que te burlaste de ellas.

— Bueno, es que...

... fue todo lo que Candy pudo decir; y es que de nuevo el rubor volvió a apoderarse de sus suaves mejillas; y sus verdes ojos se posaron tímidamente en su uniforme para perderse en su blanco color.

— Nunca imaginaste que hoy sería el día que volvieras a verlo, ¿cierto?

Intrigada, la rubia enfermera se volvió a su interlocutor para inquirir:

— Hace mucho que te conté de él, ¿cómo es que...?

— ¿Lo recuerdo?

El galeno la miró de reojo; y aún así, la distinguió haciendo un "sí" con la cabeza. Entonces:

— Será, porque el hombre es bastante muy conocido. Y cuando tú lo nombraste en aquella lejana ocasión que...

— Sí, eso debió — la señorita White lo hubo interrumpido; y pese a eso...

— ¿Y qué sentiste al verlo?

— Fue tan fugaz nuestro reencuentro, que... ni tiempo me dio de asimilarlo.

— Lo que en otras palabras quiere decir... que lo has olvidado.

— Me da mucho gusto ver que siguió el camino de ser feliz.

— Claro — dijo alguien apagadamente; y fingidamente animado: — ¡Sí, por supuesto! ¡Y tanto! que hoy pusiste en los brazos de su mujer... a su primogénito. Aunque... ella no te reconoció.

— Y ha sido lo mejor, ¿sabes?

— Si tú lo dices, amiga. Bueno, ya estamos aquí —: frente a la puerta de la impresionante mansión de los Andrew en Nueva York.

HASTA HOY SUPE TIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora