Capítulo 4 parte C

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Susana calló sus palabras al notar que Candy, sin decir las suyas, se ponía de pie para marcharse en silencio, dejando a la rubia actriz con una ligera y tranquila sonrisa en la cara al intuir el lugar al que se iría.

Y para esto...

— ¿Paulette?

— Sí, Candy.

Ésta en el área de recepción pedía:

— Por favor, facilítame una dirección

— Sabes que está prohibido

— Sí, tienes razón. Lo sé — dijo la rubia enfermera; y envuelta nuevamente en su silencio emprendió la retirada.

— Candy —, Albert corrió a su encuentro al divisarla.

— Por favor, ayúdame a localizarlo

— ¿A...?

— ¡Sí, a Terrence! — increíblemente ella gritó; y porque ignoraban el motivo del negro humor...

— Dos cuadras abajo hay una estación de policía. Ahí pudiéramos averiguar su paradero.

— Albert —, Candy lo detuvo al verlo dirigirse al auto: — lo siento

— Está bien, pequeña. Ignoro qué pasó allá adentro, pero te aseguro que lo entiendo.

— Yo lo sé. También del buen amigo que siempre has sido

La rubia, sintiendo por dentro cómo la desesperación iba en aumento, para consolarse lo abrazó fuertemente.

Al sentir los cálidos brazos del rubio alrededor de ella, Candy comenzó a llorar.

Y por la manera de hacerlo...

— Candy, linda, ¿qué sucede?

— Pasa... que pude haberlo perdido para siempre

— ¿Por qué... dices eso?

La boca de Albert cayó en la dorada coronilla de ella.

— Terry... estuvo en la guerra; y yo... nunca lo supe. No quise más saber de él por la estupidez de lastimarme el simple hecho de verle en las revistas o en los periódicos, creyendo que al estar con ella él iba a estar bien.

— Candy...

— Necesito verlo. Lo comprendes, ¿verdad?

El rostro bañado en lágrimas que se le ponía enfrente lo hizo decir:

— Por supuesto, pequeña. Yo mismo te llevaré con él.

Un beso en la frente sería la promesa de hacerlo.

Por lo tanto, con gentileza, el rubio encaminó a su acompañante hasta el auto, prometiéndose usar sus influencias para dar con Terrence Graham.

Una búsqueda que no tomaría mucho tiempo, ya que... en menos de treinta minutos...

Por ser esa la oficina de su nueva compañía, mientras se establecían en su totalidad Terry, ayudado por Irinushka, montó ahí su departamento, en el doceavo piso del edificio Vida Metropolitana sobre la Avenida Madison; lugar en el cual ya llevaba tiempo descansando. ¡Tanto! que hasta dormido se había quedado.

Irinushka en cierta área se divisaba; y al timbre que sonara, su cabeza giró.

Mientras Terrence se recuperaba de su golpe, ella se había dedicado a repasar sus lecciones, porque... una cosa era una cosa y otra, otra; y la alumna conocía muy bien a su bilioso tutor, que al oír en su sueño el llamado, se despertó e incorporó para atender lo que Voronov ya hacía.

Durante ese trayecto, Candy le hubo platicado a Albert lo dicho por Susana. So, la mención de una mujer, en su mente ya la había digerido. ¡Pero! ¿encontrarla ahí y con la camisa—pijama de él puesta?

La rubia únicamente sintió como un hoyo se abría a sus pies al verlo a él... en simples pantalones y sosteniéndole fijamente la mirada.

Ante la silenciosa confrontación, Irinushka dejó la puerta abierta y se movió de ahí con la intención de dejarles a solas.

Candy también lo hizo; sólo que ésta en lugar de entrar, se regresó por donde llegara.

Al notarlo, la chica Voronov le decía a su acompañante:

— ¡Idiota, ¿qué esperas para ir detrás de ella?!

Por segundos, Terry se había quedado pensando. Y al sentir un objeto volador, lo sacó de su letargo y...

La urgencia de una mano, consiguió que Irinushka empezara a desabotonar la camisa que usara para entregársela a su dueño.

Éste, sin zapatos y apenas poniéndosela, corrió en busca de su visita que se impedía a pensar conforme, con pasos acelerados, iba en busca del ascensor.

Ése yacía a pocos metros de doblar el largo pasillo por el que transitaba.

Y al verla tomar hacia la derecha:

— ¡Candy!

Terry la llamó; y ella sí se detuvo, cerrando los ojos y arrojando un fuerte resuello.

Además, ¿cuál hubo sido la razón de haber ido hasta allá? ¿Acaso no para hablar?

Con un gesto mal ganado, la rubia se giró para atenderlo. Aunque en sí, Terry ya estaba a breves metros de distancia. Lo que provocó... fuera meticulosamente admirado.

La camisa desabrochada dejaba muy a la vista un abdomen trabajado; unos pectorales que incontrolables subían y bajaban; y por el grueso cuello lucían las venas alteradas, producto de las mandíbulas que se mantenían un tanto apretadas. Esfuerzo que se relajaría al preguntarse:

— ¿Qué haces aquí?

— Yo...

Candy calló debido al trabajador que pasaba empujando un carrito lleno de correspondencias.

A su saludo ella sonrió; y Terry la tomó de la mano indicándole:

— Ven

— Pero...

Ella se negó a moverse. Y gracias a que lo intuían:

— No es lo que tú piensas

— Aun así... —, Candy se soltó, — optaría por platicar aquí

— Como gustes — respondió él metiendo las manos en los bolsillos de sus pantalones y mirando hacia otro punto, aunque, la mirada de ella podía sentirla; e interiormente celebró el modo en que la rubia lo hacía.

En los años que pasaron y ellos crecieron, debido a su profesión y a su aumentada guapura, Terry ya había aprendido a disimular el deseo que en las mujeres causaba.

En cambio, la que tenía enfrente... resultaba ser muy especial, aunque quisiera ser del todo indiferente con ella.

— Por favor, vamos a dentro — volvió a invitarla.

Y ésta vez y a su modo de pedírselo, Candy estiró su mano hacia él que no dudó en tomarla y...

Sentirla inesperadamente pegada a su expuesta piel, consiguió que el actor cerrara los ojos y aspirara con profundidad el aroma tan característico de ella que para sorprenderlo más, despegó su mejilla del pecho masculino para dejar ahí: sus labios, esos que le pedirían increíblemente...

— Perdón... perdón... perdón.

— Candy

Terry, aguantándoselo todo, levantó una mano para precisamente levantarle su delicado mentón.

— ¿Por qué lo pides?

A cambio de una respuesta, fue una repentina acción que la rubia le dio.

Un beso, que llevaba un tantito de añoranza, de arrepentimiento, de mucho sentimiento y bastante pasión.

Esa que combinaba, aprovechando su desnudez, para acariciarlo con manos de mujer. 

HASTA HOY SUPE TIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora