Capítulo 7 parte A

202 24 1
                                    

¡Jamás en su vida había experimentado en su interior y reflejado en su exterior tanto enojo como en ese momento! Tampoco había sentido el más mínimo de odio por nadie, bueno sí, y ese estaba destinado justamente al hombre que venía a su lado y que se había atrevido, primero: a engañarla usurpando el nombre de aquél que un día los medios se atrevieron a llamar "príncipe caído" con tal de hacerla ir a él en aquella villa de Chicago; segundo: a proponerle matrimonio aún sabiendo de sus verdaderos sentimientos, y tercero: a presentarse ante su persona después de todo aquello habiendo ido hasta su trabajo cuando debía ser ¡otro! el que fuera por ella.

Impidiéndose siquiera a mirarlo conforme Neil manejaba, Candy demandaba:

— ¡¿Puedes ir más rápido?! ¡Me urge llegar a casa!

Aquél que en un ayer le hubo crecido en su corazón un rayo de amor por esa rubia mujer, pujó de mala gana; e increíblemente, obediente, pisó el acelerador teniendo Candy que sujetarse debido al incremento de la velocidad y tosquedad producida por el motor ese.

Millas después y sin esperar a ser atendida por nadie, la rubia White descendió de su transporte, escuchándose detrás de ella un fuerte portazo y emprendiendo veloz su retirada.

Por supuesto, la sonrisa socarrona de Neil estaba en su moreno rostro; y todavía en su lugar la miraba ingresar a casa, donde...

— Candy, ¿estás bien?

Albert preguntó en el momento de verla tan alterada, y por ende habiéndole negado el respectivo saludo de llegada.

Ella, después de pisar el primer peldaño de la extensa escalera:

— ¿Tú sabías de esto? — le disparó; también una mirada que el rubio viera nunca. Pero, antes de que él respondiera, ella le ganaría a decir: — Y si sí, ¿por qué es que lo permitiste? Por ser el patriarca de esta familia y yo tu hija, no ignoras lo que su presencia significa para mí.

La formal acusación hizo que Andrew mirara hacia la puerta; y Candy lo aprovechó para correr escaleras arriba, segundo nivel que recorrería hasta llegar a su habitación y encerrarse, no importándole que en pocos minutos tendrían visitas.

Debido a ellas y a lo que según él no era responsable, Albert subió a verla.

En cambio, la rubia, desde el interior de su pieza, indicó estar muy ocupada, y por lo mismo... no dispuesta a atender a ninguno.

Porque durante el día y dentro de sus actividades tener listo un ajuar para lucirse esa noche hubo estado a su cargo, Dorothy apareció a lado de su guapo patrón diciéndole hacerse caso.

Apreciando la ayuda, el magnate se devolvió por donde llegara. No obstante, regresó a su punto original para aguardar por un arribo.

Hecho así, a la biblioteca se invitaría a ir para hablar en privado mientras Candy se enfrascaba en su arreglo. Ese que...

— ¡Ni pienses que voy a usar ese vestido!

... una túnica de tul blanco bordada de encajes y con pequeños círculos de diferentes colores en hilo de plata, algo muy parecido a la moda del siglo pasado.

— Pero, Candy, la señora Elroy lo ha mandado a hacer especialmente para ti.

— Sí, claro. Sin embargo... ¿no te parece demasiado pasado de moda?

— Entonces... ¿qué quieres usar?

— Estamos en los veintes, querida Dorothy

— Sin embargo, la señora Elroy...

— Ya, por favor.

Candy mostró nuevamente lo que nunca: desespero; y antes de ser grosera con la empleada, a ésta diría:

— ¿Recuerdas el vestido que usé en la boda de la hermana de Reuben?

Digamos de ello que hubo sido un evento que se suscitara un par de meses atrás.

— Candy...

— Dorothy, sólo tráelo

... porque ella se metería a la ducha para bajarse el mal humor en que la habían puesto.

Consiguientemente de haberla divisado ingresar al baño, la empleada se dispuso a obedecerla, sacando del gran armario un vestido de satín plateado de cintura caída sostenido de dos delgados tirantes que dejaba muy al descubierto los hombros y las pantorrillas también.

Visión, que por supuesto, para unos ojos no era propia de una señorita de sociedad como ella, que en aquel interior, trataba de serenarse.

Lo malo, que de sólo pensar en quien estaría acompañándolos en la cena:

— ¡Neil, lagartija, no sabes en verdad cuánto te odio! ¡Pero te juro que no me casaré contigo! ¡No lo haré! Antes prefiero...

Un llamado a la puerta la hizo callar, diciendo ulteriormente de haber oído su nombre:

— ¿Sí, Dorothy?

Ya están preguntando por ti.

— En un momento salgo.

Y ese momento se convirtieron en dos... en tres... en cuatro hasta que...

Hermosa, pero con un rostro muy serio, Candy apareció por las escaleras.

Y en la sala solamente estaban la señora Elroy y un desfachatado Neil que para nada se puso de pie en cuanto ella llegó preguntando:

— ¿Y Albert?

— Está en la oficina con su visita.

— ¡Pidió no fueran molestados! — espetó Legan al haber notado las intenciones de ir adonde ellos.

Puesta su mirada en la matriarca, ésta asintió con la cabeza; entonces, Candy para no sentarse a lado del moreno...

— Voy a ver cómo está la cena

— Ya lo hice yo — dijo la matriarca indicándole tomar asiento.

Sin muchos deseos y cuestionándose ¿por qué diablos tenía que obedecer? la rubia White, efectivamente lo hizo.

Se sentó a lado de Neil que por alguna razón no dejaba de reír, pero eso sí, burlonamente; aunque muy en su interior, éste le hacía reconocer lo bella que se había puesto la misma mujer que un día le alborotara el sentimiento conocido como "amor".

Ese que para otros ella sí tuvo. En cambio, a él...

HASTA HOY SUPE TIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora