Capítulo 6 parte B

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El que terminaba era el viaje de Albert y Candy; y ella, después de bajarse del auto, aguardó por su tutor para ingresar juntos a casa, no sin antes...

— Gracias por haberme acompañado

— No tienes qué agradecer, pequeña.

— ¿Vienes a descansarte? — preguntó ella estando al pie de las escaleras.

— No. Voy a la oficina para comunicarme con George.

— Salúdamelo, por favor.

— De tu parte

— Entonces, buenas noches, Albert

— Buenas noches, linda.

Ésta se acercó a depositarle a Albert un beso en la mejilla; y sonriente comenzó a alejarse.

En su ascenso, él la miraba, sonriendo en el momento que ella se giró a verlo y dedicarle un adiós de mano.

Correspondido, el guapo rubio se encaminó a la pieza señalada; y allá, posteriormente de haberse sentado y llevado consigo el teléfono, un número marcó, indicándole al que detrás de la línea le hubo contestado:

— Es necesario que dejes de hacer lo que estés haciendo para que estés aquí por la tarde.

¿Puedo saber por qué?

— Cuando vengas te lo cuento

Enseguida de escucharse "está bien", se cortó la comunicación, recostándose Albert en el respaldo del mullido sillón y recibiendo ahí la claridad del nuevo día, ese en el que se vería: a una Candy más alegre que nunca.

— Buenos días, señorita — se saludó, recorriéndose las pesadas y altas cortinas de las ventanas de esa femenina habitación.

La que abría los ojos y recibía los rayos del sol, sentándose bajo las colchas de su cálido lecho, diría:

— ¡Dorothy, ¿no es maravilloso estar vivo?!

— Ya lo creo, señorita

— Candy —; se reprendió poniéndose la rubia de pie. — Recuerda que cuando estamos a solas puedes llamarme así.

— Lo siento, seño... Candy —, la cual sería ayudada a ponerse su bata.

— Dorothy, ¿qué pasa hoy contigo?

— Nada, Candy. Sólo estoy concentrada en la cena que me ha dicho el señor Andrew tendrán hoy

— ¡Oh, sí!

La enfermera que se recogía el pelo y amarraría con un sedoso listón hubo expresado y vuelto a la querida empleada.

— Y por favor, ¡esmérate!

— ¿Puedo saber por qué?

— Porque así podré alardearle tus comidas... tus postres ¡mmm! — saboreó imaginaria y exageradamente una rubia mujer, — a un futuro duque.

— ¿A quién? — indagó la empleada haciendo que Candy, que ya iba en una dirección, se girara reconociendo:

— Sí, tienes razón —, y puso un gesto pensativo. — Terry me habló de su padre, pero no comentó nada con respecto a... ¡no importa! —, ella alzó los hombros; — es un hombre venido de gran alcurnia y... nosotros los norteamericanos no podemos quedar mal frente a la aristocracia británica.

— Señorita —, alguien evitaba reírse, más no el expresar: — está como que más loquita que otros días

— Lo que pasa, Dorothy — lo dijeron desde una puerta, — es que hoy ¡me siento muy feliz!

— ¿Por esa visita?

La respuesta fue un silencioso y repetitivo asentamiento de cabeza acompañado de una coqueta sonrisa que detrás de una puerta escondieron, y que después de muchas horas de no poder ocultarla, una presencia borraría.

HASTA HOY SUPE TIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora