Capítulo 7 parte B

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No te pavonees tanto, dama de establo, que haber estado en Florida afirmó lo que verdaderamente siento por ti: el más profundo de los desprecios por haberme humillado ante la sociedad de Chicago; y todo por ese pésimo actor que yace ahí dentro

... y que en su lugar, arrogantemente frente al escritorio del magnate, llevaba escuchando de él: el relato de su vida, el puesto que desde pequeño le hubieron otorgado, su gusto por los animales y...

— Parece que te aburro

— No lo tomes a mal — dijo el actor mostrándolo y removiéndose en su asiento, — pero prefiero que vayamos a la verdadera razón de mi visita.

— Candy

— Así es. Hablemos de ella como cuando lo hacíamos en el zoológico de Londres. ¿Recuerdas la confesión que te hice de mis sentimientos por su persona? Siguen siendo los mismos.

— Sin embargo, ha habido ciertos cambios desde tu partida.

— ¿Cambios... que no me favorecen?

— Tú eres el vivo ejemplo. Te noto... más agresivo. Más...

— Al principio, y tú eres testigo, no fue fácil vivir alejado de ella

— Pero tuviste la oportunidad

— ¿De qué según tú?

— Después de terminada tu relación con Susana, regresar.

— ¿Y para qué hacerlo si tú estabas a lado de ella? Y mírate, lo sigues estando.

— No se te olvide que soy su padre adoptivo

— Entonces, otórgame la mano de tu hija

— ¿No te parece algo precipitada tu petición?

— Para nada; además, de ya no tener la edad para vacilaciones

— Tampoco quieres perder el tiempo.

— ¿Para qué hacerlo si ella no está comprometida con alguien?

— ¿Y tú?

— ¡Tan libre como lo es el viento! Y aunque no dudo que lo disfruto...

— Terry —, impulsivamente el rubio se puso de pie, — te creía cínico, pero no a este nivel

— ¿A qué te refieres, Albert?

— ¡A tu descaro! — espetó el guapo banquero.

— ¿El mío? — el no menos bien parecido castaño fingió inocencia. — ¡Vaya! ¿quién lo dijera? que por ser simplemente uno mismo, se le catalogue así.

— ¡Pero tú estás exagerando!

— ¿Te lo parece? No, amigo —, Terry también se puso de pie, — yo creo que tienes el equivocado concepto de mí; y por supuesto... yo lo tengo de ti.

— Eso... indudablemente — replicó el rubio sosteniendo la mirada del actor que sonrió endiabladamente de lado.

En eso, se escuchó el llamado a la puerta; y los dos volvieron sus cabezas allá al oír su inconfundible voz pidiendo:

— ¿Puedo pasar?

La impaciencia la estaba matando; y aprovechándose de que la matriarca se retiraba, Candy corrió hacia ese lugar, donde...

— Por supuesto, pequeña.

Albert dejó su puesto para ir a la rubia que con aspecto travieso, se colaba. No obstante, un rostro serio la hizo indagar:

HASTA HOY SUPE TIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora