Capítulo 4 parte A

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Aceptada la invitación ante un gesto que reflejaba ¡todo! y a la vez ¡nada!, en lo que Candy iba a su habitación para cambiarse de ropas, Albert se dirigió a la pieza de la tía abuela Elroy.

Decirle que saldrían no iba a ser posible; a no ser que primero le contestaran un largo interrogatorio. No obstante, la intención, aunque la tuviera, no fue necesaria.

Luego de habérsele dado acceso consiguientemente de anunciarse, Dorothy comunicó a su guapo patrón el estado en que su pariente estaba.

— Acabo de darle un té y ha empezado a hacerle sus efectos.

Sobre su cama, la anciana matriarca ya descansaba; y en sus ojos: una máscara de dormir.

— Bien. Entonces a ti te digo que Candy y yo saldremos

— Muy bien, señor Andrew.

A éste, después de desear sonrientemente 'buenas noches', lo vieron emprender la retirada nuevamente hacia su recámara, donde minutos más tarde...

— ¿Albert? Estoy lista— dijo Candy detrás de la puerta cerrada.

Para abrirla el ocupante de aquella alcoba se apresuró, viéndola al instante siguiente y de frente a una ventana.

Lo percibido, consiguió que el ceño masculino se frunciera; y con intriga se preguntara:

— Candy, ¿estás bien?

Para demostrarle que sí, ella se volvió al rubio sonriéndole divinamente y diciéndole:

— Por supuesto, Albert.

Éste seguía mirándola, pero ahora en la vereda que la rubia había tomado: hacia él, para pedirle:

— ¿Puedes venir conmigo al hospital?

— ¿Por qué? ¿Te sientes mal? ¿Te avisaron de alguna emergencia?

— No — dijo ella abrazándose confiadamente de él. — No es nada de eso.

— ¿Entonces?

Albert indagó en el mismo momento de corresponder al afecto. Tantos años de conocerla, que en su interior sabía que algo estaba pasando.

— Quiero...

La enfermera levantó el rostro para mirar los ojos azules de él:

— Visitar a Susana

— ¡¿Susana?!

La mención de aquella mujer consiguió que Albert tomara de los brazos a su interlocutora.

Sin sorprenderle la reacción de su tutor, ya que para ella también lo había sido, Candy asintió positivamente con la cabeza; lo que provocó más cuestiones...

— ¿Dónde la viste?

— Precisamente, en el hospital. Aunque ella y yo no pudimos cruzar palabras, sí lo hice con...

— ¿Terrence? — se preguntó de nuevo.

— Sí. Hoy... nació su... primogénito

— ¡¿Qué dices?!

— No haría mal yendo a visitarla, ¿cierto?

— Pequeña —, Albert la envolvió en sus brazos, — yo...

— Hace mucho que lo nuestro pasó.

— Yo lo sé — dijo él aferrándola contra su pecho. — Sin embargo...

La separó instantes después.

— Te aseguro que estoy bien. Sólo...

— No digas más.

HASTA HOY SUPE TIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora