Valentina.
—¿Estás bien?
Tomo una bocanada de aire antes de girarme hacia mi abogado. Parece
preocupado por mí. No, no preocupado. Apenado. Esa es la palabra. Detesto que me miren así, detesto sentirme tan pequeña, tan débil.—Sí, tranquilo —me levanto y guardo los papeles que me tiende con gesto afable. El teléfono no deja de vibrar en el interior del bolso. Lo saco y leo por encima los últimos mensajes. Es mi hermana.
—Para cualquier cosa que necesites…
—… te llamaré —concluyo.
—Cuento con ello.
Me acompaña hasta los ascensores del edificio y espera pacientemente a mi
lado hasta que me ve desaparecer en el interior del cubículo. Allí, sola, deseo por un instante que nunca llegue a la planta baja. Quiero quedarme aquí para siempre, encerrada entre cuatro paredes, ajena al mundo que sigue su curso, ajena a todo y todos. Pero cuando escucho el característico pitido y las puertas se abren comprendo que no va a ocurrir.Tengo que seguir adelante. Salgo del
ascensor.Llevo apenas diez minutos caminando por la calle cuando mi hermana
llama por tercera vez consecutiva. Incapaz de ignorarla más tiempo, cojo el teléfono.—¿Cómo estás? ¿Ha ido bien?
—Sí —miento.
—¿Necesitas que me acerque a recogerte? —pregunta—. Podríamos ir a comer a ese restaurante del Carmen que te gusta tanto, el que tiene las mesas amarillas, ¿te apetece?
—No, Sofía, hoy no. Necesito descansar.
—Encerrarte en casa no ayudará. Deja que te haga compañía, por favor.
—Lo siento. De verdad —insisto—. Mañana quizá.
—¿Compro comida china para llevar?
—No, no vengas. En serio.
Cuelgo el teléfono sin darle tiempo a decir nada más. Solo deseo estar sola.
Sin ver a nadie. Sin dar explicaciones. Sin fingir una alegría que no siento para que los demás se queden tranquilos y piensen que estoy bien, que voy mejorando. Pero no es verdad. Hay cosas que no tienen arreglo.Al llegar a casa pongo la bañera a llenar. Enciendo la minicadena de música y pongo uno de esos discos relajantes que me recomendó el psicólogo. No estoy segura de que funcionen. Solo se oyen cascadas cayendo, hojas susurrantes, lluvia chocando contra el suelo, pájaros que cantan y aletean sin descanso.
Y a veces, solo a veces, los imagino muertos. A los pájaros. Muertos y
ensangrentados. Es el único modo de acabar con el piar, con ese sonido
melodioso que me retumba en los oídos y me distrae de todo lo demás.Me desnudo frente al espejo grande del cuarto de baño e ignoro la forma de mi estómago, cada vez más cóncava, y las costillas tan marcadas que casi puedo contarlas una a una. Dejo una copa de vino tinto en el borde de la bañera y me meto dentro; no me importa que el agua esté demasiado caliente. Hundo la cabeza hacia atrás y la sumerjo totalmente. Aguanto la respiración hasta que no puedo más. Cuando vuelvo a salir a la superficie, jadeo y me llevo una mano al pecho.
Rompo a llorar.
No puedo parar de hacerlo.
Y no dejo de pensar en Juliana, en cómo la he visto hoy.
Destrozada.
Ausente.
Tenía los ojos enrojecidos y acuosos y no había rastro de la alegría y el brillo travieso que antaño conquistaba su mirada. Llevaba una camisa de seda arrugada, despeinada, mala cara, como si no ha dormido bien en mucho tiempo. Ella, que siempre ha vestido y lucido de un modo impecable. Ella, que con su mera presencia era capaz de hacer reír y enamorar a todos los presentes. Tenía ese don, esa facilidad de caer bien a los demás de la que yo siempre carecí. Y a mí me encantaba que supliese y contrarrestase mis debilidades. Mientras yo me escondía detrás del objetivo de la cámara y capturaba la vida y jugaba con las luces y sombras, Juliana se exponía y convencía al mundo de sus ideas, de la dirección que debían tomar...
Cuando agoto todas las lágrimas, le doy un trago a la copa de vino. Y luego
otro y otro más, hasta vaciarla. Fijo la vista en la cristalera opaca de la ventana diminuta del baño y me pregunto qué estará haciendo en este mismo instante.Cuanto menos quiero pensar en ella más lo hago. Ni siquiera estoy segura de poder cumplir mi promesa. No sé si podré soportarlo.
Verla es doloroso.
Verla es lo último que deseo.
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¿Quién detendrá la lluvia en mi? - Juliantina
FanfictionSigue lloviendo...Juliana y Valentina no han vuelto a ser las mismas. Después de formalizar su divorcio, cada una intenta reconstruir su vida e ir encajando las piezas de un puzle que creían haber concluido y que ahora se ha roto. Pero a veces los p...