Juntas.

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Alguna vez si ya no somos,

si ya no vamos ni venimos

bajo siete capas de polvo

y los pies secos de la muerte,

estaremos juntos, amor,

extrañamente confundidos.

Pablo Neruda. [Finalmente se dirige con arrobamiento a su amada]


Siete meses después.

Valentina.

A veces ocurren cosas que nos hacen cambiar. El tipo de cosas que marcan
un antes y un después. Para algunas personas puede ser algo nimio, algo que para el resto no sea significante. Para otras, puede tratarse de un suceso irreversible, de esos que te destrozan el corazón.

Nunca sabremos cómo hubiésemos sido si eso no hubiese ocurrido. Así es
la vida. Caprichosa, indescifrable, enigmática. Probablemente por eso seguimos cuestionando durante toda nuestra existencia qué hacemos aquí, cuál es exactamente la finalidad de que ahora mismo estemos caminando por el mundo.

Nadie lo sabe. Al igual que nadie sabe por qué en ocasiones ocurren cosas que se supone que no deberían pasar. Cosas inexplicables e injustas que nos hacen desear tirar la toalla y dejar de jugar a esto que llamamos vida.

Juliana ha cambiado. Ha dejado de ser esa persona encantadora dispuesta a
agradar a todos los demás, esa chica que tenía labia para manejar a los clientes a su antojo; ahora es más taciturna, más seria, pero la amo igual porque, al final, en el fondo, sigue siendo ella.

Solo somos un cúmulo de matices que sacamos a relucir en según qué momentos.

Nuestra vida es diferente. La hemos ido construyendo sobre los cimientos
de esa vida anterior que un día tuvimos. A veces se tambalea un poco, pero resiste. Ella es feliz con su nuevo trabajo y yo estoy ocupada con algunos proyectos que tengo pendientes y que Juliana me ha facilitado después de publicitarme en su empresa.

Por las tardes, cuando vuelve de la oficina, tenemos la costumbre de salir a dar una vuelta y pasear por los alrededores. A veces bordeamos la carretera y avanzamos hasta que anochece. A veces hablamos, otras permanecemos en silencio. A veces nos cogemos de la mano y hay ocasiones en las que ni siquiera
nos rozamos. Últimamente solemos entrar en el bosque y explorar nuevos
senderos de tierra rojiza sin saber adónde nos llevarán. Estoy enamorada de este lugar tan conocido por inspirar cuentos de princesas y duendes, hadas y criaturas que viven entre los frondosos árboles. Todo está repleto de helechos de un color
verde vibrante, musgo reluciente y enredaderas sinuosas que trepan por los troncos como si deseasen llegar al cielo.

Estoy arrodillada en el suelo e intento enfocar una araña de patas finísimas
que trepa por una roca repleta de ese musgo tan característico de este sitio. No se oye nada, absolutamente nada. El silencio es sepulcral cuando hago la fotografía, captando también el brillo de la tela de araña.

—La tengo.

—Déjame ver.

Me levanto y me acerco hasta Juliana que está sentada unos metros más allá.

Lleva allí un buen rato, en realidad. No sé cómo es posible que nunca se aburra.

Desde que nos conocimos, siempre soy yo la que al final tiene que anunciar que ha llegado la hora de irse, si por ella fuese dormiríamos en este bosque.

Giro la cámara y estudia la imagen en miniatura que se ve.

—Perfecta.

—¡No te pases! —me rio y le doy un golpecito en el hombro.

Juliana sonríe traviesa, deja la cámara a un lado y me coge entre sus brazos
y consigue que las dos caigamos al suelo, sobre la hojarasca seca y la tierra.

—¿Estás loca?

—Loca por ti.

—Ya veo…

Abro los labios cuando me besa con fuerza y ahogo un gemido en el interior de su boca. Le rodeo el cuello con las manos y respiro sobre la piel de su mejilla.

Ella me mordisquea la barbilla y deja un rastro de besos por mi cuello mientras clavo la mirada en el cielo azulado del atardecer que se dibuja sobre las ramas enrevesadas de los árboles. Y durante unos dolorosos segundos, me pregunto si Daniel estará ahí, en el cielo, en no sé dónde, en algún lugar donde sea consciente de lo mucho que le echamos de menos. Siempre. Todo el tiempo.

No sé qué nos deparará el futuro, no sé si mi vida tiene algún sentido o si
me equivoqué en algún momento y no fui capaz de ver las señales y entenderlas correctamente… Lo único que sé ahora mismo es que Juliana me completa, me llena, me acaricia el corazón y que todo empezó con ella y terminará con ella.

¿Quién detendrá la lluvia en mi? - Juliantina Donde viven las historias. Descúbrelo ahora