Heridas.

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Cuatro meses después.

Y verte cómo cambias

—y lo llamas vivir—

en todo, en todo, sí,

menos en mí, donde te sobrevives.

Pedro Salinas. [Afán]

Valentina.

Rompo la fotografía que sostengo en la mano y tiro los trocitos a la papelera. Me concentro en el tráfico de la calle durante unos segundos, con la mirada clavada en el cristal de la ventana.

Siempre hay atascos a primera hora de la mañana. El sol reluce en lo alto del cielo, a punto de dar la bienvenida al caluroso verano.

—¿Me dejas esta camiseta?

La voz de Sofía, mi hermana pequeña, me distrae y dejo de mirar la
concurrida avenida que se dibuja bajo el ventanal.

—Quédatela. Te la regalo —digo, sin pararme a mirar de qué prenda se trata. Tampoco me importa.

—¿En serio? —me sigue hasta la cocina—Sabes que te adoro, ¿verdad?

Esto vale por otra sesión de películas de risa y palomitas, pero de las que llevan mantequilla hasta aburrir.

Pongo los ojos en blanco y sonrío. Meto el café con leche que acabo de preparar en el microondas. Sofía se quedó anoche a dormir e ideó una de esas sesiones cinéfilas que tanto le emocionan. Últimamente pasa en casa muchos días y eso es bueno y malo a un mismo tiempo.

Bueno, porque evita que me quede en la cama tirada hasta bien entrado el mediodía, preguntándome qué dirección tomar, qué finalidad tiene mi vida ahora. Y malo, porque echo de menos poder hundirme entre las sábanas y fingir que el mundo exterior ha dejado de existir.

Una parte de mí quiere seguir dando vueltas en la mierda. Hay algo profundo, algo anclado en mi interior que me impide desear levantarme y enfrentarme a las adversidades.

Mamá vino a verme hace un par de semanas y eso, lejos de ayudar, solo
consiguió enfurecerme. No me entiende. ¿Y cómo puede ella, precisamente ella, no ponerse en mi lugar?

Me habló de ser una mujer fuerte, una mujer independiente, una mujer luchadora y tenaz y valiente.

Es evidente que no encajo en ninguno de esos adjetivos.

He fracasado. He perdido.

Si la vida es un juego… ¡me rindo! Quiero parar. Quiero bajarme de este barco. El tiempo pasa y nada mejora. No puedes estrellar una copa de champagne contra el suelo y esperar que se arregle sola, que los diminutos trozos de cristal se unan y encajen entre ellos sin dejar ninguna cicatriz. Eso no ocurrirá.

—¿Tienes clase esta mañana? —pregunto.

—No. Iré a la biblioteca.

Sofía muerde su tostada e ignoro las migajas de pan que caen al suelo de la cocina. Niega con la cabeza y prosigue escribiendo un mensaje en su celular. Aunque tan solo nos llevamos cinco años de edad, parece mucho más. No
en el aspecto físico, en el que somos muy similares, ambas con el castaño y lacio sino en un plano mental.

Ella, universitaria, risueña, con mil ilusiones por delante. Yo, apática, sin ninguna meta concreta que cumplir, opaca.

—Tengo que ir a la oficina a entregar un encargo —digo—. ¿Traigo algo de comer?

¿Quién detendrá la lluvia en mi? - Juliantina Donde viven las historias. Descúbrelo ahora