Respirar.

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Valentina.

Me cuesta un mundo salir a la superficie y abandonar el café de sus ojos, pero finalmente lo hago cuando miro a la chica menuda que espera pacientemente a su lado.
Es guapa. Es dulce. Lleva unas gafas rojas de pasta y el cabello rubio suelto y un poco despeinado.

Trago saliva.

Me late tan rápido el corazón...

-Estás... te veo... -Ella duda un segundo-Tienes buen aspecto -dice finalmente.

Juliana me desnuda con la mirada, de los pies a la cabeza, del corazón al
alma. Si había alguna parte que he intentado mantener oculta estos meses, ella acaba de abrirme en canal, ha entrado y lo ha revuelto todo. Como siempre.

-Gracias.

Quiero decirle que ella también, pero sé que notaría que estoy mintiendo, así que no lo hago. Me apoyo en los talones y me balanceo hacia delante con incomodidad cuando advierto que la chica me sonríe.

-Me llamo Lucía, encantada de conocerte -permanezco muy quieta
mientras me da dos besos, uno en cada mejilla. Huele a canela-. Imagino que tú debes ser Valentina.

Asiento con la cabeza e instintivamente me giro un poco hacia la puerta de la cafetería. De todos los lugares del mundo, de todos los establecimientos de esta dichosa ciudad... tenía que ir a parar a ella, como no. A ella. Y ahora a ella, también.

Inspiro hondo.

-Juliana me ha hablado mucho de ti -concluye sin dejar de sonreír.

Ella se remueve algo incómoda y yo noto cómo se me encoje el corazón. De
verdad. Es como si una sensación de vértigo se apoderase de todo mi cuerpo.

Las miro a las dos, una al lado de la otra y al no poder evitar que los ojos se me llenen de lágrimas, bajo la cabeza para rebuscar unas cuantas monedas en mi cartera e impedir que me vean en este estado. Dejo tres euros en la repisa de madera y cojo la bolsa de papel en la que va la magdalena tras darle las gracias a la camarera.

-¿Te marchas?

Juliana parece desconcertada.

-Sí, será lo mejor...

-¡Siéntate con nosotras! -La chica señala con la cabeza la mesa en la que
estaban acomodadas-. Vamos.

La miro con incredulidad.

¿De verdad espera que me quede allí viendo a mi esposa rehacer su vida?

Nunca he deseado su infelicidad. No quiero para ella una existencia miserable como la mía, pero eso no contrarresta el dolor, el malestar general que me invade en cuanto imagino esos labios sobre los de otra persona, la piel de sus manos
acariciando otro cuerpo...

-Me alegra volver a verte, -consigo decirle- pero tengo que irme.

Espero que todo..., que todo te vaya tan bien como hasta ahora -añado,
echándole a ella un último vistazo.

Mi teléfono comienza a sonar en ese mismo instante. Descuelgo la llamada y aprovecho el momento de confusión para salir de la cafetería y alejarme de ellas, de todo. Mi hermana me pregunta si estoy bien, si necesito que venga esta noche a casa a dormir.

-Deja de preocuparte por mí -digo.

Esquivo a los peatones y camino distraída por las calles estrechas del casco antiguo, sin dejar de pensar en Juliana y su mirada y la mujer que la acompañaba y prometía nuevos comienzos. No debería sorprenderme tanto, pero lo hace. Me cuesta aceptarlo.

-Estás rara -insiste Sofía después de asegurarle que veré una película a
solas y me prepararé una cena en condiciones y no cualquier cosa precocinada.

-Según tú, siempre lo estoy.

-También es verdad -recapacita-. Te veo mañana, entonces.

-Pásalo bien.

En cuanto cuelgo la llamada me siento en el banco de un parque e intento
ignorar el ruido del tráfico a media mañana y concentrarme en el ritmo de mis pulsaciones, en mantenerlo estable. A veces me cuesta respirar. ¿No es contradictorio que resulte tan complicado un acto tan instintivo, tan vital...?

Coger aire. Expulsarlo. Volver a repetirlo. Inspirar. Soltarlo.

Solo cuando dejo de temblar y me limpio con el dorso de la mano esas lágrimas tontas que han escapado sin mi permiso, me pongo en pie y regreso a mi apartamento. Al menos he entregado el encargo. He hecho algo, me digo.

Cumplo mi promesa a medias. Vuelco sobre un cuenco unos cuantos
canónigos que venden en bolsa. Puede que no sea la comida más elaborada del mundo, pero no es «precocinada» porque, literalmente, nadie los ha cocinado.

Me lo termino de tres bocados sin molestarme en sentarme, plantada en medio de esta cocina blanquecina que ya apenas usa nadie nunca. Después lleno una botella de agua del grifo y me acerco a la ventana para regar las pocas plantas que han sobrevivido a mi apatía e iluminan la estancia. Al terminar, me pregunto qué voy a hacer el resto del día.

Dentro de casa todo es silencio. Si Sofía no está, el silencio se filtra y conquista cada una de las habitaciones. Quizá por eso me sorprendo cuando al caer la tarde suena el timbre de la puerta. Camino descalza y enciendo las luces
antes de atravesar el comedor y llegar al recibidor.

Abro.

Juliana me mira, inmóvil, con una mano apoyada en la pared.

-¿Qué haces aquí?

Antes de que pueda detenerla, entra en casa. Contempla su alrededor un
segundo, como si le costase ubicarse y entender que todo sigue igual que cuando se mudó. Después vuelve a girarse hacia mí.

-No puedes irte así cuando me veas la próxima vez -dice en tono
acusador- No puedes fingir que no me conoces, que no hemos estado juntas más de 8 años, ¿lo entiendes? Respeto tus decisiones, pero que me ignores... que me ignores ni siquiera es una opción.

-No te he ignorado -sacudo la cabeza-¿Qué querías que hiciese?
¿Sentarme con vosotras a charlar?

-Por ejemplo.

-¿Hablas en serio?

-¿Por qué no?, somos adultas. Te conozco mejor que nadie. Nos debemos al menos algún tipo de consideración. Y si volvemos a vernos, si por casualidad tropezamos dentro de tres o quince años, me seguirá interesando saber de ti, enterarme de cómo te van las cosas, ponernos al día. Siempre vas a importarme, Valentina. Siempre.

Niego con cierta torpeza, todavía aturdida por todos los sucesos del día.

-Lo siento si he sido brusca, pero estabas con ella... y yo...

-¿Con ella?

-La chica -aclaro-. Lucía, creo.

Juliana frunce el ceño y entreveo la expresión de comprensión que aparece después en su rostro. Da un paso más hacia mí, rompiendo la distancia que he impuesto entre las dos, apoderándose de mi espacio.

-Por eso te has ido así... -susurra y luego me mira seria-. Solo es una
amiga. Te lo juro -se lleva una mano al pecho.

Ya no sé si puedo confiar en ella.

¿Quién detendrá la lluvia en mi? - Juliantina Donde viven las historias. Descúbrelo ahora