Anhelos.

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Valentina.

Llevo toda la semana recreando cada instante que pasé en el apartamento de Juliana. Para mi desgracia, no he olvidado ni un solo detalle; tengo grabado en la memoria el anhelo de sus ojos, la desesperación de su voz ronca, esa forma tan delicada y familiar de tocarme…

Suspiro hondo e intento concentrarme en las fotografías que he dejado desperdigadas sobre la mesa del comedor. Se supone que debo elegir cinco, pero a pesar de tener más de una treintena no me encuentro a mí misma en casi ninguna de ellas. Es como si otra persona hubiese hecho las instantáneas.

Yo no soy tan brusca, no uso la luz del sol con tan poca sutileza… Pero es evidente que son obra mía, o de una parte de mi alma que desconozco, así que selecciono las que me parecen menos malas y las guardo en el portafolio que le entregaré al cliente el próximo lunes.

El apartamento está sumido en un completo silencio. Mamá ha llamado
antes para preguntarme si pensaba que la pamela naranja conjuntaría con el vestido color ocre que piensa ponerse para la boda de la prima Clara. «Me importa una mierda», he contestado. Porque es la verdad. No pienso ir a esa boda y me da absolutamente igual lo que mi madre se ponga para asistir al evento. Ella ha refunfuñado por lo bajo, después de repetir la misma cantinela que de costumbre, y ha colgado sin despedirse.

Sofía está pasando el fin de semana con unas amigas.

Son apenas las ocho y media cuando saco de la nevera un paquete de lasaña de verduras precocinada. Clavo repetidas veces un tenedor en el plástico que la recubre con más rabia de lo aconsejable y la meto en el microondas. Permanezco de pie viendo al plato girar en el interior. Tampoco tengo nada mejor que hacer.

El móvil vibra cuando me llega un mensaje.

Es Juliana.

Hace exactamente siete días que no sé nada de ella, desde que la llamé tras
huir y llegar a la seguridad de mi apartamento para darle la dirección y el número de mi psicólogo. Cojo aire. Solo ver su nombre en la pantalla ya provoca que se me disparen las pulsaciones; por eso es un error tan grande dejar que entre de nuevo en mi vida. No puedo. No.

Juliana - 20:38pm.

Hoy he ido a la segunda sesión. Tenías razón. Gracias por todo, una vez más…

Lo leo tontamente tres veces, como si no pudiese entender a la primera algo
tan simple. No estaba segura de que fuese a seguir mi consejo y dejarse ayudar.

Sonrío y pulso el botón de responder mientras la lasaña sigue dando vueltas en el microondas.

Valentina - 20:41pm.

No sabes cuánto me alegro por ti. En serio. Cuídate y no dejes de ir.

Juliana - 20:43pm.

No lo haré. Te lo prometo.

¿Qué estás haciendo ahora?

Me muerdo el labio inferior y me siento en la silla de la cocina sin soltar el móvil. Comienzo a teclear de nuevo.

Valentina - 20:44pm.

¿La verdad? Estoy haciéndome la cena. Lasaña. Nada interesante

Juliana - 20:46pm.

Tú siempre eres interesante. Incluso “haciendo” lasaña (sé que es precocinada). Provecho. Buenas noches…

Sonrío como una imbécil y solo el pitido del microondas consigue hacerme despertar de mi letargo. Suelto el móvil como si quemase y saco la cena. No me molesto en volcar el contenido en un plato, me limito a coger un tenedor y comer en silencio.

A veces el tiempo pasa despacio. Muy despacio.

A veces me acuesto temprano para restarle horas al día.

A veces, solo a veces, me pregunto si cometí un error con Juliana…

¿Quién detendrá la lluvia en mi? - Juliantina Donde viven las historias. Descúbrelo ahora