∆Capitulo 23∆

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Horas, días, semanas y una multiplicidad de hechos habían pasado después de aquel horrible Domingo de Julio, pero ninguno de real importancia. Nos encontrábamos en Agosto, a pocos días de mi cumpleaños número diecinueve, el veintiuno de ese mes. El tiempo había transcurrido demasiado rápido y casi sin sobresaltos.


Desde aquel domingo no había vuelto a saber de Kelian, había respetado a la perfección mi deseo de no querer verle nunca más, puesto que no se me había cruzado ni por error. Más de una vez me descubrí buscándolo con la mirada y en algunas ocasiones despertándome a las cinco de la mañana, como si él me fuera a entrenar.


No quería admitirlo, pero le echaba en falta. Los primeros días luego de su confesión fueron agónicos, yo apenas encontraba motivos para respirar y no tuve más ayuda que la de Benja para


salir del pozo depresivo en el que había caído. Luego comencé a recobrar la compostura, y pude digerir con más frialdad la traición de Kelian, aun así le odiaba, había jugado con mis sentimientos solo para guardar su cabeza, y eso no estaba bien y no se lo perdonaría, no le perdonaría haberme

roto el corazón.


Aun así su constante visión en mis sueños me perturbaba, me dolía hasta el rincón más lejano de mi alma. Mis sueños, los cuales escapaban al control de mi conciencia, estaban repletos de él, de sus ojos, de sus palabras, e incluso de su beso.


Rememoraba y rememoraba aquel único beso como si fuera un bálsamo necesario para la vida, lohacía sin la intensión, pero de igual forma, aunque fuera mi inconsciente quien reclamaba esos


labios una y otra vez, yo me sentía avergonzada y frustrada.


Avergonzada de anhelar al enemigo, de ser traidora de corazón hacia mi padre, Jehová y hacia los ángeles, avergonzada porque mi inconsciente anhelaba más un beso de un traidor que el de mi propio novio, de Benjamín, que se había mantenido siempre a mi lado, dándome su apoyo incondicional, queriéndome, respetándome, amándome como a ninguna.


Y Frustrada, frustrada de no poder vencerme a mí misma, frustrada al asumir lo enferma de amor que estaba, frustrada por ser débil, por ser inocente, por ser desleal.


Todo en mi vida estaba mal, desordenado o era un coas, Benjamín había sido mi única ancla a la realidad. Él había tomado el lugar de Kelian como entrenador, él había tomado el lugar de amigo, hermano y amante, era a quien le debía todo, y no podía darle nada.


Me había visitado cada día o habíamos salido juntos, él trataba de darle un poco de normalidad a mi vida, pero había tenido muy poco éxito. Puesto que ninguna vida normal tiene un constante desfiladero de ángeles que vienen y van de su casa para planear estrategias de guerra y comprobar cómo va tu entrenamiento.


A pesar de todo había logrado mantener mi vida a flote, ya me quedaban solo dos finales y

terminaría el semestre, y por lo que veía, no de tan mala manera, tenía posibilidades de salvar dos de las cuatro materia que estaba cursando, y eso, con el poco tiempo que había tenido para estudiar, era un montón y me aportaba gran felicidad.


Por su parte, a Verónica no le había ido tan bien en su re-compostura, mejor dicho no le había ido nada bien. Pasaba los días y las noches llorando por Rafael y mirando al cielo anhelando verlo volver.
Benjamín como hijo de Isaías había tratado de hablar con su padre, pero este no le había escuchado ni por un segundo, no quería saber nada de Vero. Esto como es obvio no se lo dijimos a ella, por miedo que su situación de salud física o mental empeorara.


Ella vivía encerrada lamentándose, odiándose a sí misma con el mayor desprecio del mundo. Yo por mi parte había intentado más de una vez sacarla de su habitación, llevarla al parque, o incluso a bailar, que era la actividad que ella más amaba, pero había sido en vano.

Tres Mundos:El fin de los tiempos. [En Corrección]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora