𝐗𝐕𝐈𝐈𝐈.

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—¡No hay discusión, Coraline! ¡No permitiré que vuelvas a verlo! Se acabó.

Las puertas se cerraron de golpe, y una desconsolada Coraline correteó hacia ellas, golpeándolas, tratando de abrirlas con ansia. Las lágrimas caían por sus mejillas y todo su cuerpo temblaba. Su madre, quien acababa de encerrarla en su dormitorio, le había roto el precioso vestido que había reservado.

—¡Madre, por favor! ¡Por favor! ¡Necesito salir de aquí! ¡Por favor!

Nadie la escuchaba ya. Y si alguien lo hacía, no tenía ninguna intención de sacarla de su encierro. Su progenitora lo había descubierto todo. Las cartas, los dibujos, los obsequios. Estaba perdida. Y nunca volvería a ver a Damiano. No si no hacía algo para evitarlo. La joven lloriqueó, descalza, vistiendo aquellos harapos, y sin nada que hacer. Estaba totalmente perdida. Golpeó la puerta de nuevo, una y otra vez. Dejándose caer junto a esta.

Se levantó entonces, arrancándose partes de tela del vestido, y se atrevió a salir por la ventana. Agarrándose a las enredaderas que se acomodaban contra las paredes externas, y agradeciendo que tan sólo viviese una planta más arriba de la principal. Saltó a la hierba, golpeándose directamente contra ella, aunque no le causó especial dolor, y comenzó a correr con un profundo desconsuelo. Corrió, y corrió, y cuando por fin vislumbró al joven Damiano esperándola junto a un árbol, aceleró más incluso su paso.

—¡Damiano! —se lanzó a sus brazos, desesperada, sin ningún tipo de esperanza ya en su cuerpo.

—¿Qué? ¿Qué pasa? Eh, Coraline. Coraline, mírame.

La pelirroja levantó la vista hacia él, y negó. Damiano tuvo que sujetarle las manos para no dejarla caer de nuevo. Estaba débil, con la cara empapada en lágrimas.

—Todos lo saben. Mis padres quieren ir a por ti, y los demás... No sé qué va a pasar. Pero tienes que marcharte.

—¿Qué estás diciendo? No me voy sin ti.

—Entonces vámonos. Cuanto antes. Por favor. Iré contigo donde sea.

Damiano levantó entonces la vista, mirando al horizonte, y volvió a acunar a Coraline entre sus brazos. Coraline, como espectadora, no era capaz de averiguar más de lo que podía vislumbrar en aquella escena. No sabía quiénes querían hacerles daño. Ni por qué. Pero podía presentir que aquel sería el comienzo del fin de sus días.

Coraline despertó sobresaltada ante aquellas imágenes, recordándolas vagamente. El pulso se le aceleraba por momentos y el corazón parecía que iba a salírsele del pecho. Era la primera vez que se veía capaz de recordar algo sin la ayuda de Damiano, y se vio deseosa de contárselo. Sin embargo, necesitó descansar durante un momento, sintiendo aún aquel terrible nudo en el estómago y el tembleque en las piernas. No tenía ni idea de qué significaban sus recuerdos. Todos venían desordenados e incompletos. Era como tratar de hacer un puzle con los ojos vendados. Sin embargo, con la ayuda de Damiano, había aprendido a mantenerse serena ante la situación. Pronto acabaría comprendiéndolo todo.

Coraline llamó a Damiano. Una, y otra vez durante el día. Sin embargo, no recibió ni una respuesta. Durante todo aquel tiempo se había percatado de que el joven siempre respondía a sus llamadas o mensajes en cuestión de segundos, como si la estuviera esperando. Como si su ansia por hablar con ella fuera más fuerte que cualquier otra cosa. Pero en aquella ocasión no fue así. Coraline no podía guardarse aquella información. No podía esperar para contárselo.

La mañana pasó, y también la tarde. La preocupación sólo podía ir en aumento. ¿Por qué no contestaba? ¿Y si le había pasado algo? ¿Y si estaba en cualquier clase de peligro? Coraline no pudo esperar más y cuando dieron las once, salió de su apartamento dispuesta a dar encuentro por fin a Damiano. Tal vez se sentiría molesta si al final resultaba que simplemente había decidido ignorarla, o que estaba demasiado ocupado para ella. Aunque la alternativa era mucho peor.

𝐅𝐎𝐑 𝐘𝐎𝐔𝐑 𝐋𝐎𝐕𝐄  ✞  damiano david. PAUSADA.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora