𝐗𝐈𝐕.

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Coraline se había debatido entre contestar o no al mensaje de Damiano. Habían pasado horas, aunque ella lo había leído al despertarse. No había desayunado. No había hecho nada. Sin embargo, la cama de Nico no era la suya y debía volver a casa en algún momento. No podía quedarse allí y seguir lamentándose por algo que ni siquiera conocía. Y en el fondo sabía que estaba siendo una carga para Nicoletta, que cada vez parecía más lejana a ella. Por ello mismo se cambió de ropa y recogió a Dante para marcharse cuanto antes. Ignoró a su amiga, que aún dormía, y salió del apartamento sin mediar palabra. Sin siquiera saludar a sus compañeros. El camino a casa era tranquilo. A esas horas de la mañana (casi mediodía) no había tanta gente como esperaba, y la joven Coraline llegaría a su piso sin ningún tipo de inconveniente.

Todo seguía igual que cuando lo dejó. Poca luz, la cama deshecha. Sin embargo, un aroma familiar inundaba los pocos metros cuadrados de los que disfrutaba la italiana.

Vainilla. Tabaco.

Damiano.

¿Habría estado allí? La joven recorrió todo su hogar con prisa, buscando cualquier rastro del joven cantante. Nada en la entrada, nada en el salón, en la cocina, en el baño... Sin embargo, cuando se agachó para mirar bajo la cama de su dormitorio; pudo vislumbrar una pequeña caja de madera. Se estiró para cogerla. Era pesada, probablemente cara. Los detalles dorados y algún que otro grabado ciertamente desgastado podía advertir que era un objeto antiguo. Coraline la abrió con cuidado y comenzó a sacar los diversos objetos que había dentro.

Un peine de marfil puro, lleno de preciosos tallados y decoraciones. Justo en el mango, podía leerse la letra C a la perfección. Lo dejó a un lado, observando más cosas. Unos dados, cuyos puntos negros eran ya imperceptibles por el paso de los años. Y después una carta. La desdobló con total cuidado y, antes siquiera de tratar de leerla, se encontró con pequeñas manchas de sangre a un extremo del papel. En la parte de atrás, que no estaba escrita, había incluso huellas rojas. Secas. ¿De quién era esa sangre? ¿Por qué Damiano guardaría algo así?

La joven se quedó sentada en el suelo, y comenzó a leer.

Mi queridísimo Damiano,

A esta hora ya deberíamos estar juntos en el lago, donde sé que me estás aguardando. He hecho la maleta, tal y como me pediste, y llevo tu anillo en el dedo. Sin embargo, es tarde para mí. Estoy encerrada en el despacho de mi padre, escribiéndote esto por si no volvemos a vernos. Oigo cómo gritan mi nombre desde la ventana, y alguien detrás de las puertas de la estancia está intentando abrirlas. Vienen a por mí, Damiano, y si no huyes pronto te encontrarán a ti también.

No sé cuándo llegará esta carta a tus manos, espero que antes de que sea demasiado tarde. Pero, de hacerlo, quiero que sepas que nunca fue mi intención abandonarte. No me ha dado tiempo, y me maldigo a mí misma por ello.

No sé qué van a hacerme, estoy aterrada. Pero prefiero afrontar cualquier castigo antes del destino que mi familia quería para mí. Antes que cualquier destino en el que no te tenga conmigo.

El mundo es cruel, y no ha querido dejarnos vivir la vida que deseábamos. Te he fallado. Sé que te he fallado. Pero en algún lugar, en alguna parte de este universo; sé que estaremos juntos.

No tengo mucho tiempo, están a punto de entrar.

Te quiero, Damiano. Siempre te querré. Espero que puedas perdonarme, y que encuentres la felicidad allá donde vayas.

Siempre Tuya, Coraline.

Coraline soltó la carta, dejándola caer al suelo. Los ojos se le habían encharcado, y amenazaban con desbordarse en lágrimas. ¿Y si era ella de verdad? ¿Y si, al fin y al cabo, Damiano tan sólo trataba de abrirle los ojos? El retrato era real. La carta era real. Todo era real. A la vista, al tacto. Incluso si trataba de oler el papel marchito podía reconocerse a sí misma escribiendo aquello.

La joven de la carta no había logrado encontrarse con Damiano. Las manchas de sangre y el hecho de que el joven estuviera en posesión de la carta se lo confirmaban. Pudo sentir entonces su sufrimiento, su ímpetu. Su necesidad por, si era cierto que alguna vez había sido suya, volver a tenerla. Coraline no comprendía nada. Sin embargo, lo intentaba. Trataba con todas sus fuerzas de llegar a cualquier conclusión. De comprenderlo. De recordar. ¿Pero qué debía recordar si aquella no había sido su vida, realmente? La única respuesta estaba en Damiano, y él no se la daría si no era a su manera. Despacio, como un rompecabezas. Porque Damiano quería que fuera ella quien volviese a unir las piezas, quien viese lo que tal vez alguna vez había sido.

Pensó en responder a su mensaje. En escribirle de una vez por todas. Sin embargo, nada de lo que pudiera decirle o preguntar serviría. Él la quería con sus recuerdos, él quería a esa Coraline que ya no existía. Que la pelirroja no podría ser nunca.

Guardó todo de nuevo en la cajita, y se atrevió a meter también el retrato que se había quedado. La cerró y la tomó entre sus manos, dubitativa. El resto del día fue un intenso debate. ¿Llamar o no llamar a Damiano? ¿Preguntar, o dejarse llevar?

Pensó una vez más en él, y no tuvo miedo. La quería. De alguna manera, lo hacía. Y sabía que nunca podría hacerle daño. Eso, al menos, era todo un consuelo. No confiaba en él, pero al mismo tiempo sentía que era la única persona de la que realmente podía fiarse. Más que de Nicoletta, más que de su familia.

Aquella canción se le vino entonces a la cabeza.

E ho detto a Coraline che può crescere,
prendere le sue cose e poi partire.

Ella había querido marcharse, y Damiano había tratado de ayudarla. De hacerlo realidad. Pensó en la angustia que debía de sentir él. Pero nada explicaba aún que se mantuviera en pie. Vivo, joven. ¿Habría él vuelto a nacer también, tal y cómo había insinuado sobre la pelirroja? ¿La habría recordado antes? Y, de ser así, ¿eso significaba que ella misma recordaría todo en algún momento?

Recordar. Qué locura.

Su móvil comenzó a sonar, y una parte de ella deseó con todas sus fuerzas que se tratase de Damiano. Sin embargo, era su jefe el que llamaba. La joven se colocó el teléfono a la oreja.

—¿Sí?

—Coraline, por fin te localizo. Llevo días escribiéndote. ¿Va todo bien?

La joven observó la cajita, aún con ella, y se quedó en silencio durante unos segundos que se le hicieron tremendamente largos.

—¿Sigues ahí?

—Sí, lo siento. No estoy pasando por un buen momento.

—Entiendo, entiendo... Llamaba para comunicarte que después de todas estas faltas sin aviso, vamos a tener que prescindir de tus servicios. Ya sabes que la librería está en sus últimas, así que esto no debe de pillarte por sorpresa...

—Siento no haber avisado, dios mío. No se imagina por lo que estoy pasando. Pero si me da otra oportunidad, puedo retomar el trabajo hasta que la librería cierre, si es que...

El hombre la interrumpió de inmediato.

—No, no, no. Lo siento mucho. Estas cosas no pueden suceder. Eres mi única empleada. Y el funcionamiento de la librería se ha parado durante días por tu irresponsabilidad.

—Lo entiendo.

—Puedes venir a firmar los papeles del despido cuando puedas. Antes de que termine la semana, si puede ser.

—Mhm. Claro. Ahí estaré.

La joven colgó el teléfono y se llevó las manos al rostro, sollozando. Había perdido su trabajo, su cordura. Y todo por aquella incógnita que no abandonaba su vida.

Necesitaba recobrar la normalidad. Y si no tenía esa oportunidad, entonces deseaba estar totalmente despierta en aquella nueva realidad. Saberlo todo.

Aprovechó que tenía el móvil en mano, y marcó el número de Damiano. Se lo llevó a la oreja, y tan sólo deseó que respondiera.

Damiano, cógelo...

Por favor, cógelo.

El teléfono descolgó y, durante unos segundos, tan sólo pudo escucharse un intercambio de respiraciones.

—¿Damiano? —murmuró entonces la joven, dubitativa.

Y tras la espera, aquella cálida voz inundó su cuerpo por fin.

—Coraline.

𝐅𝐎𝐑 𝐘𝐎𝐔𝐑 𝐋𝐎𝐕𝐄  ✞  damiano david. PAUSADA.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora