𝐗𝐗𝐈𝐈.

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La primera vez que Coraline y Damiano se habían besado había sido tan sólo a pocos meses de aquella primera fiesta en la que habían compartido un efímero baile. Después de aquello, las coincidencias habían ido sucediendo una detrás de otra, y Coraline se había visto arrastrada en el precioso huracán que Damiano había supuesto en su vida. Durante aquellos meses, trataban de verse a escondidas. En zonas aisladas del campo, entre los árboles del bosque, y junto a la orilla de su querido lago.

Después del primer beso vinieron muchos más. Besos llenos de pasión y confianza, bailes bajo la luz de la luna, con tan sólo el musitar de la voz de Damiano, y noches de escapadas para mirar las estrellas. Al principio, cuando nada parecía salir mal y los peligros no acechaban aún a la pareja, todo era precioso, apacible, sincero. Antes de que los problemas comenzasen, Damiano y Coraline habían tenido esperanzas.

Coraline ya sabía todo esto. Había tenido muchas oportunidades de soñar durante los meses en los que llevaba enfrascada en aquella sinuosa aventura. El resto se lo había contado Damiano. A veces, se acurrucaban junto a la pequeñísima chimenea eléctrica del apartamento de la joven, con el calor llenándoles el cuerpo, y Damiano le relataba momentos específicos que habían vivido juntos siglos atrás. Siempre intentaba rememorar momentos felices, tranquilos, que no pudieran alarmar a la joven.

Coraline no podía evitar, de vez en cuando, preguntar por las partes oscuras de todo aquel pasado, cosa que Damiano no deseaba recordar.

—Casi nunca discutíamos. Y las veces que lo hicimos, yo acababa disculpándome por ser un cretino, y tú me acogías entre tus brazos —le dijo en una ocasión.

—¿Insinúas que siempre era tu culpa?

—No siempre. Pero te encantaba verme disculpándome. Y a mí me gustaba verte la cara cuando lo hacía.

Coraline rio, imaginándolos a ambos en medio de su campo favorito en medio de una discusión. Aquellas historias eran tan románticas como difíciles de entender. ¿Por qué todo se había torcido si se querían tanto? No tenía sentido. ¿Por qué no habían logrado marcharse y vivir la vida que ambos deseaban?

La joven descansaba acurrucada junto al cuerpo de antiguo amante, puede que incluso actual. Poco a poco había ido perdiendo el miedo de estar con él. El miedo de estar en su hogar. Damiano se encargaba de que, cuando Coraline llegase, ya no hubiera nadie más que él en casa. Quería evitar problemas. Sin embargo, aquella específica noche, parecía no haber sido escuchado como debía, pues un chirriante ruido y un portazo interrumpieron las risas de ambos. Cuando Coraline miró hacia la puerta, pues todo el espacio de la nave era completamente abierto, pudo reconocer a la bajista del grupo de Damiano. Aquella joven rubia de voluminosas ondulaciones, cuyos ojos serpenteantes aún le daban cierto miedo a la pelirroja.

Victoria, que así había escuchado alguna vez que se llamaba, se adentró en el loft sin siquiera saludarla. Fingiendo que no existía, aunque ambas eran capaces de verse.

—¿No te he dicho que no volvieras hasta las cuatro?

—Hoy no me apetecía quedarme en la fiesta. ¿Hay algún problema con eso?

—Sí, que te ordené que te mantuvieras alejada.

Victoria miró a ambos, y se encogió de hombros. Se acercó a una pequeña neverita, de la que sacó... ¿Una botella con sangre? El cuerpo de Coraline se tensó por completo, y pudo sentir la mano de Damiano sobre su vientre, como si aquello pudiera relajarla de alguna manera. Demostrando que estaba justo allí, con ella.

—También es mi casa —la rubia le quitó el tapón a la botella, dándole un buen trago antes de acercarse. Antes de que Coraline pudiera parpadear, le estaba extendiendo el recipiente directamente a ella—. ¿Quieres probar? No dejas de mirarla.

Coraline negó, echándose hacia atrás. De miedo, de impresión. Damiano se incorporó.

—No, no quiere.

—Eso lo decidirá ella —y volvió a mirar a la joven mortal—. ¿Quieres?

—No. No quiero. Gracias.

Gracias. Se dio cuenta de lo ridículo que había sonado en cuanto lo soltó por la boca.

—Tú te lo pierdes, humana —se encogió de hombros, dándole otro trago que acabó con media botella.

Coraline se incorporó despacio, levantándose para pisar por fin el suelo.

—De todas formas, yo ya me iba. Mañana tengo una entrevista de trabajo y he de ir descansada.

Se dirigía a Damiano en todo momento, a pesar de que Victoria la estuviera escuchando en todo momento. Damiano asintió.

—Te acompaño a casa.

—Yo podría acompañarla.

Ambos miraron a la bajista, que sonreía sarcásticamente. De forma casi amenazante.

—Yo la acompañaré.

Damiano se encargó de escoltar a Coraline mientras se abrigaba, y ambos salieron juntos de la nave industrial. La pelirroja temblaba disimuladamente, no soltaba ni una palabra por su boca. Y la rabia de Damiano era más que palpable, aunque nunca se la mostraría. Nunca lo pagaría con ella.

—Siento lo que ha pasado. Victoria es... Le gusta meterle miedo a la gente. Pero nunca te haría daño.

—Permíteme que lo dude. Juraría que la he visto olerme.

El inmortal tensó la mandíbula, y se mantuvo callado unos segundos, preguntándose si verdaderamente su amiga suponía una amenaza para Coraline. La conocía a la perfección. Era una depredadora, una asesina nata. Y, probablemente, la persona más cruel con la que se había cruzado jamás. ¿Pero sería capaz de intentar algo con Coraline, a pesar de conocer sus sentimientos y la necesidad de protección que le corría a Damiano por las venas respecto a la pelirroja? No tenía una respuesta clara.

—No volverá a pasar.

No tardaron demasiado en llegar al edificio en el que Coraline aún vivía. Se despidieron con un beso, y la joven subió escaleras arriba hasta su apartamento. La vuelta a casa de Damiano fue más silenciosa, más tranquila, pero con una preocupación creciente en todo momento.

Victoria seguía en casa cuando cruzó la puerta, cosa que, en cierta forma, llegó a aliviarlo.

—¿Qué ha sido eso? —preguntó, sin llegar a mirarla.

—¿Qué ha sido qué?

—No vuelvas a dirigirle la palabra. No quiero ni que la mires, ¿entendido?

—¿Tienes miedo de que le guste más que tú? —la risa de Victoria envolvió toda la estancia. Damiano se fue cambiando de ropa, en silencio.

—Hablo en serio.

—Tranquilo, solo estaba jugando. No voy a hacerle daño a tu princesita.

El italiano no respondió. Cruzó la estancia para coger otra botella de la minúscula nevera. Nunca se le ocurriría alimentarse a la vista de Coraline. No volvería a ser un monstruo para ella. Victoria, sin embargo, era incapaz de mantener el silencio y, tras verse ignorada por Damiano, volvió a abrir la boca.

—De todas formas, estará muerta pronto. ¿Por qué iba a hacerle daño yo? Pasará de todas formas.

El romano se apresuró entonces hasta ella, y la tomó del cuello con tal fuerza que, por un momento, Victoria llegó a pensar que le arrancaría la cabeza con sus propias manos.

—No va a morir. Esta vez no.

—Sabes... Sabes que sí, Damiano. Sabes que sí.

Soltó su cuello, propinándole un pequeño empujón que casi hizo derribar el sofá en el que estaba sentada.

—No lo hará.

Damiano, por esperanzas que tuviera, sabía ya lo que sucedería en las siguientes semanas. Y el miedo le recorría el cuerpo. ¿Iba a perderla? ¿Otra vez? ¿A buscarla de nuevo durante años para, de nuevo, volver a dejarla caer al vacío?

Sabía que haría lo que estuviera en su mano para impedirlo. Pero, si no lo conseguía, haría la ciudad arder por completo para calmar su ira. Y Victoria estaba deseando verlo.

𝐅𝐎𝐑 𝐘𝐎𝐔𝐑 𝐋𝐎𝐕𝐄  ✞  damiano david. PAUSADA.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora