𝐗𝐈𝐈.

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Coraline apretó las manos a los bordes del retrete para inclinar sobre él. No pudo aguantarse, y el vómito salió de su cuerpo con desesperación. Le lloraban los ojos, le temblaba el cuerpo. No podía estar pasándole todo aquello. Algo en su interior intentaba de convencerse desde el principio de que estaba completamente loca. Sin embargo, inconscientemente no dejaba de repetirse lo contrario. Todo debía tener su explicación. Aunque los antecedentes no ayudaban.

Había intentado negarse, pero Damiano le había asegurado que estaría allí al anochecer. La joven había decidido no ir a trabajar un día más, y era totalmente consciente de que su despido acabaría siendo inminente. Pero no tenía fuerzas. No quería abandonar su apartamento y enfrentarse de nuevo al mundo real. No sería capaz.

Se lavó los dientes, la cara, y al final decidió meterse en la ducha. Los sueños que había experimentado parecían habitar en su mente como recuerdos, incluso. Como si verdaderamente alguna vez hubiera vivido aquello. Como si aquel Damiano de cabellos largos y piel suave hubiera sido todo su mundo una vez. Pero ella era consciente de que no hacía tanto desde que se habían conocido. De que, aunque hubieran pasado una noche juntos, no significaba nada.

Cuando volvió al dormitorio, aún con el albornoz puesto, se acurrucó en la cama junto a Dante y trató de descansar. Se estaba consumiendo. Y seguiría haciéndolo hasta que aceptase aquellas imágenes. Hasta que aceptase a Damiano.

Para cuando el joven llamó al timbre, Coraline seguía durmiendo. No sabía ni cuántas horas había estado así, pero no tardó en levantarse de la cama y vestirse rápidamente. No se fijó siquiera en la ropa que se ponía. Le daba igual.

Abrió primero el portal con el telefonillo, y después la puerta de su apartamento. Damiano la observó, en silencio, y esperó a que Coraline se hiciera a un lado para que pasase. Ninguno de los dos fue capaz de decir nada durante un momento.

—Necesito saber por qué me alejas ahora —acabó pidiendo él.

Coraline no supo que responder. Si le decía la verdad, le contaría también que le había seguido. Que le había espiado. Si le mentía, ninguno de los dos llegaría a una conclusión segura.

—Te seguí a tu casa.

Damiano frunció el ceño. Su semblante era intranquilo. Casi asustado. Coraline no veía ni una pizca de maldad. Aunque tal vez se equivocaba.

—¿Por qué?

—No lo sé. Quería saber algo más de ti. Estoy harta de toda esa aura de misterio. Necesitaba respuestas, y seguridad.

El joven asintió.

—¿Y qué es lo que te asustó tanto?

—Os escuché hablando. Dijiste cosas muy raras, Damiano. Os escuché hablar de... de mí. De que ya me conocías. De que me ibas a matar. De que le habías hecho lo mismo a otra chica hace cincuenta años. ¿Qué se supone que tengo que pensar? ¿Sois una secta, es eso? ¿Estáis mal de la cabeza?

Damiano no dijo nada. Caminó por la entrada, como si siempre procurara estar lejos de ella. Tal vez era lo mejor para ambos.

—Tiene una explicación.

—¿Y cuál es?

—No puedo decírtelo.

De nuevo con los secretos, con las preguntas sin responder, las dudas. Coraline no podría más con aquello. Ella no había buscado a Damiano, no le había llamado para entrar en su vida. Nada de lo que estaba pasando estaba en sus manos, no podía controlarlo. Tal vez eso también le asustase. Porque, en el fondo, estaba aterrada. Y no sabía si también le tenía miedo a él.

—Entonces márchate. Si no vas a contarme nada, vete.

Damiano se acercó a ella de nuevo. En silencio. Tanto que Coraline pudo respirar su aliento. Ella, sin embargo, no fue capaz de moverse. El italiano le acarició la mejilla con una suavidad infinita, observándola en todo momento.

—Sé que esto es confuso. Pero tienes que confiar en mí. Tienes que esperar.

—¡Ya he esperado demasiado! ¡No te conozco de nada! No sé quién piensas que soy, pero...

El joven sacó entonces un papel doblado de su bolsillo. Grisáceo, antiguo. Frágil. Comenzó a desdoblarlo, y entonces le mostró su contenido. Era una pequeña ilustración, probablemente a lápiz. Un retrato de una joven. Estaba firmado con el nombre de Damiano, y había dos cosas escritas justo debajo.

Coraline Bianchi, 1745.

Coraline levantó la vista hacia él, y negó.

—¿Qué es esto? —no necesitaba ninguna respuesta. Sabía quién era la muchacha del dibujo. Pero sería incapaz de admitirlo.

—Eres tú.

Coraline tomó el dibujo entre sus manos y lo observó bien. No podía negar el inmenso parecido, y se preguntó si se trataba de una broma. Debía serlo. No podía ser ella. No podía. No supo qué decir. No abrió la boca. Tan sólo siguió mirando el dibujo.

—No estoy loco, Coraline.

La joven le devolvió el dibujo, casi obligándole a cogerlo, y se alejó de nuevo de él.

—Podría ser un familiar.

—Sabes que no lo es.

—¿Entonces qué explicación hay, Damiano? —el joven no contestó—. Nací el veinte de diciembre del año 2000. Y ese dibujo es de hace siglos.

—No es la primera vez que naces.

Coraline le miró de nuevo, con el ceño fruncido y la mandíbula desencajada. Tal vez era él el loco. Puede que se hubiera enamorado de ella (o más bien obsesionado) y ahora tratase de comerle la cabeza para estar con él. Puede que todo lo que había escuchado no fuera más que un montaje maquinado por el joven.

—¿De qué te conozco, Damiano?

—De muchas cosas.

De muchas cosas que ella parecía desconocer. De muchas cosas que tal vez él se estaba imaginando. El dibujo parecía real, pero tal vez no lo fuera. Tal vez nada fuera real.

Damiano no hizo nada por volver a acercarse. Sabía que solo conseguiría que la pelirroja se alejase más, y más de él. Y no podía permitírselo.

—¿Y cuándo nos conocimos?

Ambos se miraron, y el silencio perduró por un momento. Damiano pensó en si debía contestar. En qué debía hacer. Coraline le miraba con exigencia, desesperación. Necesitaba algo. Aunque sólo fuera aquello. O acabaría volviéndose loca.

Acabaría sufriendo todo de nuevo, y eso no podía permitirlo el italiano.

—En el invierno de 1744.

𝐅𝐎𝐑 𝐘𝐎𝐔𝐑 𝐋𝐎𝐕𝐄  ✞  damiano david. PAUSADA.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora