Cuando la noche se cernió sobre la majestuosa Italia, Damiano y Coraline salieron por fin al exterior. El campo nocturno era precioso, y Coraline habría jurado que aquel aroma a naturaleza y vida le resultaba familiar. Caminaron sobre la húmeda hierba, esquivando las flores, mientras ella se dedicaba a seguir a su amante. Damiano, en cambio, conocía aquel lugar a la perfección. Había vivido allí, crecido allí. Había querido a Coraline allí mismo, tantos años atrás.
—¿Crees que esto de verdad podrá ayudarme?
—Eso espero.
Caminaban de la mano. Habían dejado los miedos y dudas atrás, y Coraline se había dejado llevar de una vez por todas. Al fin y al cabo, no podía negar lo evidente; que en una vida o en otra, estaba enamorada de él.
Lo primero que vieron fueron sendas de barro, que se iban ensanchando hasta llegar a las primeras ruinas. Trozos de rocas, de cerámicas, poblaban el suelo que ya carecía de hierba o campo alguno. No había oro, ni plata, ni marfil. Probablemente porque los habitantes de los pueblos cercanos se habían encargado muchos años atrás de ir llevándose todo lo que pudieran.
Justo delante de Coraline había un par de columnas cilíndricas, cuyo tallo perfecto se había visto mermado por el paso del tiempo. No reconocía nada, al menos no en un primer momento.
—Justo donde estás; estaba el gran salón. Donde bailamos por primera vez —explicó Damiano. Él, por su parte, se mantenía algo más alejado. Como si le diese demasiado respeto pisar aquellos suelos a medio derruir.
Coraline miró hacia el interior de allí donde aún quedaban paredes, mugrientas y a punto de derrumbarse. Damiano acabó acercándose, volviendo a tomar su mano.
—Sólo entraremos si tú quieres —ella asintió.
Aquellos no eran más que los restos de una antigua casa dejada de la mano de Dios. De lo que había sido; grandiosa, llena de vida y felicidad, de música y festejos. Ahora no era más que un montón de piedra y madera rota.
La mano del joven temblaba con disimulo. Sentía aquel lugar como siempre había hecho. Como si no hubiese pasado el tiempo desde la última vez que había visto a su amante muerta entre sus brazos. Sus pies no parecían querer caminar. Sin embargo, lo hizo, concentrándose en la única esperanza que le quedaba en el cuerpo.
No hubo puerta que cruzar cuando llegaron a aquella habitación que Damiano no querría nombrar. Los libros estaban en el suelo, llenos de agua, barro, polvo, y el paso del tiempo. El escritorio de ébano tenía golpes, pintadas de graffiti, y excrementos de pájaros. El suelo de madera estaba podrido.
—Es aquí, ¿verdad? —cuestionó Coraline. Él tardó un poco más en responder.
—Aquí fue donde morimos ambos.
Lo recordaba a la perfección. Primero había sido ella, después él. Pero, en medio de aquellas dos muertes; se escondía una más. Una que no tenía valor de admitir.
—¿Abandonaron la casa después de eso?
Damiano asintió.
—Tus padres no pudieron soportarlo. Nadie volvió a vivir aquí dentro.
Coraline suspiró, sintiendo cómo el vello del cuerpo se le erizaba. Los escalofríos se habían hecho paso en ella desde que había visto las ruinas de la mansión desde lejos. Aquello era tan real...
—¿Por qué querían hacerme daño? En la carta escribí que venían a por mí.
Damiano suspiró, alzando la mano de la joven que tenía agarrada para besarla con cuidado.
—Tu familia quería casarte con un conde. Era rico, poseía tierras, ganado, incluso esclavos. Pero tú ya eras mía. Y pronto el pueblo lo acabó sabiendo.
—Se me olvidaba que antes cualquier cosa era motivo de horca —mencionó la pelirroja, tratando de quitarle hierro al asunto. No parecía funcionar.
—Nunca llegaron a hacer el trato. Nadie quería casarse con una mujer impura. Y a mí nunca me lo habrían permitido. Yo no era nadie.
Coraline suspiró, abrazándose entonces al cuerpo ajeno, con cuidado. Cerró los ojos, respirando profundamente. Para ella, aquello no eran más que los fragmentos de una historia que se iba completando. Para Damiano, sin embargo, era su vida a través de palabras.
—Tú lo eras todo.
Salieron del despacho del padre de Coraline, o de aquel que había sido su padre siglos atrás. Pudieron visualizar también la cocina, y después uno de los dormitorios. Las imágenes eran familiares, aunque tal vez fuera porque Coraline había visto aquella casa en sueños, también.
Después de la mansión, Damiano tiró de la mano de Coraline suavemente para encaminarse hacia otro lugar, algo más lejano de allí. La noche era oscura, pero Coraline se sentía a salvo junto a él. Nadie podía hacerle daño. Ni siquiera él.
La luz de su linterna alumbró entonces una pequeña extensión de agua, y los ojos de Coraline se encharcaron sin siquiera darle tiempo a procesarlo.
—Nuestro lago —murmuró ella misma. Damiano asintió, besándole la cabeza.
—Este era nuestro sitio. Era el único lugar donde podíamos estar solos, ser nosotros mismos.
Coraline asintió. Lo recordaba. Al menos, desde sus sueños. Los recordaba a ambos tumbados en la orilla, celebrando picnics, contándose los cotilleos matutinos, o haciendo el amor. Habían nadado en aquellas aguas decenas de veces. Incluso, si buscaba bien en su cabeza, podía recordar lo fría que estaba el agua durante aquella época. Durante todo lo que había visto en sus sueños, y que sabía que era real.
—Es la primera vez que lo veo desde entonces —confesó él.
—¿Y sigue igual que siempre?
Damiano asintió una vez más.
—Ahora está completo con nosotros aquí.
Coraline le miró bien, tomándole por las mejillas para besar sus labios en un profundo y frágil beso. Se apartó ligeramente de él, tan sólo lo suficiente como para desabotonarse la camisa, poco a poco.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Damiano. Coraline dejó caer la prenda, y después pasó a sus pantalones, tras los zapatos.
—Bañémonos.
—No lo sé, Coraline. Hace mucho frío para ti.
Ella negó, con una triste sonrisa pintada en los labios. Y, cuando se hubo quitado la ropa necesaria, comenzó a caminar hacia la orilla, hundiéndose poco a poco en el agua.
—¿Vas a venir?
Damiano asintió, desvistiéndose algo más deprisa. No quería que nadase sola durante la noche. No se perdonaría que algo malo le pasase antes incluso de tiempo. El italiano fue directo al agua, y tuvo que nadar tan sólo un poco más para lograr llegar hasta ella. La rodeó con los brazos, y ella se aferró a él mediante sus piernas.
—¿Es como lo recuerdas? —preguntó ella.
—Lo es.
Sus bocas se unieron una vez más, y permanecieron un tiempo allí, abrazados. Tratando de rememorar vivencias antiguas. De volver a ser los que habían sido tantos años atrás.
El agua era fría, cristalina, aún en la oscuridad. Era ligera, y estaba tan limpia como ambos podían recordar. Aquel lago parecía guardarlos a ambos. Guardaba sus recuerdos, todas sus vidas. Era el símbolo que sellaba su historia. Que demostraba que verdaderamente se habían querido.
—Quiero recordarlo todo de una vez —murmuró Coraline. Le acarició el cabello húmedo a Damiano, camuflando sus lágrimas con el agua del lago que se le había pegado en la cara—. Haz que lo recuerde. Por favor.
Se besaron una vez más, y otra después. Nadaron de un lado a otro, entre risas y fugaces recuerdos. Y Coraline se sintió completa, por fin. Como si todas las piezas del puzle estuvieran perfectamente colocadas.
Al menos, casi todas.
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𝐅𝐎𝐑 𝐘𝐎𝐔𝐑 𝐋𝐎𝐕𝐄 ✞ damiano david. PAUSADA.
Fiksi PenggemarAlgo persigue a Coraline. Cuando duerme, cuando está despierta. Durante el día, durante la noche. Es capaz de sentir el peligro, su propio peligro. Pero, ¿qué se esconde tras las sombras? ¿Quién es aquel que tanto ansía encontrarla? ¿Cuánto tiempo...