𝐈𝐕.

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Coraline había pasado la peor noche de su vida. Ni siquiera había llegado a dormir, y comenzaba a preguntarse si el resto de su vida sería así. La rutina de la mañana habría sido como cualquier otra de no haber encontrado un sobre cerrado a los pies de la puerta principal de su casa. Su nombre estaba escrito sobre el papel con una preciosa letra cursiva.

La joven tomó el sobre y lo abrió con sus propias manos. Sacó su contenido; una pequeña nota de papel.

Pronto lo entenderás todo.

Se le revolvió el estómago sólo de pensar que el sobre podía venir del acosador de sus sueños.

Cuando le dio la vuelta tan sólo vio una dirección y una hora específica. El sábado. Esperaba que no estuviera invitándola a una cita, porque su próximo paso sería ir a la comisaría más cercana y poner una orden de alejamiento. Aunque no sabría a quién ponérsela, realmente. No tenía un nombre, ni una descripción del todo segura. Eso sin tener en cuenta que probablemente ni existía.

El resto del día fue un duro debate interno. ¿Debía ir? Sí era cierto que quería respuestas, las quería a toda costa. Necesitaba algo que le confirmase que no estaba loca. Sin embargo, se sentía aterrada. Pero ¿cómo no estarlo?

Los días hasta la fecha pasaron despacio. Había dejado de quedar con Nicoletta, necesitaba un respiro. El trabajo se mantenía en la misma monotonía de siempre, sin ningún tipo de incidente más. Coraline no sabía qué era peor: salir del trabajo muerta de miedo tras ver a un hombre misterioso, o tirarse las horas muertas mirando el reloj de pared y deseando que acabase su jornada de una vez.

Pensó en contarle a su amiga todo el asunto de la carta, pero probablemente se lanzaría a ir con ella. Si decidía acudir; lo haría sola. Incluso con los peligros que conllevaba.

Todas las noches se mantenía en vela, dándole vueltas y más vueltas a aquel asunto. De nuevo sus sueños habían cesado, pero ya sabía que eso no significaba que no fueran a volver. ¿Si no llegaba al lugar citado volvería a colarse en su cabeza?

A menudo pensaba en él. En lo terrorífico que le resultaba, y al mismo tiempo aquella sensación de intriga, interés e inquietud que le generaba en el cuerpo. Miraba al techo de su habitación, cerraba los ojos; y trataba de visualizarlo. Su cabello castaño, preciosamente ondulado, que brillaba sin necesitar ayuda de ninguna luz. Sus ojos, profundos y oscuros, que se habían clavado en ella tan sólo una vez y ya no la dejarían en paz. Los colores; la pintura de su rostro, y su aroma. Aquel olor tan distintivo que nunca podría abandonar sus fosas nasales. Incluso si respiraba muy profundamente era capaz de saborearlo.

Coraline suspiró durante una de aquellas noches, sin abrir los ojos. ¿Qué era lo que más temía en el mundo? Nunca encontraría una respuesta. Sin embargo, un nuevo temor se había desarrollado en lo más profundo de su ser.

El miedo a no volver a verlo. A no encontrar respuestas. A que aquel capítulo de su vida se cerrase y la joven tuviera que vivir preguntándose qué había pasado. Qué había sentido. A qué le había tenido tanto miedo.

Le pensó. Le pensó una, y otra vez; y un ligero cosquilleo descendió por la zona de su vientre. Una sensación casi insoportable que la obligó por fin a abrir los ojos y volver a la realidad.

No estaba allí. No la había perseguido. Esta vez había sido cosa de ella.

El sábado llegó, y las dudas seguían girando alrededor de la italiana. ¿Ir, o no ir? ¿Avisar a alguien, o no hacerlo?

La hora fijada estaba llegando. A las diez de la noche debía estar en aquella dirección si quería por fin sus respuestas. Así que logró armarse de valor. Se arregló más de lo que le gustaría admitir. Nunca se había preocupado demasiado por ello, pero algo se lo pedía aquella noche.

𝐅𝐎𝐑 𝐘𝐎𝐔𝐑 𝐋𝐎𝐕𝐄  ✞  damiano david. PAUSADA.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora