𝐗𝐈.

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—¿Y adónde has dicho que vas? —preguntó una mujer, de aspecto maduro y cansado, mientras trenzaba el cabello rojizo de una radiante Coraline.

—Tan sólo a dar una vuelta por la pradera. Está preciosa en esta época del año, madre.

—Pero ten mucho cuidado. Y vuelve antes del anochecer.

Coraline asintió, y dejó un tierno beso sobre la mejilla de su madre. Parecía más feliz de lo natural. Viva, alegre. Y su madre podía verlo de sobra. La joven salió de su inmensa mansión para corretear directamente hacia la salida de los terrenos de su familia. Llevaba un precioso vestido amarillento, y se había puesto unos guantes blancos, de encaje. Muy ligeros para la primavera.

Era un sueño. Tenía que serlo.

Coraline se fue alejando de casa, cada vez más y más. Cruzaba la pradera como si la conociese a la perfección, y probablemente lo haría. Llegó entonces hasta un gran árbol en uno de sus laterales, y se apoyó sobre el tronco, mirando a su alrededor en todo momento. Esperando a alguien.

—¡Bú!

La joven se sobresaltó, y al mirar hacia atrás pudo relajarse por completo. Se lanzó a los brazos del hombre que la había asustado, con una libertad y una felicidad infinitas.

—¡Por fin! Te he añorado muchísimo estos días.

—Estoy aquí, stellina —el joven besó su mejilla, antes de separarse un poco de ella. Sin embargo, sus labios pronto se juntaron con una profunda necesidad. De verdad se habían echado de menos el uno al otro.

Coraline le acarició las mejillas, tratando de prolongar el beso todo lo que sus pulmones le permitieran.

—Tengo hasta el anochecer para volver a casa.

—Más que suficiente.

Se dieron la mano, y corretearon por la hierba como niños. Habían pasado días desde la última vez que se vieron, y a ambos parecía estar sentándole bien el reencuentro.

—Prométeme que no volverás a irte. Por favor.

—Pronto serás tú quien venga conmigo, ¿recuerdas?

Pronto llegaron a una pequeña laguna, totalmente vacía y cristalina, y se sentaron a la orilla sobre la chaqueta del joven castaño. Coraline apoyó la cabeza sobre el hombro ajeno, y suspiró.

—¿Cuándo?

—Pronto, lo prometo.

La pelirroja se moría por salir de aquella lujosa casa en la que vivía. Le daba igual adónde ir, o cuánto tardar en hacerlo. Sólo quería marcharse. Vivir su vida, y no la que tenían planeada para ella.

Su vida estaba junto a Damiano. Nada más.

—¿Te casarás conmigo cuando nos marchemos?

—Claro que me casaré contigo, Coraline. Haré lo que tú quieras hasta el resto de mis días.

Coraline desvió la mirada hacia su amante, y sonrió con amplitud.

—¿Lo que yo quiera?

—Cualquier cosa que desees.

La joven se levantó rápidamente, y le ofreció una mano para ayudarle a ponerse también en pie.

—Vamos a bañarnos.

—¿Qué? El agua va a estar helada. No quiero que te resfríes.

—Me da completamente igual.

Damiano miró hacia la laguna, dubitativo. Pensándolo bien. Coraline seguía en pie, observándole en todo momento, a la espera. Sabía que acabaría levantándose. Y, por supuesto, el joven italiano acabó incorporándose. Dio un par de pasos hacia ella, y ambos sonrieron con suavidad.

𝐅𝐎𝐑 𝐘𝐎𝐔𝐑 𝐋𝐎𝐕𝐄  ✞  damiano david. PAUSADA.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora