𝐗𝐗𝐈.

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Coraline había soñado con su muerte desde hacía días. No veía la secuencia completa, tan sólo algunas partes borrosas. Veía a una mujer joven, empuñando un cuchillo de plata. Se veía a sí misma, agarrando la carta que le había escrito a Damiano segundos atrás. Podía escuchar el griterío a través de la ventana.

—Deja que me vaya, por favor —le suplicaba a la joven mujer que tenía justo delante—. Desapareceré, si es lo que queréis.

Sin embargo, el cuchillo seguía acercándose.

—Has deshonrado a toda la familia. ¿Qué va a ser de nosotros ahora?

Las dos mujeres hablaban entre ellas, pero Coraline no era capaz de descifrarlo todo. Y, en algún punto, el cuchillo le traspasaba el estómago y caía directamente al suelo. La vista se volvía borrosa, y la vida se le escapaba del cuerpo.

No sabía quién le quitaba la vida, pues ni su propio rostro era capaz de diferenciar. Sólo sabía que no había logrado llevarle la carta a Damiano, que le había dejado a merced del peligro, y que nunca se despediría.

Coraline pensó mucho en aquellas imágenes durante los siguientes días. Se sentía orgullosa de haber comenzado a recordar sola, aunque el vacío que le causaba no poder contárselo a Damiano le hacía daño. Aún le perseguían aquellas imágenes de sangre y muerte que había presenciado en el hogar del italiano. Y, aunque se había atrevido a ir a hablar con él, no sabía si podría volver a confiar en él.

Volver a verlo tras meses había sido como un chorro de agua fría en la cara. Se sentía despierta, y en peligro también. Era él quien lograba hacer sentir a la joven la desesperación y el miedo que nunca se había podido quitar de encima desde la primera vez que escuchó su voz entre sus sueños.

No había sido capaz de escuchar una explicación. No se había atrevido. Sin embargo, tenía la sensación de que pronto volverían a verse y sus dudas se resolverían por fin.

Hoy no, le había pedido. Y Damiano había respetado su decisión.

Fue ella la que volvió a ponerse en contacto con él cuando estuvo lista. Se verían en su casa. No se permitiría volver a acercarse al hogar de Damiano y sus... amigos. No podía permitirse volver a recordar aquello de forma tan vívida.

¿Le preguntaría sobre su muerte, o tan sólo quería descubrir quién era realmente el italiano?

—¿Quieres beber algo? —le preguntó cuando llegó, justo después de cerrar la puerta tras él.

—No, gracias.

Le condujo hasta el sofá, y se aseguró de sentarse más lejos de él de lo que había estado nunca.

A veces recordaba sus besos, o la forma en la que le había hecho el amor tanto tiempo atrás. No le gustaba recordar esas cosas. Le hacían anhelarlo, y eso era lo último que Coraline quería.

—Quiero que me cuentes qué eres.

—No es tan sencillo.

—Prometiste explicármelo todo, Damiano. Entonces hazlo.

Se hizo el silencio en todo el apartamento, como si Damiano tratase de coger fuerza antes de hablar y Coraline intentase prepararse para lo que estaba por venir.

—Yo te encontré. Tu cuerpo. Estabas tirada en el suelo, llena de sangre. Allí fue de donde saqué la carta —comenzó a explicar.

—¿Y qué pasó después?

—Me quité la vida.

El cuerpo de Coraline se revolvió sobre el sofá, como si le acabasen de dar un fuerte golpe. Intentó recibir esas palabras, aceptarlas. Intentó no creer lo establecido, y creerle a él.

𝐅𝐎𝐑 𝐘𝐎𝐔𝐑 𝐋𝐎𝐕𝐄  ✞  damiano david. PAUSADA.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora